miércoles, 28 de junio de 2017
CAPITULO 54 (PRIMERA HISTORIA)
Soy la primera en llegar a la sala de conferencias. Mientras espero a los chicos, me pongo más nerviosa a cada segundo que pasa. Estoy jugueteando inquieta con el lápiz contra los balances de la empresa del multimillonario Benjamin Foster cuando oigo pasos acercarse a la puerta y apenas unos segundos después los chicos entran. Primero Jeremias, después Octavio y, por último, Pedro. No suena Sympathy for the devil porque Mick Jagger y Keith Richards están sentados a mi lado embobados como yo. ¿Cómo puede ser posible que esté aún más guapo que esta mañana? Creo que es otra de sus formas de torturarme.
«Vamos a ver cuánto tarda Pecosa en perder las bragas.» La respuesta escandalizaría al mismísimo Thomas Hardy.
Él me observa apenas un momento y toma asiento al otro lado de la mesa. Es algo que siempre me ha sorprendido de las reuniones en Colton, Fitzgerald y Alfonso. Nunca, ninguno de ellos se sienta en la cabecera, un recordatorio más de las bases de su relación de igual a igual absolutamente en todos los niveles. Es la amistad elevada a la enésima potencia.
—Bueno, todos tenemos cosas que hacer, así que vamos a intentar terminar lo antes posible —nos anuncia Octavio—. Paula, las cuentas.
Asiento y comienzo a explicar lo que he preparado en mi despacho, ¡mi despacho!, justo antes de venir aquí.
Más o menos una hora después, la reunión ya casi ha acabado. Los chicos acuerdan una nueva tanda de inversiones y tanto Jeremias como Octavio me encargan revisiones de otros proyectos.
Pedro no me dirige la palabra ni una sola vez, pero, cada vez que posa sus ojos sobre mí, mi corazón se detiene un segundo y durante el siguiente late desbocado. Tengo la kamikaze sensación de que con su mirada trata de decirme todo lo que no se permite hacer con palabras.
Inmediatamente tengo que recordarme que eso es una estupidez muy propia de las novelas románticas, que por otra parte creo seriamente que debería dejar de leer. Sin embargo, algo dentro de mí vuelve a gritarme que no me quede sólo con lo que él quiere que vea, que siga mi intuición.
—Antes de irnos, explícanos cómo va lo de Holland Avenue —me pide Jeremias.
Hago memoria un segundo. No veo esos expedientes desde hace varios días, aunque no tardo en recordarlos.
—Van exactamente como…
Unos golpes en la puerta me distraen. Se abre despacio y Sandra entra con cara de susto.
—Señor Alfonso —lo llama nerviosa.
Automáticamente frunzo el ceño. Todos en esta habitación, su pobre secretaria incluida, sabemos que no se le puede interrumpir cuando está reunido.
Pedro, arisco y malhumorado, lleva su vista hacia ella y le hace un imperceptible gesto con la cabeza para que hable.
—Le esperan en su despacho.
Él enarca las cejas sardónico dedicándole un implícito «¿quién?» y recordándole de paso lo poco que le gusta que le den los mensajes a medias.
—Su novia —le aclara.
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