miércoles, 26 de julio de 2017
CAPITULO 23 (TERCERA HISTORIA)
No bajo a comer. La cabeza me va a mil kilómetros por hora.
Sin embargo, cuando son más de las cinco y no he visto a Paula, una punzada de culpabilidad me atraviesa. Quizá debería buscarla, hablar con ella. En mitad de todos esos pensamientos inconexos, oigo unos tacones subir las escaleras y mi cuerpo se tensa de repente.
Aprieto la mandíbula y me obligo a relajarme y a continuar revisando la carpeta que tengo delante y con la que llevo trabajando, incapaz de concentrarme, prácticamente desde que Paula se marchó. No tengo por qué darle más vueltas y lo que ha pasado ni siquiera tiene por qué cambiar las cosas.
El rumor de los pasos se hace más cercano. La presión bajo mis costillas se intensifica. Y finalmente Amelia entra en la habitación.
Pestañeo confuso. Estaba convencido de que sería Paula.
¿Dónde está Paula?
—Pedro, la señorita Chaves me ha pedido que suba con usted para terminar todos los asuntos que quedan pendientes —me explica tendiéndome unos dosieres. No necesito verlos para saber que son los que Paula se llevó a casa para seguir estudiándolos allí—. Si está de acuerdo, a partir de ahora yo trabajaré con usted.
Pero ¿qué coño...?
—¿Dónde está Paula? —repito, esta vez en voz alta.
La rabia inunda mi voz, aunque no es lo que quiero.
—Abajo —responde lacónica.
Me humedezco el labio inferior, me levanto y salgo de la estancia sin dar explicaciones. Creo que bajo los escalones de dos en dos o de tres en tres, qué coño sé. Nunca había estado tan furioso.
Empujo la puerta de acceso a las escaleras con fuerza y no tardo más de un par de segundos en divisarla entrando en mi despacho con varias carpetas en la mano. Atravieso la planta como un ciclón, entro en mi oficina y cierro de un portazo. El ruido le hace dar un respingo cuando dejaba los archivos sobre mi mesa y se gira con la respiración agitada.
—Si no quieres verme, ten el valor de decírmelo —rujo caminando hasta ella—. No te comportes como una cría y envíes a una de tus amigas. Llevo trabajando en esta maldita empresa más de un mes y ya he perdido bastante tiempo enseñándote. No pienso empezar de cero con otra secretaria.
¡Joder! ¡Estoy muy cabreado!
—Lo siento —murmura.
—Eso no me vale —replico apuntando la mesa con el índice.
¿Por qué me ha molestado tanto que quisiese evitarme?
—¿Y qué quieres que te diga? —responde tan molesta como yo.
—Quiero que me digas que entiendes cómo son las cosas. Somos adultos, Paula. Lo que ha pasado no tiene por qué significar nada.
Mis últimas palabras nos silencian de golpe y yo me arrepiento nada más pronunciarlas. No sólo porque sean mentira y, por mucho que intente negármelo, sea plenamente consciente de ello, sino por la mirada que ella me devuelve. Nunca pensé que podría removerme de esa
manera que alguien me mirara así.
—¿Eso es lo que te preocupa? —inquiere dolida, pero, sobre todo, decepcionada —, ¿que me pille por ti y me convierta en un estorbo?
—Yo no he dicho eso.
Es lo último que quería decir, joder.
—Claro que sí —sentencia.
Frunzo el ceño. ¿Y por qué coño está tan segura? ¿Por qué siempre tiene que pensar que me acabaré comportando como un auténtico cabrón? Ahora ya tengo dos putos motivos para estar cabreado.
—¿Por qué siempre tienes que pensar lo peor de mí?
—Porque así es cómo te comportas con las mujeres, siempre —pronuncia sin dudarlo un mísero segundo—. ¿Qué tal si le preguntamos a la pobre Evelyn?
No me puedo creer que se haya atrevido a mencionarla. Mi enfado se esfuma de golpe y otro mucho más profundo ocupa su lugar.
—Tú no tienes ni idea de cómo me comporto con las mujeres —escupo con la voz amenazadoramente suave—. ¿Crees que, porque hayamos charlado sobre sexo un par de veces y haya bromeado contigo, sabes cómo soy? Yo jamás he engañado a una mujer y nunca les he dado falsas esperanzas, y no pienso empezar contigo.
Paula me mantiene la mirada, pero mis palabras pesan más y acaba apartándola. Asiente varias veces y, sin decir nada más, sale de la habitación. Yo observo la puerta por la que acaba de marcharse y finalmente lanzo un «joder» entre dientes a la vez que me dejo caer hasta sentarme en la mesa y me paso las manos por el pelo para dejarlas en mi nuca.
¿Por qué ha tenido que mencionar a Evelyn?
¡Joder!
Los motivos por los que me hice ese tatuaje resplandecen con fuerza, pero, como si no fuese capaz de ver las putas señales, me incorporo de un salto y salgo del despacho.
Atravieso la planta aún más rápido que antes. Su oficina está entreabierta. No está. La puerta de acceso a las escaleras entra en mi campo de visión. Subo los escalones de prisa.
Entro en la estancia. Otra vez sin avisar, sin saludar.
—No quería decir eso.
No estoy seguro de que sea una disculpa, pero, desde luego, no uso el tono adecuado.
—No tienes que disculparte.
—Paula...
—Pedro, déjalo estar.
—No pienso dejarlo estar.
—Por favor...
—Paula —repito interrumpiéndola.
—Era mi primer orgasmo, ¿vale? —prácticamente grita.
¿Qué?
Mi cerebro se niega a procesar lo que acaba de escuchar. Es imposible. Paula me mira abochornada y nerviosa. Tiene el cuerpo tenso y diría que está pensando en salir corriendo en cualquier momento. Es preciosa... ¿Cómo es posible que nunca haya estado con un chico que haya sabido lo que se hacía?
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Uyyyyyyyyyy, qué intensos los 5 caps. Están jugando como perro y gato jajajaja.
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