miércoles, 28 de junio de 2017
CAPITULO 52 (PRIMERA HISTORIA)
Me despierta la lluvia contra la ventana del salón. Ayer hacia sol y hoy parece que estamos a dos nubes del diluvio universal. Una buena metáfora de mi penosa vida. Resoplo a la vez que giro en el pequeño sofá.
Era prácticamente imposible que esta historia terminara bien.
Estamos en el mundo real, no en un cuento de hadas, aunque se estuviese pareciendo bastante. Sólo teníamos que cambiar el caballo blanco por un jaguar, el castillo por un ático en Park Avenue y al príncipe por un dios del sexo presuntuoso, engreído e incapaz de albergar ningún sentimiento. Sacudo la cabeza. Ni siquiera después de que me echara de su casa de esa manera puedo pensar que sea incapaz de sentir algo. Sé que todo lo que ocurrió con Franco significó algo para él y, sobre todo, sé que aquella mañana de sexo somnoliento significó algo para él. Fue demasiado intenso, demasiado especial.
Vuelvo a girarme exasperada a la vez que clavo mi mirada en el techo. Acabo de llegar a dos conclusiones. La primera, Pedro es un bastardo con todas las letras. Una verdad simple y sencilla que tengo que asumir de una maldita vez. Soy rematadamente estúpida. No tengo ni un mínimo instinto de supervivencia sentimental. Si mi vida fuera una película, me enamoraría de Bogart en Casablanca, de Daniel Cleaver en Bridget Jones, del vampiro que aún no ha superado su sed de sangre humana en Crepúsculo. Así que la segunda conclusión es que, por mi bien, tengo que aprender a ser más lista y entender que lo que quiero no es siempre, o mejor dicho, casi nunca, lo que me conviene.
Lola se levanta poco después. Prepara un desayuno con el que podrían alimentarse cuatro estibadores de puerto y nos lo comemos viendo una reposición de la famosa telenovela «The Young and The Restless». Ella intenta hacerme hablar, pero no me apetece. Prefiero que nos concentremos en los problemas de las vidas ajenas, como en los de la protagonista del culebrón, Lauren Fenmore-Baldwin; sólo con esos apellidos ya suena a vida sentimental convulsa.
No deben de ser más de las diez cuando llaman a la puerta.
Lola va a abrir. La oigo cuchichear en la entrada y a los pocos minutos regresa con expresión seria. Lo primero que pienso es que se trata de Pedro, pero automáticamente descarto la idea. Si se hubiese atrevido a venir, cosa poco probable, los gritos de Lola se hubiesen oído en todo el Lower East Side.
—Paula, Jeremias Colton está aquí. Quiere hablar contigo. ¿Lo dejo pasar?
Miro a Lola y lo pienso un instante. Ya he tomado la decisión de dejar la empresa y él es uno de los mejores amigos de Pedro. No entiendo a qué ha venido. Sin embargo, no voy a negar que sigo preocupada por cómo regresó Pedro a su apartamento. Es obvio que se peleó con alguien. Resoplo.
Maldita curiosidad y maldito sentimiento católico de culpa de familia irlandesa de clase media. ¡No os necesito!
—Dile que pase —murmuro levantándome con mi taza de café en la mano.
Jeremias entra en el pequeño salón de Lola con paso lento pero muy seguro. Creo que nunca he visto a ninguno de los tres caminar con paso dubitativo. Me observa y me sonríe con ternura. Supongo que el viejo chándal de Lola que llevo, la camiseta enorme y la rebeca aún más grande, le han dado la pista definitiva de que, en efecto, estoy hecha polvo.
«Paula Chaves desfilando por el salón de su amiga transexual demostrando una vez más ante un hombre guapo y rico el chiste continuo que es su vida.»
—¿Cómo estás? —me pregunta.
Sé que de verdad está interesado. No es una pregunta de puro trámite.
—Bien —respondo encogiéndome de hombros—. ¿Nos sentamos? —inquiero señalando la mesa.
Jeremias asiente y despacio caminamos hasta la mesa cuadrada de madera. Es pequeña, pero tiene espacio para cuatro comensales. Me siento en una de las sillas, atrapando mi pierna bajo mi trasero. Jeremias lo hace junto a mí. Lola entra en la cocina y sale unos segundos después con una taza de café para él, que se lo agradece educado justo antes de que mi amiga se marche de nuevo para dejarnos algo de intimidad.
Jeremias debe de ser de una de esas familias de Glen Cove que siempre han sido ricas. Se le nota en esos modales tan educados intrínsecos en él y, sobre todo, en la manera en que está un escalón por encima de todo. Su arrogancia es aún más instintiva en él. Es su manera de ver el mundo.
—Me alegra que estés bien. —Otra vez sus perfectos modales.
—Me gusta estar aquí con Lola.
Él asiente y le da un sorbo a su café. Yo tengo la taza cogida, pero no bebo. Creo que sólo lo hago para tener algo caliente entre las manos.
Estoy muy nerviosa y esa sensación me calma o, por lo menos, me calmaba.
—Paula, si he venido aquí es porque Pedro nos ha dicho que has renunciado al trabajo.
Asiento nerviosa.
—Es lo mejor —me reafirmo—. Además, ni siquiera estaba
preparada para el puesto que Pedro me había dado. Es mejor dejar las cosas así —me parafraseo.
—Es cierto que probablemente no estás preparada para ser ejecutiva júnior —los dos sonreímos pero a ninguno nos llega a los ojos: es más que obvio—, pero los tres estamos muy contentos con el trabajo que has estado haciendo. Has aprendido rápido y mucho. Octavio y yo —hace una pequeña pausa— y también Pedro —sentencia como si le pareciese una estupidez ocultarlo— queremos que te lo replantees.
Abro la boca dispuesta a decir de nuevo que no, pero Jeremias alza suavemente la mano, interrumpiéndome.
—Puedes empezar como asistente de oficina. Nos ayudarás a los tres —hace un suave hincapié en el número. Una manera de decirme que no tendré que vérmelas a solas con Pedro—. Y seguirás aprendiendo. Además, podrás continuar estudiando.
—No voy a continuar estudiando —me sincero.
No puedo permitir que Pedro me siga pagando la universidad.
—La empresa se haría cargo de tus gastos universitarios —replica comprendiendo perfectamente cuáles son mis reticencias—. Sería un crédito. En tu nomina de cada semana te descontaríamos una pequeña cantidad.
Niego con la cabeza. No quiero sonar desagradecida, pero, al final, sería lo mismo que si Pedro continuara haciéndose cargo.
—No te lo tomes como caridad —añade Jeremias y sé que ha usado esa palabra de una manera completamente deliberada. Es plenamente consciente de cómo me siento—. Entiéndelo como lo que es. Hemos encontrado una buena asistente que el día de mañana será un valioso activo para nuestra compañía y queremos asegurarnos de que llegue a ese punto lo más rápido posible y con la mejor formación.
Me humedezco el labio inferior y pierdo mi vista primero en un simple recorrido por el pequeño salón y después en la ventana. Tenía las ideas muy claras, pero está consiguiendo que dude.
—Paula —me llama devolviéndome al aquí y ahora—, Pedro te ha hecho daño y entiendo que no quieras volver a verlo, pero con todo esto el que más va a sufrir es él mismo, aunque sea tan jodidamente testarudo de no entenderlo.
Esa frase significa demasiadas cosas que ahora mismo no quiero pensar.
—¿Lo has visto? —pregunto en un hilo de voz.
—Sí.
De pronto la taza es sólo un trozo de cerámica. Sólo habría algo o, mejor dicho, alguien que conseguiría que dejara de estar así de nerviosa.
—¿Y cómo está?
—Mal —responde sin paños calientes.
Jeremias Colton es sincero hasta las últimas consecuencias, para bien o para mal.
Me muerdo el labio inferior con fuerza, tratando de contener las lágrimas.
—Ayer…
—Lo que Pedro vivió ayer no debería vivirlo nadie —me
interrumpe—, pero no me corresponde a mí contártelo.
Asiento. Sé que tiene razón.
—Puedes tomarte unos días de vacaciones. Sólo prométeme que te lo pensarás.
Respiro hondo. Sé por qué no quiero volver, pero no puedo obviar que es la mejor oportunidad laboral que tendré nunca y que desperdiciarla sería simplemente de idiotas.
Sólo tengo que mentalizarme y asimilar de una vez por todas lo que ya me he dicho sobre Pedro.
—Está bien. Volveré. Y no necesito un par de días, mañana estaré en la oficina.
Jeremias sonríe y hay cierto alivio en su mirada.
—Has tomado la mejor decisión —sentencia a la vez que se levanta —. Gracias por el café, Lola.
Mi amiga se asoma desde la cocina y le dedica su mejor sonrisa. Yo también me levanto y acompaño a Jeremias hasta la puerta.
—Gracias por venir—digo abriéndola.
Jeremias se gira con la sonrisa aún en los labios.
—Paula, ya eres una de los nuestros, para lo bueno y para lo malo.
—¿Seremos Colton, Fitzgerald, Alfonso y Chaves? —bromeo.
—Un poco largo, ¿no crees? —replica contagiado de mi humor y los dos sonreímos. Esta vez de verdad—. Quería asegurarme de que estabas bien, pero, sobre todo, he venido hasta aquí por Pedro. Quiero a ese gilipollas como si fuera mi hermano y se está equivocando —calla un segundo— y sé que va a arrepentirse muchísimo.
Sin quererlo, mi expresión vuelve a cambiar, pero me esfuerzo en disimularlo.
—Nos vemos mañana, Paula —se despide.
Asiento una vez más saliendo de mi ensoñación.
—Hasta mañana.
Cierro la puerta y no puedo evitar quedarme pensando con la mirada perdida en la madera. Las palabras de Jeremias sólo han servido para que, esa parte de mí empeñada en que no me rinda con Pedro porque me necesita, resurja con más fuerza. Cierro los ojos. Esa parte me da un miedo terrible.
Yo también quiero a ese gilipollas y no puedo evitar pensar que, sea lo que sea lo que ha pasado, lo que necesita es ayuda, no que me aleje de él. Resoplo y dejo caer mi frente sobre la madera. De todas las malas ideas que he tenido, y he tenido muchas, ésta sin duda alguna se lleva la medalla de oro. Le quieres, ¿y ahora qué?
—Ahora estoy bien jodida —murmuro para mí sin moverme un ápice.
— ¿Y después dicen que los transexuales somos dramáticos? —oigo a Lola a mi espalda—. Quien dijo eso no vio a una heterosexual recordando el polvo de su vida contra una puerta.
Y, aunque no quiero, sonrío.
—Córtame el pelo —digo enérgica, separándome de la madera y colocándome frente a ella.
Lola me mira con el ceño fruncido. Ha sido una de esas ideas que pasan fugaces por tu mente y las atrapas al vuelo.
—Etapa nueva, corte de pelo nuevo —explico—. Es de primer capítulo del libro de autoayuda.
No pienso quedarme llorando. No quiero hacerlo.
—Y nos compramos ropa —añade dando una palmada.
—Y una botella de preparado de margarita.
—De eso nada —me replica muy seria—. Compramos los
ingredientes y lo hacemos aquí. Soy latina. En esta casa se cocina.
Las dos nos echamos a reír. No pienso discutirle eso.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario