lunes, 17 de julio de 2017

CAPITULO 41 (SEGUNDA HISTORIA)




No pego ojo en toda la noche. No tengo fuerzas para ir a trabajar y le envío un email a Scott con todos los asuntos que me gustaría que se cerrasen hoy. No quiero salir de la cama; sin embargo, Ale no piensa lo mismo y a las nueve y media, minuto arriba minuto abajo, entra en la habitación
sin ninguna piedad, me arranca el nórdico y me arrastra tirándome del tobillo hasta que doy con mi trasero sobre el parqué. Cuando ya está satisfecho por todo el caos que ha creado a mi alrededor, se sacude las manos y sale del cuarto de invitados.


Yo me levanto malhumorada, me recoloco el inmenso pijama de Ale y salgo tras él al salón.


—Eres un bruto —me quejo acariciándome el trasero.


Seguro que acaba saliéndome un moratón.


—Soy tu hermano mayor —replica—, y una de mis obligaciones es encargarme de que desayunes, marinera.


—No quiero desayunar —contesto enfurruñada.


—Meeeec —dice imitando los sonidos de los concursos de la tele—, respuesta incorrecta.


A Sofia le va a encantar saber que él también hace eso.


—No tengo hambre —respondo mecánica y también muy displicente alargando todas las vocales.


—Me da igual —sentencia terminándose su taza de café de un trago, girando sobre sus pies y dejándola en la pila—. Ahí tienes café —continúa señalando la cafetera italiana de ultradiseño—; en la nevera, leche, y voy a bajar a comprarte una caja de Capitán Crunch —concluye con cara de asco.


Aunque es lo último que me apetece, sonrío.


—Están buenísimos —digo sin asomo de dudas.


—Por favor, ¿qué clase de educación te he dado? Todo el mundo sabe que los mejores cereales son los Froot Loops.


—Idiota —me quejo.


—Fea.


—Feo —replico y le dedico mi mejor mohín.


Ale sonríe de oreja a oreja poniéndose la cazadora, camina hasta mí y se inclina para darme un beso en la mejilla.


—Eso es lo que quería —murmura feliz por haber conseguido que entre en el juego.


—Lárgate —le digo fingidamente hostil.


Me encantaría contarle lo que me pasa, pero no puedo.


Ale se dirige hacia la puerta, la abre y en ese preciso instante da un paso atrás. Parece realmente sorprendido de lo que ha encontrado al otro lado.


—¿Qué haces aquí? —pregunta extrañado.


—Tengo que hablar con Paula.


Su voz me sobresalta. Es Pedro. ¿Cómo se ha atrevido a venir hasta aquí?


—Es algo importante del proyecto —continúa—. Me ha mandado un mensaje diciéndome que estaba aquí —miente descaradamente.


Alejandro se hace a un lado y su hermano entra. Pedro me recorre de arriba abajo y su mirada se recrudece. Una parte de mí no para de gritarme que corra, me tire en sus brazos y no lo suelte jamás, pero la otra no puede evitar verlo una y otra vez atravesar la puerta de mi dormitorio llevando a Natalie de la mano. Esa parte no ha dejado de llorar desde anoche y ahora se está poniendo las pinturas de guerra por puro instinto de supervivencia.


—Toda tuya —le dice Ale saliendo.


Yo ya no soy nada suyo.


Me obligo a estar furiosa. Estar furiosa es mejor que estar triste. Las chicas furiosas no hacen estupideces con el chico equivocado.


La puerta se cierra y creo que el sonido me corta la respiración. Estamos solos.


—¿Cómo te has atrevido a venir aquí? —siseo.


—Ese pijama es de Alejandro —ruge lleno de rabia, caminando hasta mí e ignorando por completo mi pregunta—. Quítatelo.


¿Se ha vuelto loco? No pienso desnudarme delante de él.


—No —respondo sin dejar lugar a una mísera duda.


—Quítatelo —repite aún más exigente, más impaciente… 


¿más asustado?


Está al límite.


Frunzo el ceño imperceptible absolutamente confusa, pero Pedro, sin dudarlo, cruza la distancia que nos separa, me toma de las caderas y me tumba en el suelo arrodillándose sobre mí, atrapando mi cintura entre sus piernas. Yo lo empujo, trato de zafarme, pero no lo consigo.


—¡Suéltame! —grito, pero no me escucha.


Sus manos vuelan ágiles y se deshacen de la parte de arriba del pijama. Sigo luchando, sigo moviéndome, pero no obtengo ningún resultado. Me quita la parte de abajo y, aunque sea una auténtica locura, tengo la sensación de que por fin vuelve a respirar. Con la respiración acelerada y el corazón latiéndome desbocado, me tomo un kamikaze segundo para observarlo, ¿qué le pasa? Algo dentro de mí sólo quiere alzar la mano y acariciarlo, calmarlo, pero no me permito que esa sensación crezca y lucho por soltarme de nuevo. No se merece que me sienta así. ¡Besó a Natalie!


Pedro agarra mis muñecas y las lleva contra el suelo, a ambos lados de mi cabeza, sujetándolas con las suyas. Trata de atrapar mi mirada, pero no se lo permito. ¿Cuántas veces hemos estado en esta situación? ¿Cuántas veces no me ha dejado odiarle? ¡Me merezco poder odiarle! ¡Maldita sea, me lo he ganado!


—Lo siento —pronuncia.


Esas dos únicas palabras detienen todos mis movimientos y me hacen buscar desesperada sus ojos verdes. No está jugando. No se está riendo de mí. Se está disculpando por todo lo que pasó ayer, por todo el daño que me hizo, y mi cuerpo se llena de una calidez que ni siquiera entiendo.


Pedro libera mis muñecas sabiendo que ya no escaparé, que he dejado de luchar. Su mano se desliza sobre mi piel y despacio, casi agónicamente, deja caer su frente sobre la mía.


—Me estoy obsesionando contigo, Paula —susurra.


No puedo pensar. No quiero. Sólo le necesito a él.


—Por eso no volveremos a estar juntos si Natalie no está delante.


Sus palabras me atraviesan por dentro y me hacen demasiado daño. Me dice que lo siente. Me permite ver algo diferente. Que suba alto. Y después me tira hacia abajo con crueldad. ¿Por qué?


Serpenteo bajo su cuerpo huyendo de él y me pongo de pie rápidamente. No soy ninguna estúpida.


Soy plenamente consciente de que me ha dejado escapar.


Me alejo unos pasos recogiendo el pijama mientras él se incorpora.


El ambiente entre los dos se intensifica, da igual que estemos separados por el inmenso salón de Ale. Él aprieta los labios. La rabia y el dolor se recrudecen en su increíble mirada.


—Entre nosotros no puede haber nada, Paula. Da igual cuánto lo desee.


—¿Y por qué no? —No consigo entenderlo—. ¿Por qué no podemos estar juntos?


Mis ojos se llenan de lágrimas otra vez.


—¿Quieres aprender algo? —inquiere—. Aprende esto: tienes que alejarte de las personas que no son buenas para ti.


—¿Por qué no eres bueno para mí?


Mi voz ha sonado casi como una súplica, pero no me importa.


En ese momento unos pasos en el rellano atraviesan el ambiente. Miro a Pedro por última vez.


Aprieta con fuerza la mandíbula y toda su actitud se llena de una tensión indecible. Él tampoco quiere esto, él también lo odia tanto como yo. No quiere tener que callarse. No quiere tener que dejarme aquí con Ale.


—Ven al Archetype. Esta noche. —Ale gira la llave en la cerradura—. Déjame despedirme de ti.


La puerta se abre.


Miro a Pedro por última vez y corro hacia la habitación de invitados. Echo el pestillo y me apoyo contra la puerta absolutamente sobrepasada.


Los escucho hablar en el salón, pero no logro distinguir qué dicen. Apenas un segundo después, suena la puerta principal. Pedro se ha marchado.


Cierro los ojos y por enésima vez desde que lo conozco trato de poner en orden mis ideas. Él también quiere estar conmigo. ¿Por qué no podemos olvidarnos de todo? 


Cabeceo negando mi propia petición. No puedo tener una relación Pedro. Él no es para mí. Yo no soy para él. No saldría bien, pero, si voy a tener que renunciar a él, también quiero despedirme, también quiero sentirlo por última vez.






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