miércoles, 5 de julio de 2017

CAPITULO 8 (SEGUNDA HISTORIA)




El despertador suena, pero esta vez no me quejo ni refunfuño. Hoy es mi reunión con Nadine Belamy. Si sale bien, el esfuerzo del último año habrá merecido la pena.


Me doy una ducha y me pongo un bonito vestido que compré hace semanas con Elisa pensando en esta reunión. Necesito dar la imagen más profesional posible. Me seco el pelo con el secador moldeando con los dedos cada una de mis ondas castañas y me pongo uno de los pasadores de pelo de mi madre, uno con una pequeña flor plateada. Sé que no tiene ningún valor y ni siquiera es particularmente bonito, pero le tengo un cariño muy especial. Cada vez que lo miro, recuerdo cómo mi madre me peinaba de pequeña y cómo, si insistía mucho, me ponía este pasador. Sonrío a mi reflejo en el espejo. Estoy segura de que va a traerme buena suerte.


No desayuno. Estoy demasiado nerviosa. Cojo un taxi y voy hasta la orilla del East River. Me paro en una cafetería a unas manzanas y, con un café para llevar entre las manos, reviso toda la documentación que quiero presentarle a la señora Belamy. En el iPhone compruebo los datos que
tengo sobre ella y memorizo por decimoquinta vez todo el organigrama del departamento que dirige.


Lo tengo todo bajo control.


Con el primer paso que doy en el hall del edificio de Naciones Unidas, una sonrisa de lo más asombrada se cuela en mis labios. Siempre que vengo a este lugar me ocurre lo mismo. Estoy feliz.


Éste es mi sitio. Lo sé. Alzo la cabeza y pierdo mi vista en el techo y el piso superior que puede adivinarse desde donde estoy.


Cuando vuelvo al mundo real, me encuentro con la mirada sonriente del guardia de seguridad. Imagino que, trabajando donde trabaja, debe de estar acostumbrado a que las visitas se queden absolutamente embobadas.


Paso los diferentes controles de seguridad y Helen, la persona del departamento de relaciones públicas con la que concerté la visita, me guía hasta el despacho de la señora Belamy.


Suspiro hondo una decena de veces. Veo desconocidos, pero estoy tan feliz que por una vez mi ansiedad se queda en un segundo plano.


La reunión va exactamente como tenía planeado. Todo lo que había oído sobre Nadine Belamy es verdad. Es exigente y muy dura, aunque supongo que no habría llegado a dirigir toda un área de la ONU si no lo fuese. Mi proyecto parece gustarle de verdad. Opina, como yo, que hay que dar el siguiente paso y no sólo construirles escuelas y hospitales, sino también pequeñas fabricas adecuadas a su entorno sobre las que puedan cimentar su economía. Sin embargo, no ve nada claro que toda la financiación del proyecto esté sujeta a una única persona. Si el señor Sutherland decidiese retirar su apoyo, todo el proyecto caería. Así que me informa oficialmente de que sólo dará su visto bueno e incluirá mi trabajo en el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados si encuentro a más inversores dispuestos a financiarlo. Me habla de algunas personas que suelen respaldar este tipo de iniciativas y también me da una fecha; el programa se votará en Asamblea General el 6 de octubre. Si para entonces no he logrado la financiación, habré perdido mi oportunidad. 


Tengo exactamente cuatro semanas.


Al salir de la reunión, lo primero que hago es buscar información sobre los nombres que me ha facilitado. Sonrío al comprobar que uno de ellos, Adrian Monroe, es socio administrador del Club de Campo de Nueva York. Ernesto y Elisa son socios de ese mismo club y pasamos muchas tardes allí.


Esta noche iré a la mansión de los Alfonso para celebrar el cumpleaños de Ernesto. Le pediré que comamos en el club mañana. Así podré fingir un encuentro casual con el señor Monroe y convencerlo para que se sume a mi buena causa.


El resto de la mañana pasa bastante rápida. Como algo con Victoria en una pequeña cafetería a un par de manzanas de mi oficina. Ella y Sofia también irán a la fiesta de Ernesto. 


Los Kendrick, los padres de Victoria, son amigos de los Alfonso y, desde que nos conocimos en la universidad, Elisa
siempre invita a Sofia.


Además, la fiesta tiene un espectacular aliciente extra: Christian estará allí.


Antes de marcharme de la oficina con al menos quince carpetas entre las manos, compruebo por enésima vez que todo está bien organizado. He aprovechado uno de los días libres que me prometió el señor Sutherland por venir a trabajar dos domingos seguidos para no presentarme en la oficina mañana. Así no tendré que preocuparme de cómo llegar al trabajo desde la mansión de los Alfonso y podré pasar la mañana con Elisa.


Camino de la salida veo a Luciano Oliver revisando unos papeles en su mesa. ¿Por qué seguirá trabajando? Es obvio que ya tiene edad de estar jubilado. Quizá sea uno de esos empleados que invertían su propio dinero confiados en la seguridad de Lehman Brothers y lo perdió todo. Tuerzo el gesto y vuelvo a sentirme muy culpable por lo que le dije en mi despacho.


Paula Chaves: 0; capacidad para juzgar mal a las personas y quedar como una auténtica estúpida:1.


Llego a mi apartamento con el tiempo justo de dejar todos los dosieres sobre mi escritorio y coger la mochila que preparé anoche. Sofia pasará a recogerme en unos minutos.






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