miércoles, 28 de junio de 2017

CAPITULO 51 (PRIMERA HISTORIA)




Me humedezco el labio inferior tratando de contener mis lágrimas. No sé de qué me sorprendo. Se lo he visto hacer con varias chicas. Puede que yo me vaya con una reserva para una habitación en uno de los mejores hoteles de la ciudad y no mientras se toma un café recién levantado, pero el resultado es el mismo. Me está alejando de él.


Sin embargo, no puedo marcharme sin más. Es obvio que le ha pasado algo. Debo de ser la más estúpida entre las estúpidas, pero creo que me necesita.


—No voy a irme sin saber qué te ha pasado.


—Paula —me reprende.


—Tienes la mano ensangrentada. Es obvio que te has peleado con alguien.


—Paula—repite.


Está llegando al límite.


—¿Qué ha ocurrido?


—¡Basta ya! —Su voz está endurecida, demasiado intimidante, demasiado exigente.


Mis protestas se callan de golpe.


—Quiero que te vayas —sentencia—. Me comporto como un auténtico cabrón contigo y tú sigues ahí tan entregada y tan enamorada. Te traje aquí porque quería echarte un polvo, nada más, y eso se acabó.


Yo asiento y otra vez lucho por contener las lágrimas. Una parte de mí sencillamente se niega a creerlo. No después de todo lo que vivimos ayer y de la manera tan dulce en la que me hizo el amor esta mañana.


—¿Cómo puedes decir que sólo querías sexo después de lo que ha pasado esta mañana?


—Lo de esta mañana ha sido una estupidez. Yo no te quiero, Paula. Nunca voy a quererte.


No hay un solo atisbo de duda en su voz, únicamente rabia y dolor.


Clavo mi mirada en el suelo y resoplo obligándome a no llorar, pero no puedo evitar que una primera lágrima caiga por mi mejilla.


Corro hasta la habitación, abro la maleta que hoy mismo guardé en el vestidor y, sin poder dejar de llorar, meto lo más de prisa que puedo toda mi ropa en ella.


Esto me pasa por confiar en quien no debo, por pensar que la vida es como una novela romántica, por no ser honesta, ni lista, ni leal conmigo misma. Ahora estoy enamorada de Pedro Alfonso y él acaba de echarme de su casa.


Me sorbo los mocos, cierro la maleta de golpe y salgo del vestidor.


Veo uno de sus coches de colección, el Alfa Romeo Giulia Spider negro de 1963 y, antes de que la idea cristalice en mi mente, lo cojo con manos temblorosas y lo guardo en mi maleta.


Cuando salgo al salón, a pesar de que es lo último que quiero, me hago plenamente consciente de Pedro. Está nervioso, inquieto. Es obvio que le ha pasado algo, pero también está claro que no quiere contármelo, que ni siquiera me quiere cerca. Contengo un nuevo sollozo. Lo de no llorar delante de él sigue en pie.


Pedro ni siquiera me mira. Su vista está perdida en el inmenso ventanal.


El unicornio se ha desbocado, me ha tirado al suelo y se ha largado riéndose de mí.


—No voy a quedarme en el Saint Regis —digo dejando la
identificación del trabajo y mi iPhone sobre la isla de la cocina—. No quiero nada de ti, Pedro.


Mis palabras le hacen volverse. Observa lo que he dejado sobre la barra, pero su gesto permanece imperturbable. ¿Ni siquiera le duele un poco? Llamo al ascensor. Está en planta, así que las puertas se abren inmediatamente.


—Adiós —murmuro.


Pero él no contesta. Ni siquiera va a regalarme esa última palabra.


Las puertas se cierran y, antes de que pueda controlarlo, rompo a llorar otra vez. No he querido hacerlo delante de él por un estúpido ataque de orgullo, pero ya no hay ningún hombre guapísimo de ojos aguamarina mirándome. Puedo dejar de fingir que soy fuerte y que estar alejándome de él no me está destrozando por dentro.


Cuando Lola abre la puerta y me encuentra al otro lado llorando como una Magdalena con la nariz y los ojos rojos y sosteniendo mi maleta, suspira y me abraza con fuerza.


—Te dije que no te enamoraras de él —me recuerda.


La combinación perfecta de palabras para que llore todavía más desconsoladamente. Me recuerdan que soy una idiota por no comprender que era obvio que las cosas terminarían así y una idiota todavía mayor por, aún comprendiéndolo, haberme colado de esta manera por él.


Esa noche duermo, más que mal, fatal. La paso entera llorando en el sofá de Lola. Me ha ofrecido su cama, pero yo he preferido la relativa intimidad del salón. Sin embargo, en mitad de la noche, en un ataque de perversa memoria, me he recordado a mí misma que estoy en un tresillo y durante un microsegundo suicida he pensado que Pedro vendría a buscarme. Ha sido en ese instante en el que no sigues dormido pero aún no te has despertado del todo y, cuando lo he hecho, me he querido morir.


Pedro no está y no va a volver.





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