domingo, 9 de julio de 2017
CAPITULO 20 (SEGUNDA HISTORIA)
Me despierto desorientada. Estoy tumbada en el suelo del salón de mi apartamento. Miro a mi alrededor y suspiro hondo muy preocupada. Hacía seis años que no sufría un ataque de pánico. Me levanto con el cuerpo agotado y hambrienta. Me quito el bolso y compruebo si tengo algún corte o herida de cuando me desplomé en el suelo. El gesto ha sido algo mecánico. Hace años tenía estos ataques muy a menudo y algunas costumbres se interiorizan para siempre.
Miro el reloj del horno y compruebo que son más de las cinco. Eso tampoco me sorprende.
Después de un ataque pierdo el conocimiento y me quedo dormida durante horas, como si toda la tensión agotase por completo mi cuerpo y necesitase recargar la batería.
Además, siempre, siempre, me levanto hambrienta.
Abro el frigorífico, cojo un bol con sobras y me siento en uno de los taburetes de la isla de la cocina. Quería saber qué se siente estando con una hombre de verdad… pues ya tengo la respuesta. Es algo instintivo, abrumador, como si te arrollara un tren de mercancías. Además, ni siquiera estoy segura al ciento por ciento de que no tenga novia. Él no se cansó de repetir que no era cierto y, desde luego, a ella no pareció importarle que Pedro me follara contra una pared en sus narices.
Resoplo y hundo el tenedor en los macarrones con queso.
Uno de los efectos de los ataques de pánico es la lucidez con la que me levanto. Mi mente cae reseteada y se despierta dispuesta a analizar todo con sumo detalle. Si Natalie no es su novia, y dejando al margen todo lo que ha pasado hoy, mi plan puede seguir en pie, puedo seguir pidiéndole que me enseñe a dejar de ser una ratoncita.
Aprieto los labios pensativa y me levanto de un salto.
Sé lo que tengo que hacer.
CAPITULO 19 (SEGUNDA HISTORIA)
¿Qué? ¿Tiene novia? Doy un paso hacia atrás por puro instinto y me obligo a sonreír, aunque obviamente no lo consigo.
—Tengo que marcharme —murmuro.
Aunque es lo último que quiero hacer, los recuerdos de lo que ocurrió anoche en el club me asaltan por completo... cómo me azotó, cómo me folló. Soy una auténtica basura.
Me giro para marcharme y me encuentro de cara con Pedro. Frunce el ceño como si no entendiese lo que ocurre y sus ojos verdes atrapan inmediatamente los míos, tratando de leer en ellos.
¿Qué pretende? ¿Qué es lo que quiere? ¿Todavía no se ha cansado de reírse de la pobre ratoncita? Me gustaría darle una bofetada, pero no quiero dejarle claro a su novia lo que ha pasado entre nosotros.
Aparto mi mirada de la suya con rabia y me alejo de él. Aún no he llegado al mostrador de Eva cuando oigo sus pasos tras de mí. Suspiro con fuerza y prácticamente echo a correr.
¡No quiero verlo! Miro la salida y me doy cuenta de que no tengo ninguna posibilidad de llegar al ascensor antes de que me atrape, así que entro y me encierro en la pecera, la primera habitación que encuentro. Miro a mi alrededor y vuelvo a suspirar, casi resoplar. Por culpa de las paredes de cristal, no servirá para perderlo de vista, pero por lo menos captará el mensaje de que no quiero estar cerca de él. Pedro no tarda en aparecer. Intenta abrir, pero no lo consigue.
—Abre la puerta, Paula —ruge al otro lado del cristal, tratando inútilmente de hacer girar el pomo.
—¡No! —grito sin asomo de duda.
Está enfadado, mucho, pero no me importa absolutamente nada. ¡Yo también estoy furiosa! ¡Tiene novia! ¡Tiene novia y ayer nos acostamos! Jamás le habría permitido tocarme de haberlo sabido.
—Abre —me ordena.
—¡Vuelve con tu novia!
—Ella no es mi novia.
No hay amabilidad en sus palabras, más bien me lo está advirtiendo.
¡Es el colmo! ¿Cómo puede permitirse hablarme de esa manera? Y, sobre todo, ¿cómo puede pensar que soy tan increíblemente estúpida? Ella misma lo ha dicho hace menos de dos minutos.
—Abre la puerta.
—¡No!
Sus ojos verdes se endurecen hasta un límite insospechado y su cuerpo, bajo ese perfecto traje color carbón, se tensa lo indecible, intimidante y, aunque lo odie, sexy a rabiar.
Nunca lo había visto tan enfadado y una parte de mí sabe que no va a aceptar un no.
Gira sobre sus pasos acelerado y lleno de seguridad y coge el extintor de la pared.
Inmediatamente rodeo la mesa sin dejar de observarlo. No me puedo creer que esté pensado hacer lo que creo que piensa hacer. Con un brillo arrogante reluciendo con más fuerza que nunca en su mirada, lanza el extintor contra una de las paredes que, tras un increíble estruendo, se deshace en diminutos pedazos.
—¡Estás loco! —grito.
Pero Pedro ni siquiera me escucha y entra en la estancia por el acceso que él mismo ha creado.
Los cristales resuenan bajo sus carísimos zapatos.
—¡Lárgate! —vuelvo a gritar.
¡No quiero verlo! ¡No quiero que esté aquí!
—¡Vuelve con tu novia!
Nunca había estado tan enfadada. ¡Le odio!
—Ella no es mi novia —me advierte con la voz amenazadoramente suave.
—Pedro, estaba allí cuando lo dijo.
¡Maldita sea! ¡No soy ninguna estúpida!
—Paula—masculla.
—¿Qué? ¿Qué quieres?
¡No puedo más!... Y él tampoco.
Cruza la distancia que nos separa, me toma brusco por la muñeca y tira de mí a la vez que comienza a caminar, sacándonos de la habitación.
No dice nada. La rabia lo llena todo.
—¡Suéltame!
Lucho por zafarme, pero no me da opción. Prácticamente me arrastra hasta su despacho y cierra de un sonoro portazo.
—¡Pedro, déjame!
Pero no lo hace. Un rápido y torpe vistazo me hace ver a Natalie sentada cómodamente en el sofá.
Mi rabia, incluso mi más puro instinto de supervivencia, se recrudecen. ¿Por qué me ha traído aquí?
—¡Suéltame! —vuelvo a gritar.
Pedro me lleva contra la pared e inmoviliza mis caderas con las suyas. Yo lo empujo con la mano que me queda libre mientras trato de liberar la otra, pero rápidamente su otra mano agarra mi otra muñeca y lleva las dos contra la pared sin ninguna delicadeza. Muevo el cuerpo. Lucho.
Es imposible.
—No es mi novia —me miente una vez más.
No le escucho. No quiero. ¡No se lo merece!
Sigo moviéndome, pero sigo sin obtener ningún resultado.
Pedro sujeta mis dos manos con una de las suyas. Me agarra la barbilla y me obliga a mirarle a los ojos.
—No es mi novia —repite.
—Suéltame —siseo.
—No.
Toda la seguridad del mundo se ha condensado en esa única palabra y mi cuerpo responde a ella de una manera absolutamente kamikaze. Lucho por soltarme. Continúo forcejeando, pero al mismo tiempo la sensualidad y el deseo poco a poco van despertándose dentro de mí.
—¡Deja que me vaya!
—¡No!
—¡Quiero irme!
—¡No!
Su mano baja hasta colarse al otro lado de mi falda mientras sus ojos verdes e intensos continúan dominando los míos, dominándome a mí. ¿Qué clase de persona sería si le dejara tocarme otra vez?
No puedo. No quiero poder.
—Suéltame.
Mi voz se evapora al final de esa única palabra transformándose en un gemido cuando siento cómo vuelve a romperme las bragas.
—Pedro —protesto perdiéndome en su mirada.
—No —repite.
Bajo toda esa rabia, incluso bajo toda esa arrogancia, ese «no» esconde muchas más cosas.
Quiere que lo crea. Odia que no lo haga. Pero sencillamente no puedo ignorar todo lo que ha pasado.
Libera su erección, me levanta a peso con una sola mano y me embiste con fuerza, largo, profundo, torturador. Mi mente se cortocircuita y la culpa y el deseo se entremezclan como si fueran el placer y el dolor, como si habláramos de las dos caras de una misma moneda que ahora mismo domina todo mi cuerpo.
Pedro sigue mirándome, poseyéndome en todos los malditos sentidos. Le odio. Le odio más que nunca.
—No vuelvas a huir de mí —me advierte.
Su voz es una maldita droga de la que no puedo escapar por mucho que quiera.
—Me perteneces, Paula.
Sus embestidas son cada vez más fuertes, más duras, más intensas. Me deslizo por la pared rápida y caliente con mi propia sensualidad y la suya desbordándolo absolutamente todo.
Todo mi cuerpo se tensa.
Gimo.
Grito.
Acelera el ritmo. Sin piedad.
Arqueo la espalda separándola de la pared. Mi respiración se acelera, se evapora, y me corro de una manera casi salvaje mientras él sigue embistiéndome con una fuerza atronadora.
Cierro los ojos y me dejo llevar por todo el placer. Pedro se queda dentro de mí con su enorme polla llenándome por completo. Abro los ojos de nuevo y los suyos ya están esperándome.
—Dame las gracias —me ordena en el susurro más ronco y sexy que he oído en todos los días de mi vida.
—¿Por qué? —musito confusa con la voz jadeante.
Pedro se humedece el labio inferior muy despacio y me embiste con fuerza una sola vez. Mi cuerpo digiere la invasión y el placer se escapa de mis labios en un inconexo y largo gemido. Todo, sin que haya apartado sus ojos verdes de los míos.
—Por follarte —responde sin asomo de dudas, dejando que su implacable seguridad y toda su arrogancia me cieguen.
Un silencio revelador lo inunda todo.
—Gracias —murmuro.
No tengo opción. Mi cuerpo no tiene opción. Todo mi deseo, mi placer, no tienen opción.
Y como recompensa, vuelve a deslizarse en mi interior, llegando todavía más lejos, reavivando los rescoldos de todo mi placer, haciéndome subir aún más alto.
Gimo. Gimo como nunca.
Todo da vueltas. Mi cuerpo vuelve a tensarse. Mis terminaciones nerviosas vuelven a incendiarse y me corro por segunda vez con mi clímax entremezclándose con el suyo, sintiendo cómo el placer de los dos llena por completo mi sexo.
—Eres mía, Paula. Sólo mía —susurra en mi oído.
Suelta mis muñecas y sale de mí. Me deja despacio en el suelo y, tan pronto como lo hace, el sentido común vuelve y destruye toda mi felicidad postorgásmica. Natalie sigue ahí, observándonos con una sonrisa en los labios. ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué clase de jueguecito pervertido es éste?
¿De verdad es su novia? Las preguntas se agolpan enmarañándolo todo, pero hay una que pesa más que todas las demás: ¿qué clase de persona soy? ¿Cómo he permitido que vuelva a follarme así? ¡Ni siquiera ha usado condón!
Le odio. Odio la situación en la que me ha puesto. Ni siquiera soy capaz de entenderla.
Lo empujo y lo abofeteo con toda la fuerza que soy capaz. Pedro se lleva la mano a la mejilla a la vez que gira la cara despacio. Suspira lleno de brusquedad sin levantar su mirada de la mía, pero no dice nada. Sabe tan bien como yo que se la merece, igual que los dos sabemos que yo me merezco otra y que soy una absoluta cobarde por culparlo sólo a él.
Me agacho de prisa, recojo mis bragas y me marcho con el paso acelerado y sin mirar atrás.
Gracias a Dios, el ascensor está en planta y no tengo que esperar. No paro de preguntarme lo mismo: ¿qué he hecho?, ¿qué demonios he hecho? Salgo a la calle casi corriendo.
Espero que el aire fresco me calme, pero no es así. Paro un taxi y llego a mi apartamento relativamente rápido.
Es sábado por la mañana y apenas hay tráfico.
Cada vez estoy más nerviosa. El cuerpo tenso. Los puños apretados. Casi no puedo respirar. Otra vez no, por favor.
Hacía años que no me pasaba. No soy capaz de pensar con claridad. Mi mente y mi cuerpo tiran de mí en varias direcciones a la vez.
Hace frío. Mucho frío.
Tiemblo.
De pronto todo está en calma.
CAPITULO 18 (SEGUNDA HISTORIA)
Antes de que la alarma suene, ya estoy despierta. Me levanto de un salto y me meto en la ducha.
Después de mucho pensarlo he elaborado el plan perfecto para explicarle a Pedro lo que necesito de él. Probablemente se ría de mí, pero algo me dice que también va a divertirle, y ésa es mi principal baza para que diga que sí.
Voy en metro hasta la oficina de Alfonso, Fitzgerald y Brent.
Toda la planta está desierta. Parece que las oficinas de este edificio se toman muy en serio lo de no trabajar los sábados.
Quizá debería haber ido a su casa, pero lo cierto es que no sé dónde vive. Además, es un adicto al trabajo, y sospecho que a ponerse trajes italianos a medida. Si para una persona no existe el concepto fin de semana, es para él.
Empujo la enorme puerta de cristal y una sonrisa se cuela en mis labios. Sabía que estaría aquí.
Atravieso el elegante vestíbulo y me dirijo a su despacho. A cada metro que avanzo, los nervios se hacen más y más patentes en la boca de mi estómago. Tengo claro lo que voy a decirle y por qué, pero eso no evita que esté un poco inquieta.
A unos metros de la puerta de su oficina, ésta se abre frenándome en seco. Una mujer guapísima, con el pelo negro cayéndole sobre un elegante vestido vino tinto, sale del despacho de Pedro. La tela se ajusta como un guante a su piel perfectamente bronceada. Tacones infinitos, una sonrisa impecable. No sé quién es esta mujer, pero definitivamente juega en otra liga.
—¿Puedo ayudarte en algo? —me pregunta caminando hasta mí.
¿Qué ropa llevo yo? Una simple camiseta, una simple falda y unas simples bailarinas. Ahora mismo ni siquiera me molesta que una desconocida esté a un par de pasos de mí.
—Venía a ver al señor Alfonso —me obligo a responder.
—Pedro ahora mismo está muy ocupado.
¿Cómo lo sabe? ¿Quién es?
—¿Eres su nueva secretaria? —inquiero.
Claro, porque Pedro permitiría que una empleada le llamara por su nombre. Todavía recuerdo aquello de «para ti, soy el tirano del señor Alfonso». A veces puedo ser rematadamente idiota.
Ella me mira de arriba abajo y sonríe con malicia. Oigo un ruido a mi espalda, pero ni siquiera me molesto en mirar.
Aunque ni siquiera sepa por qué, necesito escuchar la respuesta a la pregunta que acabo de hacer.
—Soy Natalie Trent, la novia de Pedro.
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