viernes, 23 de junio de 2017
CAPITULO 38 (PRIMERA HISTORIA)
¡¿Qué?! Mi mente regresa de la neblina jadeante a tiempo de no desmayarme. Quiere que hagamos un trío. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?
¡¿Con quién?!
Respiro hondo. Ahora mismo todo me da vueltas. Su mano sube un poco y me acaricia por encima de las bragas. Un gemido se escapa de mis labios. Quiero pensar, pero sencillamente no puedo.
—El sexo es todo lo que tú quieres que sea.
Me seduce con su voz y sólo puedo dejarme llevar. Asiento tímida sin apartar mi mirada de la suya y, como recompensa, él me besa con fuerza una sola vez.
El jaguar se detiene, Pedro se baja y me espera paciente a que haga lo mismo. Yo cierro los ojos y respiro con fuerza antes de salir. Cuando al fin lo hago, él me toma de la mano y me guía hacia la entrada del club. No sé si es por Pedro, por el Archetype o por la burbujeante mezcla de ambos, pero estoy mucho más nerviosa de lo que imaginé que estaría.
Si ya me resulta increíble que un hombre como Pedro quiera acostarse conmigo, el que sean dos es algo que se escapa completamente a mi control. No tengo experiencia. Ni siquiera sé si voy a saber hacerlo.
El portero nos abre la puerta en el preciso instante en el que ve a Pedro y nos saluda discreto y profesional.
Por dentro todo está exactamente igual que la última vez. Las camareras siguen vestidas de pin-up y todo está envuelto en ese halo de latente sensualidad y misterio. No es algo vulgar ni frívolo. Cada centímetro cuadrado de este sitio es elegante y sofisticado, el espejo perfecto de sus clientes y de la ciudad en la que domina la perversión y el pecado en compañía de una botella de Dom Pérignon Rose.
Pedro nos guía a través de una de las puertas de la sala principal y después por uno de los entramados de pasillos hasta acceder a una nueva estancia. Es más pequeña e íntima, pero traslada perfectamente el ambiente de la anterior.
Hay un precioso sofá gris oscuro y sobre él un inmenso ventanal. Las vistas son impresionantes. Primero el East River, sereno y tranquilo, después Roosevelt Island y, al fondo, los rascacielos de Hunters Point y Astoria. Doy un paso más hacia el centro de la habitación y en seguida dos cómodas vintage llaman mi atención. La madera ha sido tratada dando la impresión de que han sido pintadas en varias ocasiones de diferentes colores y con los años, poco a poco, unas pinturas han dejado entrever otras: blanco, gris y el morado final; todo bajo unos preciosos y labrados tiradores dorados. El mueble más bajo funciona como bar. Hay una cubitera con champagne enfriándose y una hilera de licores. En las botellas, el número más pequeño que leo es veinticinco años.
La iluminación es tenue como una canción de Sade. Todo diseñado para marcar un ritmo deliberadamente lento y sensual.
Pedro cierra la puerta y se apoya en ella llevándose las manos al final de la espalda. Su mirada está sumergida en un deseo sordo y hambriento, pero, sobre todo, en la arrogancia y la diversión de saborear la expectación que ha conseguido crear en mí con una sola habitación.
Me mira de arriba abajo con descaro y camina masculino hasta la cómoda más alta. Cuando la abre, contengo el aliento al ver todo tipo de juguetes de BDSM. Hay fustas, esposas, mordazas. Acabo de subir un escalón más de placer y acabo de instalarme en él cuando Pedro coge una de las fustas y juguetea con la punta entre sus dedos. Sin embargo, sin ser invitada, la Paula Chaves que ha visto demasiados programas de crímenes sin resolver en el Discovery Channel aparece pidiéndome a gritos que tome alguna medida de seguridad.
Nerviosa, saco mi móvil y, antes de pensarlo con claridad, le hago una foto a Pedro y se la envío en un mensaje a Lola con la dirección del club.
—¿Qué haces? —pregunta tratando de ocultar una incipiente sonrisa.
Afortunadamente se lo ha tomado con humor.
—Le he mandado un mensaje a Lola con tu foto y la dirección de este sitio —me sincero.
Pedro entiende al instante por qué lo he hecho y su sonrisa se ensancha al tiempo que se vuelve más maliciosa.
—Lola me conoce —comenta haciéndome caer en lo obvio—. Ya sabe el aspecto que tengo. Además —continúa acercándose a mí con paso lento y cadencioso y la fusta aún en la mano—, ¿no has pensado que, después de maniatarte y hacer contigo lo que quisiera entre estas cuatro paredes, podría hacer lo mismo con Lola?
Está demasiado cerca, es demasiado guapo, su voz es demasiado grave y huele demasiado bien. No tengo escapatoria. Tampoco la quiero.
—Lola no te abriría la puerta —murmuro al borde del tartamudeo.
Pedro enarca una ceja dándome a entender que, si quisiera, podría conseguir que Lola le hiciera la declaración de la renta con una mano y cupcakes con la otra a la vez que le hace una mamada.
En ese preciso instante suena mi móvil.
La foto me ha puesto cachonda.
Bufo indignada por la capacidad de calibrar el peligro de mi mejor amiga al tiempo que alzo la mirada.
—Supongo que sí te abriría la puerta —claudico.
Pedro se humedece el labio inferior contento por su victoria y da un paso más hacia mí. Me toma por la cadera y me atrae hacia él de un tirón, eliminando cualquier centímetro de aire entre nosotros.
—El día que decida usar esto contigo…
Alza la fusta y pasa la punta suave y lentamente por mi labio inferior.
Sus ojos, más verdes que nunca, se posan en el movimiento y en mi boca entreabierta.
—… lo único que vas a hacer cuando termine…
Retira la fusta y se inclina un poco más sobre mí. Ya puedo sentir sus labios casi rozar los míos.
—… es suplicarme que vuelva a empezar.
Me azota con la fusta en el trasero. Doy un respingo y gimo por la sorpresa, pero también por cuánto me ha gustado. Paula está cruzando fronteras. Paula no quiere pensar.
Pedro sonríe, tira la pequeña fusta, toma mi cara entre sus manos y me lleva contra la pared al tiempo que me besa con fuerza.
—Voy a follarte como si estuviésemos solos en la faz de la tierra.
Sonrío contra sus labios encantada con semejante idea.
Pedro me devuelve la sonrisa, se separa sólo un segundo y vuelve a besarme, torturándome una y otra vez, calmando con nuevos besos la ansiedad que él mismo crea cuando se aleja.
Me estrecha aún más contra su cuerpo y su miembro duro y fuerte choca contra mi sexo.
Estoy a punto de arder literalmente cuando oigo un pequeño ruido y después uno un poco mayor. Abro los ojos y, nerviosa, desuno nuestros labios y clavo mi mirada a un lado al ver que hay otra persona en la habitación.
Es una mujer. Cuando en el coche habló de una segunda persona, di por hecho que se refería a un hombre. Si antes estaba nerviosa, ahora creo que voy a sufrir un ataque de ansiedad en toda regla.
Pedro mira hacia atrás y sonríe. Acuna mi cara suavemente y me obliga a volverla para darme otro beso, igual de intenso, pero también muy dulce. Cuando nos separamos, busca inmediatamente mi mirada y, al atraparla, sonríe.
Quiere infundirme toda la seguridad que sabe que ahora mismo no siento.
Me toma de la mano y entrelaza nuestros dedos, ese gesto siempre me reconforta, y nos mueve despacio hasta colocarse a mi espalda.
—Erika, ven aquí —le ordena.
La chica empieza a caminar sin dudarlo. Pedro ancla su mano libre en mi cadera y me estrecha contra su cuerpo. Mi respiración se acelera despacio hasta alcanzar ese estado caótico que parece que nunca he abandonado del todo desde que vi a Pedro por primera vez.
Erika tiene el pelo rubio, largo y ondulado, y unos grandes ojos azules. Es muy guapa y con un cuerpo perfecto.
Automáticamente eso me pone aún más nerviosa. Su bata de satén morada deja intuir un conjunto de lencería negra rematado por unas sinuosas medias y unos tacones de aguja casi infinitos.
—Ella es Paula—me presenta.
Sus dedos aprietan mi mano. Una nueva inyección de seguridad.
—Hola, Paula —me saluda con la voz sugerente y dulce.
—Hola —murmuro.
Ahora mismo todo me da vueltas.
Pedro comienza a besarme el cuello. Pequeños besos húmedos e intensos que bajan hasta mi hombro y vuelven a subir para perderse en mi nuca. Suspiro suavemente y no puedo evitar ladear la cabeza para darle mejor acceso.
Noto cómo le hace un pequeño gesto a Erika. Ella se abre la
seductora bata de seda y la deja caer al suelo, descubriendo el sofisticado conjunto de lencería que ya imaginé que tendría. Cierro los ojos y me muerdo el labio inferior tratando de hacer memoria y recordar el que llevo yo. Por Dios, creo que las bragas y el sujetador ni siquiera van a juego.
«Paula Chaves, no estás al nivel de estos juegos sexuales. Él es Christian Grey, ella Chloé Mills y tú eres la pobre ilusa que los ve desde el sofá con un cubo de helado de Ben & Jerry’s.»
Pedro vuelve a apretar nuestros dedos entrelazados.
—No estáis compitiendo por mí —me susurra al oído acallando todos mis miedos de golpe. Yo suspiro hondo de nuevo—. Déjate guiar por tu curiosidad.
Alza nuestras manos entrelazadas y, sin dejar de besarme el cuello, sin dejar de agarrarme con fuerza la cadera, las guía hasta la mejilla de Erika. Ella gime encantada y alza la cabeza. No sé si como acto reflejo o porque mi mente sencillamente se está evaporando, también gimo.
Continúa bajando nuestras manos. Acariciamos fugaz su pecho por encima de la delicada tela de encaje. Ella vuelve a suspirar. Pedro ralentiza el paso al llegar a su estómago y lentamente se desliza hasta el inicio de sus bragas.
Respiro hondo. Toda la sensualidad de la situación me está
superando. Pedro parece intuirlo. Me da un fuerte mordisco en el cuello. Gimo desbocada. E inmediatamente lame mi piel con veneración consiguiendo que todo el placer y el dolor se mezclen, dejándome al borde del colapso.
Su otra mano avanza desde mi cadera y pasa hábil al otro lado de mi vestido.
—Placer y curiosidad, Paula—murmura tentándome como si fuera la serpiente del paraíso.
Mueve nuestras manos despacio y, al no encontrar reticencia por mi parte, continúa bajando. Justo en el preciso instante en que se pierden en el interior de Erika, Pedro desliza sus dedos en el mío.
Las dos gemimos al unísono y puedo notar cómo la erección de Pedro se hace aún más dura contra mi trasero.
Sus dedos guían los míos a través del sexo de Erika igual que los suyos se mueven por el mío.
—Siente cómo su respiración se acelera —murmura—. ¿Ves todo el placer que le estás provocando?
Quiero contestar que sí, pero no soy capaz. Estoy hipnotizada por todo lo que está sucediendo a mi alrededor, conmigo; por la ronca y provocadora voz de Pedro, por la respiración de Erika, por la mía.
Acelera sus movimientos. Cada músculo de mi cuerpo se tensa, preparándose, expectante. No quiero dejar de mirar, pero mis ojos se cierran como si tuvieran voluntad propia a la vez que, llena de placer, dejo caer la cabeza sobre el hombro de Pedro.
Nuestros gemidos se solapan y la habitación se cubre de jadeos húmedos y calientes.
—Pedro —gimo.
Sus dedos entran y salen de mí. El placer, el deseo, lo nuevo, lo excitante, lo desconocido, Pedro…Y un espectacular orgasmo me sacude de pies a cabeza, consumiéndome lenta, deliciosamente, haciéndome sentir la sensualidad de los tres enredada con todo mi placer.
Pedro retira nuestras manos y lleva la mía hasta la boca de Erika.
Con los ojos muy abiertos y la respiración aún entrecortada, observo sin perder detalle cómo ella asiente y comienza a chupar mis dedos con verdadera veneración. Pedro le acaricia el labio inferior como recompensa. Retira su mano de debajo de mi vestido y, despacio, se la lleva a sus propios labios. Ahora mismo es la sensualidad personificada.
Mi dicha postorgásmica se ha transformado en algo diferente y mi libido desbocada se sienta y observa lo que está por llegar.
Pedro aparta nuestras manos poco a poco y al fin la separa. La suya vuela hasta mi nuca y me obliga a echar la cabeza hacia atrás para que nuestras bocas se encuentren. El primer beso es intenso. El segundo, dulce.— Erika, una copa.
Ella asiente y se encamina hacia la cómoda más pequeña.
Pedro da un paso hacia atrás y baja la cremallera de mi vestido. Yo aprieto los ojos con fuerza cuando lo noto alcanzar el bajo de la prenda y sacármela por la cabeza. Se aparta apenas unos centímetros y, aunque yo no lo veo, sé que él me está observando de arriba abajo. Miro de reojo a Erika y vuelvo a mortificarme por mi vestuario pero, antes de que pueda decir nada,
Pedro desanda los dos pasos que nos separan, me toma por la parte alta de los brazos y me lleva contra él.
—Estás preciosa, Pecosa —murmura en mi oído.
Sonrío nerviosa y otra vez las mariposas revolotean disparadas.
Erika regresa y le tiende a Pedro un vaso bajo con Glenlivet reserva y hielo.
Me sonríe, su sonrisa diseñada para fulminar lencería, se dirige hacia el sofá derrochando masculinidad y se sienta en él. Se humedece el labio inferior y mira a Erika. Ella asiente y de un paso se coloca a mi espalda.
Involuntariamente todo mi cuerpo se tensa y vuelvo a sentirme demasiado nerviosa. Quiero girarme para ver qué hace, pero, cuando voy a hacerlo, la indomable mirada de Pedro atrapa la mía. Nuestro maestro de ceremonias del deseo y erotismo particular me sonríe de nuevo, más duro, y, sin ni siquiera tocarme, toma el control de mi cuerpo, calmándolo y excitándome aún más al mismo tiempo.
Erika alza las manos y con cuidado me desabrocha el sujetador.
—Tienes una piel preciosa —murmura rodeándome lentamente hasta que quedamos frente a frente.
Tiene una voz bonita y relajante.
—Es normal estar nerviosa —me asegura con una sonrisa.
Desliza suavemente los tirantes por mis hombros y deja que la prenda caiga al suelo.
Alza la mano de nuevo y me acaricia la mejilla. Muy despacio se acerca a mí y, dejándome claro lo que va a hacer, me da un suave beso en los labios. Yo me quedo muy quieta. No sé qué hacer, ni qué decir. No me ha molestado, pero tampoco sé cómo digerirlo. Nunca me había besado
con una chica. Algo superada, bajo la cabeza y suspiro hondo. Erika vuelve a acariciarme la mejilla y, sin ni siquiera saber por qué, miro a Pedro. Está sentado, contemplándome, saboreando todo lo que estoy sintiendo. Placer y curiosidad. Placer y curiosidad. De pronto no puedo pensar en otra cosa.
Erika vuelve a besarme. Me acaricia los labios dulcemente con su legua. Es muy agradable. Alzo la cabeza y le doy más espacio para seguir haciéndolo. Repite su beso y suavemente me obliga a abrir la boca. Yo me dejo llevar, cierro los ojos y simplemente pienso en Pedro. No imaginando que es él quien me besa, sino disfrutando del placer que le estoy provocando, del mío propio y del deseo de los tres.
Cuando nos separamos, no puedo evitar sonreír tímida y apartar mi mirada algo ruborizada sin darme cuenta de que, al hacerlo, le estoy regalando esa visión precisamente a Pedro. Él sonríe y el deseo en su mirada se multiplica por mil.
Erika me toma de la mano y despacio caminamos hasta él.
Pedro le devuelve el vaso y, tomándome por las caderas, brusco, me recoloca entre su piernas. Yo gimo encantada y él sonríe. Me da un beso en el estómago y desliza su boca encendiendo mi piel con su cálido aliento hasta llegar al centro de mi sexo. Vuelvo a gemir y Pedro vuelve a sonreír torturador.
Esconde sus dedos índice y corazón entre mi piel y la tela de mis bragas y despacio se deshace de ellas. Suspiro hondo tratando de controlar mi propia respiración, desbocada al sentirme desnuda por y para él.
Pedro alza la mirada y sus ojos, ahora increíblemente azules, me dominan sin asomo de duda.
Se recuesta y, sin desatar nuestras miradas, se lleva una mano a los pantalones. Una sola pasada por encima de la tela a medida hace que mi vista vuele hacia ella como si estuviera atraída por una fuerza más potente que la gravedad. Pedro se desabrocha los pantalones y libera su
perfecta y provocadora polla. Sonríe presuntuoso y sexy al ver cómo esa parte de su cuerpo me tiene absolutamente hechizada y se saca un preservativo del bolsillo. Rasga el envoltorio con los dientes y hábil y rápido envuelve su increíble erección con él.
Antes de que pueda decir nada, vuelve a cogerme por las caderas y me gira. Tira de mí hasta arrodillarme a horcajadas, de espaldas a él. Con una mano controla mi cadera y con la otra guía su miembro. Gimo al notarlo en la entrada de mi sexo. Pedro decide torturarme y durante un
segundo se limita a jugar en mi entrada, acariciándome. No tiene piedad.
—Pe… —gimo—… ¡dro!
Su nombre se transforma en un grito cuando me embiste con fuerza ensartándome por completo.
Se mueve duro, fuerte. Sus manos en mis caderas me guían, me hace bajar hasta abajo y volver a subir mientras él hace los movimientos inversos chocándonos una y otra vez llenos de un placer absolutamente enloquecedor.
—Joder, joder, joder —gimo.
Erika, hasta ahora simple espectadora, se arrodilla frente a nosotros.
Pedro le acaricia la mejilla, pierde la mano en su pelo y la inclina hacia delante.
—¡Dios! —grito.
Su primer beso, justo en el centro de mi sexo, ha sido demencial.
Trato de poner un poco de orden en mis ideas, entender lo que está pasando, pero no soy capaz. El placer es absoluto, indomable, espectacular. Bajo la mirada y estoy a punto de correrme sólo con toda la sensualidad que desprende la escena. Con una mano Pedro me controla a mí, mis subidas, mis bajadas, mis gemidos; con la otra, a Erika, con su pelo enredado alrededor de su mano, acercándola, alejándola de mí, ordenándole sin palabras cuándo puede parar y cuándo no. Todo sin dejar de embestirme.
Gimo. Grito. Jadeo.
Las piernas comienzan a fallarme. Mi cuerpo se tensa. Arde. Grito.
¡Me corro!
Mis gritos hacen que Pedro aumente su ritmo.
Cierro los ojos.
Placer. Placer. Placer. Sólo soy placer y un espectacular orgasmo despertando y domando cada terminación nerviosa de mi cuerpo.
Me dejo caer sobre Pedro y él responde girando mi inconexo
cuerpo entre sus manos y besándome con fuerza. Siento el sofá ceder cuando Erika se arrodilla a nuestro lado. Quiero abrir los ojos, pero no soy capaz. Ella también me besa. Sólo somos bocas, lenguas y manos acariciándonos, alargando todo el placer y fomentando aún más el deseo.
Al fin consigo abrir los ojos y sonrío como una idiota. Pedro me besa una vez más y Erika, otra vez tras una mirada de este dios del sexo, se levanta y me toma de la mano.
Me sonríe traviesa justo antes de tirar suavemente de mi mano y arrodillarse en el suelo. Yo la imito y en ese preciso instante Pedro se levanta. Se quita el condón y, apenas en un par de segundos, se queda gloriosamente desnudo frente a nosotras.
Toma su dura polla y despacio sigue el contorno de mi boca con ella al tiempo que pierde su mano libre en mi pelo. Se separa apenas unos centímetros y yo, sin levantar mis ojos de él, me muerdo el labio inferior esperando a que me deje saborearla. Sonríe, un segundo, y me embiste con fuerza, reactivando todo mi placer. Brusco ladea mi cabeza y entra tal y como quiere. Hasta el final. Sin delicadeza. Y, casi sin darme cuenta, entiendo que está haciendo conmigo lo que quiere y, lejos de asustarme, como pensé que ocurriría, me provoca un placer casi infinito.
Pedro sale por completo dejándome que disfrute de su glande y se inclina sobre Erika. Ella me toma el relevo ante mi atenta y lujuriosa mirada. Pedro entra y sale de su boca, rápido, tosco y, cuando una lágrima cae por la mejilla de la chica y se pierde en una sonrisa extasiada, mi excitación sube un escalón más.
—Quiero las bocas de las dos —gruñe Pedro con la voz llena de deseo. Me inclino hacia él y Erika se hace a un lado. Pedro se desliza entre las dos. Nuestras bocas lo acarician, lo acogen y también se encuentran en este baile de lenguas y piel rebosante de una excitación que casi raya en el pecado original.
Nos embiste con fuerza, se separa por completo y da un paso en mi dirección. Se desliza en mi boca, sólo en la mía, y yo lo recibo encantada.
Cuando su velocidad aumenta, atrevida, le enseño los dientes.
—Joder, Paula —gruñe.
Entra triunfal, acariciándome el velo del paladar, y con la segunda embestida larga y profunda sus piernas se tensan y se pierde en mi boca derramando su esencia salada y caliente. Trago instintivamente, esperando absolutamente entregada a que abra los ojos. Al hacerlo, me doy cuenta de que son más azules que nunca. Continúa entrando y saliendo de mí «despacio» y a nuestro alrededor se va creando una intimidad sexy pero también muy dulce. Algo que sólo nos ata y nos incumbe a nosotros dos.
Nunca le había permitido a un chico hacer eso, pero soy plenamente consciente de que, de haberlo hecho, no me habría sentido así. Le despido con un húmedo beso en la punta y nuestras sonrisas se encuentran. No estábamos compitiendo por él, pero Pedro me ha elegido a mí.
Acuna mi cara entre sus manos y, a la vez que se inclina, me obliga a estirarme y en un fluido movimiento nuestras bocas se encuentran. De pronto una punzada de celos que nunca había sentido se despierta en mí.
Pedro me levanta del suelo y nos tumba en el sofá. Nuestros
cuerpos se enredan por completo mientras me besa con fuerza.
—Largo —le dice a Erika sin ni siquiera mirarla y ella, sin decir una palabra, se marcha.
No sé cuánto tiempo pasamos simplemente así, besándonos, sintiendo el calor que emana del cuerpo del otro.
—¿Estás bien? —pregunta separándose lo justo para que nuestras miradas se encuentren.
Yo asiento con una sonrisa. Estoy volando montada encima de un unicornio mientras suena música de John Newman.
—Sí —le confirmo.
Los detalles prefiero guardármelos para mí.
—Perfecto —responde justo antes de darme un sonoro beso en los labios—. Ducha y cena, Pecosa.
Pedro se levanta enérgico, recupera su vaso de Glenlivet y le da un trago. Yo me incorporo con una sonrisa y, perezosa, me quedo sentada en el sofá.
—Acepto ducha, pero no cena.
Pedro frunce el ceño imperceptiblemente a modo de pregunta tras apurar su copa.
—He quedado con Lola —me explico.
—Pues tendrá que ser sólo ducha —comenta encogiéndose de hombros— o ducha y sexo o, mejor aún, ducha y sexo oral.
Yo pongo los ojos en blanco fingidamente exasperada mientras me levanto. Me está costando un mundo no echarme a reír.
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