lunes, 17 de julio de 2017
CAPITULO 46 (SEGUNDA HISTORIA)
La alarma suena, pero yo ya llevo una hora con la vista clavada en el techo pensando, pensado y pensando. Pienso mucho, pero los temas son siempre los mismos: Christian, el beso en Atlantic City, pero, sobre todo, Pedro. A veces le doy vueltas a otras, cosas profundas, como por qué Pedro y yo
no podemos permitirnos una relación. Otras cosas no tan profundas pero igualmente significativas, como lo bien que le quedan los pantalones de polo o si tendría que deshacerme de la cómoda vintage para poder poner un sillón tántrico en mi habitación. Me llevo la almohada a la cara. De todas formas no tendría a nadie con quien querer usarlo.
Maldigo el despertador y me obligo a salir de la cama. Por lo menos el día de hoy promete ser más animado. Veré a las chicas e iremos de compras.
Me arreglo para trabajar en tiempo récord y, con un café para llevar en una mano y una porción de tarta de manzana en la otra, me dirijo al trabajo.
La mañana pasa rápida y, antes de que me dé cuenta, estoy doblando la esquina de Lexington Avenue con la 59 y ya veo a las chicas en la entrada de Bloomingdale’s.
No dejamos un solo rincón de la tienda por revisar y nos metemos en los probadores cargadas de vestidos y zapatos. Me encanta estar con las chicas, pero no tardo más de un par de minutos en volver a sentirme triste, confusa, dolida. Resoplo y apoyo la frente contra la pared, fuerte.
—¿Ya te estás lamentando? —pregunta Victoria desde el probador a mi derecha.
—Seguro que está pensando en Pedro —responde Sadie a mi izquierda.
Yo suspiro con fuerza una vez más y me giro hasta que apoyo la espalda sobre la pared color champagne.
¿Cómo es posible que a cada minuto que pasa lo eche más de menos? No podemos estar juntos.
Christian ha vuelto. Fue por él por quien hice todo esto. Es con él con quien debo estar. Christian nunca me haría daño.
—Necesito olvidarme de todo —digo al aire.
—Sobre todo de Pedro —especifica Sofia.
Pongo los ojos en blanco.
Ya lo sé. No me lo recuerdes.
—Christian ha vuelto. Necesito pasar página y volver a estar bien.
—Sin Pedro —vuelven a apuntillar desde el probador a mi izquierda.
Resoplo y finjo no oírla.
—Tener una nueva vida sentimental —sentencio.
Nadie habla. Parece que, al fin, me han entendido.
—Y sexual, porque Pedro follaba de miedo —me recuerda Sofia.
Me giro y miro boquiabierta hacia el lado izquierdo de la pequeña habitación absolutamente indignada, pero ¿qué le pasa?
—Ya sé que Pedro es increíble e injustamente atractivo y guapo, muy guapo —me obligo a añadir a regañadientes—, y brillante. —Por Dios, no sé qué clase de terapia es ésta, pero no me está ayudando lo más mínimo—. Era un maldito mirlo blanco, lo sé.
—Y el sexo con él era espectacular —añade Sofia—, de peli porno mezclada con peli superromántica de Reese Witherspoon, en plan «lo mejor que vas a probar en toda tu vida».
—¿En serio? —protesto saliendo del probador como una exhalación y recorriendo la ínfima distancia hasta abrir la puerta del de Sofia—. ¿Alguien te ha dicho alguna vez que consuelas de pena?
Ella ríe una sola vez imitando a las malas de las telenovelas de la tele por cable y da un paso hacia mí.
—¿Y alguien te ha dicho a ti que te autoengañas de pena?
Frunzo los labios.
—Tú no quieres estar con Christian —continúa—. Tú quieres a Pedro y puedes repetirte las veces que sea que sería un error, incluso que no le quieres, pero al final lo que cuenta es esto —sentencia alargando el índice y apuntándome en el corazón con él.
Yo inspiro hondo a la vez que fugazmente me llevo la mano a la porción de piel que ha señalado.
Tiene razón. Tiene razón en cada letra.
—Mira, Paula. Nos conocemos desde el primer día de universidad y puedo decir sin asomo de duda que, desde que todo esto con Pedro comenzó, has crecido en todos los sentidos: eres más valiente, más fuerte, has dejado de estar asustada. —Las dos sonreímos suavemente. Vuelve a tener razón—. Si al final sientes que no puedes estar con Pedro, me parece bien, pero nunca te has comportado como una ratoncita de biblioteca, así que no empieces ahora.
Vuelvo a suspirar con los ojos fijos en los de mi amiga.
—Supongo que tienes razón.
—¿Lo dudabas? —inquiere escandalizada.
Sonrío, no puedo evitarlo y, al ver que ha cumplido su propósito, Sofia también lo hace.
—Lárgate —me pide divertida—. Tengo que probarme este triquini de noche.
Tuerzo el gesto fingiéndome ahora yo escandalizada y regreso a mi probador.
—¿Qué hacíais? —grita Victoria desde el suyo.
—Estaba arreglándole la vida a Paula —me interrumpe Sofia cuando estaba a punto de hablar—. Si tú también necesitas a Sofia y a su teléfono del amor, pasa a mi despacho.
Y, como no podía ser de otra forma, las tres estallamos en risas.
Regreso a la oficina con un par de bolsas y un bonito vestido negro y vuelvo a zambullirme en el trabajo. El señor Sutherland llama para felicitarme por la denuncia a Silver Grant, pero me deja claro que no volverá a subvencionar mi proyecto. Según él, nos pone en una situación incómoda a los dos.
Ya ha anochecido. Creo que todos se han ido. Miro a mi alrededor. Debería marcharme a casa, pero me niego a encerrarme en mi apartamento y volver a la tortura de pensar, pensar y pensar. Sólo con recordar lo que podría ser, recuerdo también por quién sería y acabo respirando hondo mientras mis ojos se llenan de lágrimas.
¡Basta, Chaves!
Me niego a pasar más horas en blanco. Me levanto decidida y comienzo a ordenar mi escritorio.
El tiempo se emplea en cosas útiles. Se terminó llorar por lo que nunca podrá ser. Pero, entonces, al mover unas carpetas, una cae al suelo y el parqué de mi despacho se llena de papeles. Sólo necesito un segundo para reconocer la letra manuscrita. Son notas de Pedro sobre documentos del proyecto.
Me agacho y comienzo a recogerlos demorándome de forma kamikaze en cada uno de ellos.
Adoraba trabajar con él, por mucho que me quejase. De pronto todas las cosas que echo de menos vuelven como un ciclón y me sacuden de más maneras de las que puedo siquiera entender.
Me levanto sin terminar de recoger y salgo de mi despacho.
Necesito aire fresco. Necesito un lugar donde cada bocanada que respire no me recuerde a él, que ya no está, que le quiero.
Todo comienza a dar vueltas.
Mi respiración se acelera. Se vuelve inconexa. Se esfuma.
Mi cuerpo tiembla.
Todo está en silencio.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Wowwwwwwww, re intensos los 5 caps. Cómo está sufriendo Pau.
ResponderEliminar