Los días pasan sin darme cuenta y ya van más de dos semanas desde que me llevó al club. Me paso las mañanas entre la universidad y la oficina. Pedro puede ser odioso, pero estoy aprendiendo muchísimo con él. A regañadientes, ha aceptado que pase más tiempo con Octavio y Jeremias.
Todas sus protestas, que les dedicó a ambos a voz en grito, eran básicamente que él era el más guapo e inteligente de los tres, así que no entendía qué iba a aprender con ellos.
Sin embargo, los dos insistieron, sospecho, y me divierte, que con el único objetivo de fastidiarlo. La versión oficial tiene algo que ver con que pueda tener nociones de todas las áreas en las que se desenvuelve la empresa, a pesar de que todavía no hayan querido explicarme exactamente a lo que se dedica. Según Pedro, dirigen inversiones, dan cobertura legal, solventan problemas fiscales o gestionan patrimonios. Resuelven la vida de sus clientes por una módica cantidad de dinero. Tuve que aguantarme la risa cuando oí la palabra módica. Las cifras que se manejan aquí son astronómicas.
Continúo sin despacho propio. Cada vez que le pregunto a Pedro sobre ese asunto, me ignora por completo o simplemente finge no recordar haberme prometido tal cosa.
El sexo sigue siendo una auténtica locura. Algo indomable y
espectacular. Hemos vuelto al club y algunas veces hemos jugado con Erika u otras chicas. Pedro ha insinuado en varias ocasiones que también lo haremos con un chico, pero sólo se ha quedado en insinuaciones. Siempre que hemos estado en alguna fiesta donde hubiese otros hombres, Pedro me ha engatusado para tenerme en su regazo toda la noche, besándome y acariciándome, y yo he aceptado más que encantada.
Esta mañana, en cuanto Pedro se ha marchado a una reunión, Lola se ha presentado en la oficina más que indignada. Me reprocha que la esté abandonando por una vida de sexo desenfrenado y eso no piensa consentirlo. Le da igual que sea un jueves cualquiera, esta noche tengo que irme a cenar con ella y después a beber cócteles a su apartamento. No me da opción.
Cuando le digo a Pedro que esta noche no dormiré con él, no le da importancia, pero me explica que, a cambio, tendré que compensarlo por las expectativas creadas. Según él, lleva viéndome toda la mañana con ese vestidito y esperaba follarme dos veces antes de dejar que me lo quitara.
Lo mando al cuerno y me río tomándomelo a broma. Sin embargo, a la hora del almuerzo estoy derritiéndome literalmente, agarrándome con fuerza al impoluto lavabo del aún más impoluto baño de su despacho, mientras me embiste con fuerza consiguiendo que cada vez que su pelvis choca contra mi trasero pierda un poco más la razón y todo el espacio se llene de placer.
Con Lola lo paso de cine. Cenamos, charlamos, nos reímos y, por supuesto, bebemos. No tengo ni idea de la hora que es cuando nos vamos a dormir. Ella insiste en que debería mandarle un mensaje a Pedro dándole las buenas noches y yo inmediatamente decido que es una buena idea. No quiero que se sienta solo.
****
Los rayos de sol atraviesan la ventana. Me molestan. Me molestan mucho. Me giro huyendo de la luz y todo parece girar conmigo trescientos sesenta grados. Joder, me duele muchísimo la cabeza. Algo empieza a sonar en la mesita. Abro un ojo haciendo un esfuerzo titánico y veo el despertador de I love New York de Lola pitando ruidoso y
estridente junto a un margarita a medio terminar. Tengo una resaca horrible. En cuanto recupere fuerzas, pienso asesinar a Lola.
Veo la mano de mi amiga volar sobre mi cabeza y apagar el
despertador de un golpe.
—Te odio —murmuro con la voz ronca por el exceso de alcohol y el sueño. —Necesito un Bloody Mary hasta arriba de apio —responde girando en la cama hasta quedar bocarriba.
—Yo puedo darte una idea de dónde meterte el apio.
—Perra.
—Perra, tú —contraataco—. Son las siete de la mañana y creo que he estado borracha hasta hace más o menos diez minutos. Tengo que entrar a trabajar en una hora. ¿Te haces una idea de lo que va a ser aguantar a Pedro Alfonso con resaca?
Cuando me refiero a él en el sentido laboral, lo hago por su nombre completo. Da una idea más aproximada de lo ogro-odioso-insoportable que puede llegar a ser.
—Lo que tienes que hacer es, nada más entrar, ponerte de rodillas y hacerle una mamada.
Le doy una patada y ella se queja.
—¿Qué? —protesta indignada—. Así lo tendrás feliz todo el día y tú podrás dedicarte a descansar el dolor de cabeza.
No tengo más remedio que echarme a reír, pero con cada carcajada el dolor de cabeza se intensifica y, por algún motivo, eso hace que me ría más y, por tanto, me queje más, Lola se ría, se queje y ninguna de las dos pueda parar. Es un sinsentido.
Diez minutos después me arrastro hasta la ducha. Estoy lavándome el pelo cuando pequeños flashes de todo lo que hicimos ayer van desfilando por mi mente. Sonrío con todos ellos hasta que una idea de lo más absurda cruza mi cabeza. Inmediatamente la descarto por eso, por absurda, pero entonces un vago recuerdo hace acto de presencia y, antes de tener el mayor ataque de pánico de mi vida, cierro el grifo de un manotazo y, con la mitad del cuerpo aún lleno de espuma, me envuelvo en una toalla y regreso corriendo a la habitación.
—Por Dios, dime que ayer no le mandé un mensaje a Pedro — gimoteo.
Lola me mira como si le estuviera hablando en chino mandarín. Yo resoplo y salgo disparada hacia la mesita. Compruebo el móvil. No hay ningún mensaje. Respiro aliviada. Pero entonces caigo en otra posibilidad.
—¿Dónde está tu teléfono?
Lola lo piensa un segundo.
—En el salón, creo.
Corro hacia allí y estoy a punto de resbalarme una docena de veces antes de llegar. Miro a mi alrededor. ¿Dónde está el maldito móvil?
—¡El jenga patriótico de los penes! —grita desde la habitación.
Ahora creo que es ella la que está hablando en chino mandarín, pero por casualidad miro hacia la mesa y veo la torre del juego jenga en una partida a medias. La mitad de las fichas de madera están garabateadas o simplemente tienen borrones negros. Automáticamente recuerdo que anoche decidimos pintar una postura del Kamasutra en cada ficha, con la condición de que debían ser posturas que hubiésemos practicado con un estadounidense en la cama.
Gracias a Pedro, que Lola aceptó por estar nacionalizado, tengo mucho repertorio. Si no, creo que no habría podido pintar más de tres piezas. Mi amiga no paraba de gritar que era una manera de animar a nuestras tropas, pero no entendí muy bien el significado. Lo curioso es que ayer las dos estábamos convencidas de que estábamos pintando auténticas obras de arte en cada ficha. No podríamos
estar más equivocadas.
Junto a la torre está el iPhone de Lola. Al verlo, recuerdo por qué estaba tan alterada y la inquietud vuelve a ponerme los pelos de punta. Por favor, Dios, Karma, Universo, no me hagáis esto. Reviso los mensajes y suspiro aliviada cuando veo que no hay ninguno enviado a Pedro.
Estoy a salvo.
Terminamos de arreglarnos y nos tomamos una taza tamaño
extragrande de café. Lola me presta algo de ropa, pero me está enorme.
Necesitaré pasarme por el ático. Además, tengo que recoger un par de libros si quiero ir a la universidad a media mañana.
Uff… estudiar, no sé si voy a ser capaz con este dolor de cabeza. Necesito dos ibuprofenos o tres o una lobotomía.
Atravesamos la ciudad en la Vespa de Lola y llegamos a Park Avenue relativamente rápido.
—¿Subes? —le pregunto quitándome el casco con la virgen de Guadalupe.
—Por supuesto —responde sin asomo de duda bajándose de la moto y colgándose su caso del antebrazo—. No pienso desperdiciar la oportunidad de ver el picadero de Pedro Alfonso.
Ambas nos sonreímos traviesas, como si fuésemos dos niñas a punto de comer galletas sin permiso, y entramos en el edificio. Lola me mira burlona cuando saludo al portero y él me devuelve el gesto acompañado con un profesional «señorita Chaves».
—Te veo muy… —simula estar buscando la palabra adecuada—… ambientada.
Yo finjo no oírla y observo cómo las puertas del ascensor se cierran.
Me quedan cuarenta y una plantas de burlas indiscriminadas.
Cuando las puertas del elevador vuelven a abrirse, Lola suspira admirada al comprobar el ático que se abre a nuestros pies. No la culpo.
La casa, ya con el primer vistazo, resulta impresionante. La dejo recreándose en las vistas y camino hasta la barra de la cocina, donde dejé mi libro de economía ayer por la mañana. Por inercia, miro hacia la puerta del dormitorio. Me sorprende que esté cerrada. Pedro no suele dormir hasta tan tarde.
—Este sitio es increíble —comenta Lola distrayéndome—. Ese alemán malnacido tiene mucha clase.
Sonrío centrándome de nuevo en el libro. Creo que nunca les he oído dedicarse un apelativo amable.
Estoy revisando mi agenda para comprobar qué tengo que hacer hoy exactamente cuando oigo la puerta de la habitación abrirse. Lola y yo nos miramos instintivamente y a la vez dirigimos nuestra atención al dormitorio justo a tiempo de ver salir a la mujer con las piernas más largas del mundo. Nos sonríe a modo de saludo y, subida en unos tacones de infarto, se dirige hacia la cocina. Es guapísima, con la piel
perfectamente bronceada y una larga y cuidada melena con mechas californianas.
Nooooooo nooooo porque pedro hace esooooooo!!!! Ahhhh me crespa los nervios ese hombreeeee.. Muy buena la nove
ResponderEliminarUyyyyyy la que se va a armar. Adoro esta historia.
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