lunes, 17 de julio de 2017

CAPITULO 45 (SEGUNDA HISTORIA)




El despertador suena. Lo apago de un manotazo y abro los ojos. Creo que nunca llegué a dormirme del todo. Debería levantarme, ducharme, ir al trabajo... en pocas palabras, seguir adelante con mi vida. Ayer sólo pasó lo que tenía que pasar. Pedro y yo no podemos estar juntos. Además, me conozco demasiado bien como para saber que ese «sólo quiero dormir y olvidarme de todo» se transformará en «sólo quiero estar en el sofá y olvidarme de todo» y acabará siendo «sólo quiero llevar mi pijama más feo y ver películas de los ochenta durante dos días mientras mis amigas me llaman para ver si sigo viva y, por supuesto, olvidarme de todo». Preferiría no llegar a ese punto.


Me arrastro hasta el baño y me preparo para ir a trabajar.


Desayuno y llego a la oficina puntual como un reloj. Scott me pone al día de todo lo que hicieron ayer, pero estoy distraída y apenas presto atención. Ni siquiera escucho el nombre de las empresas responsables de las inversiones que vamos a estudiar hoy. Mentiría si dijera que me importa.


Las chicas me mandan media docena de whatsapps y acabo cediendo a que comamos juntas mañana y después nos vayamos de tiendas para buscar qué ponernos para la fiesta que el sábado que viene Elisa organiza en la Sociedad Histórica. No quiero ir, pero no me queda otro remedio.


Poco antes de las cinco, llaman a la puerta de mi despacho. Doy paso y Scott entra con varias carpetas.


—Deberías ver esto —me informa tendiéndome un par de hojas grapadas en la esquina superior.


Tampoco tengo prisa por irme a casa.


En cuanto mis ojos se posan en la primera línea, frunzo el ceño y presto verdadera atención. Son movimientos de dinero entre personas, no entre empresas, por compras de bienes inmuebles, obras de arte… todo lo relativo a una empresa con sede en Alemania. Aparecen decenas de nombres como beneficiarios de las operaciones, así que, en teoría, no es nada ilegal.


Lo curioso es que todos forman parte de la cúpula ejecutiva de la misma empresa.


Alzo la mirada y, cuando me encuentro con la de Scott, levanta las cejas. No es ilegal, pero tampoco común y, desde luego, sí muy sospechoso.


Me levanto de un salto, cojo los dosieres que me tiende y abro el primero. Sólo necesito revisar un par de operaciones para darme cuenta de que hay claros indicios de delito.


—Esto es saturación de capital y malversación —digo sin asomo de dudas, ojeando el resto de los documentos.


—¿Saturación de capital? —pregunta Scott confundido.


No le culpo. Esa práctica dejó de ser común en los años setenta.


—Para controlar una empresa, compran todos sus activos, desde pequeños paquetes de acciones hasta las obras de arte del hall de su sede central —le explico sin dejar de mirar carpetas—. Lo hacen desde distintas cuentas a nombre de distintas personas. Los beneficios que obtienen por las operaciones y los activos que han conseguido se filtran a través de otros pagos, como minutas de abogados o comisiones de negociaciones legales, y al final todo llega a una única persona. En esta ocasión, el dueño de la compañía. —Echo un vistazo a la hoja que tengo entre manos hasta llegar a su nombre—. Peter Cosgrow.


Me suena ese nombre.


—¿Cómo se llama la empresa? —pregunto buscando yo también el nombre en los documentos.


—Silver Grant.


No puede ser.


Salgo disparada hacia el archivador y rescato todas las carpetas del asunto Foster. Silver Grant es la empresa que trabajaba para Pedro. Busco la que me interesa y la abro con manos aceleradas. Si utilizaron las comisiones de las inversiones de Foster para blanquear la compra de la compañía alemana, las cuentas no casarían, dando la sensación de que Benjamin Foster, o Alfonso, Fitzgerald y Brent como su empresa inversora, habían desfalcado.


—Por favor, por favor —murmuro.


Llego a las inversiones en cuestión. Compruebo las cifras.


—¡Sí! —grito feliz.


¡Acaba de quedar demostrado que Pedro es inocente!


Arranco del dosier la hoja con las cifras y regreso hasta Scott. Cuando estoy a punto de alcanzarlo, caigo en la cuenta de que Silver Grant es la empresa donde trabaja Christian. Frunzo los labios y durante un segundo valoro seriamente la posibilidad de no denunciarla.


—Designa a un tercer analista —digo al fin—. Comparad todas las cifras de las inversiones de Foster con el dinero que Silver Grant declaró en comisiones y el que, en esas mismas fechas, sus empleados declararon como beneficios de inversiones personales. Cuando lo tengas todo, inicia los trámites de denuncia.


Por mucho que Christian trabaje allí, no puedo permitir que un delito así quede sin castigo.


Scott asiente y se marcha de mi despacho. Yo rodeo mi mesa y con una sonrisa de oreja a oreja descuelgo. Sin embargo, cuando estoy a punto de marcar el número de Pedro, mi gesto se apaga.


No puedo llamarlo. Lo que había entre nosotros, fuera lo que fuese, se acabó.


Cuelgo el teléfono de un golpe y me derrumbo en mi sillón.


Lo echo de menos y no debería. Sólo teníamos un trato. 


Sabía que lo nuestro se acabaría.



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