miércoles, 21 de junio de 2017
CAPITULO 30 (PRIMERA HISTORIA)
La mañana termina tan desastrosamente mal como empezó.
Cada carpeta que Pedro revisa de Mariano Colby le sirve para incrementar su enfado un grado más. Me asombra el autocontrol que está mostrando porque claramente lo que quiere es presentarse en el edificio Pisano y darle la paliza de su vida. Por si fuera poco, y siempre por una de esas dichosas carpetas, vuelve a discutir con Octavio.
La última vez que Pedro regresa del despacho de su amigo, se sirve malhumorado un vaso de whisky y se deja caer en su sillón de ejecutivo. Decido mandarle un mensaje a Lola diciéndole que no podré ir a comer. Está claro que él no lo hará y, por algún motivo, algo dentro de mí no para de repetirme que me necesita aquí con él, aunque ni siquiera me dirija la palabra.
Termino de revisar los últimos documentos y, mientras espero a que las tarjetas de memoria se carguen en el ordenador, me levanto y comienzo a despejar la mesa de Pedro. Sé que odia verla desordenada y hoy supongo que más que ningún otro día.
Él me observa pasearme alrededor de su escritorio de cristal
templado recogiendo carpetas y papeles.
—Creí que ibas a comer con las chicas —comenta.
—Sí, pero he pensado que mejor me quedo —respondo restándole importancia.
Espero que él no se la dé.
No dice nada. Deja el vaso sobre la mesa sin dejar de observarme y su mirada sólo necesita un segundo para acelerar mi respiración. Cojo unas cuantas carpetas decidida a llevarlas a la estantería y poner algo de distancia entre nosotros, cuando Pedro me coge de la mano y de un solo movimiento fluido me sienta en su regazo.
Uno de sus brazos rodea mi cintura y me estrecha con fuerza, consiguiendo que mi espalda se acople a la perfección a su torso. Siento su aliento en mi pelo y mi estómago se llena al instante de mariposas.
—Gracias —susurra en mi oído.
Suspiro bajito y asiento. Viniendo de cualquier otra persona no tendría la más mínima importancia, pero, siendo Pedro, siendo justo hoy y siendo justo así, todo tiene un valor incalculable.
Deja que su aliento impregne una vez más mi pelo y me levanta. De espaldas a él, me muerdo el labio inferior para contener otro suspiro.
Creo que ahora mismo lo único que me mantiene en pie es el deseo y la adrenalina fluyendo por mis venas.
—Será mejor que siga con las carpetas —susurro al borde del tartamudeo sin girarme para mirarlo.
La tarde avanza y seguimos en el más absoluto silencio.
Algunas cosas parecen solucionarse y el humor de Pedro mejora. Ha conseguido fijar una nueva reunión con McCallister y ha dejado bien claro que se encargará personalmente.
A eso de las siete se levanta decidido y se pone la chaqueta.
—Pecosa —me llama; está de buen humor —, levántate. Te llevo a cenar.
¿Qué? Me ha pillado por sorpresa.
—No me mires así —se queja con su media sonrisa—. Sé
comportarme cuando quiero.
Sonrío y rápidamente despejo mi pequeño escritorio. Cojo mi bolso y el abrigo y salimos de la oficina.
—¿Adónde vas a llevarme? —pregunto camino del ascensor.
—Adónde voy a llevarte a cenar… —responde pensativo y a estas alturas lo conozco lo suficiente como para saber que se avecina uno de sus mordaces comentarios —… a un restaurante —continúa fingidamente sorprendido por su propia respuesta.
—Eres idiota —protesto divertida.
Ambos sonreímos. Es cierto que sabe comportarse cuando quiere.
Salimos del ascensor, atravesamos el vestíbulo del edificio y, para mi sorpresa, el coche no nos espera fuera. Pedro mira impaciente el reloj y mantiene la puerta abierta para que salga. Espero que este detalle no vuelva a ponerlo de mal humor.
Afortunadamente, el coche llega en cuestión de segundos.
Le hace un gesto al chófer para que no se baje y ambos damos unos pasos en dirección al jaguar, pero de repente Pedro se queda paralizado con la vista fija en algún punto en la acera de enfrente. No mueve un solo músculo. La expresión de su cara se endurecerse, su mandíbula se tensa y su mirada... su mirada es lo peor de todo. Nunca lo había visto así.
—Pedro, ¿estás bien?
Por inercia llevo mi vista hacia donde él mira, pero no veo nada fuera de lo común, sólo personas caminando.
Él sigue en silencio. Comienzo a ponerme muy nerviosa.
¿Qué demonios ha visto?
—Pedro —vuelvo a llamarlo—. Pedro.
Le toco en el hombro para reclamar su atención y él se mueve brusco y nervioso, apartándose de mi mano, como si le sacaran de un sueño, y al fin me mira. Sus ojos están llenos de una rabia indecible, tristeza y juraría que miedo.
—¿Estás bien?
—Vete a casa —susurra.
—¿Por qué? —inquiero con el ceño fruncido—. Pedro, ¿qué pasa?
—Vete a casa —repite.
Está muy inquieto. Se aleja unos pasos del coche a la vez que se pasa las dos manos por el pelo.
—Pedro, no voy a dejarte solo y así.
—Vete.
Está exasperado, furioso, casi desesperado.
—Pedro…
—¡Paula, sube al puto coche y vete a casa, joder! —me interrumpe alzando la voz.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario