Después de comer con Lola, me marcho a la universidad.
Cuando salgo de la biblioteca, ya se ha hecho de noche. En metro llego hasta el ático y no me sorprende ver que, una vez más, estoy sola. Me pongo la tele de fondo mientras me preparo algo de cenar. Estoy cansada, pero decido estudiar un poco sentada en uno de los taburetes de la cocina.
Prefiero no darle muchas vueltas a por qué estoy optando por cualquier otra cosa antes que irme a dormir.
Al mirar el reloj y comprobar que son casi las doce, comprendo que, lo quiera o no, tengo que irme a la cama.
Cama, interesante palabra, sobre todo hoy.
Me tomo las pastillas, me voy a la habitación y me pongo el pijama.
Es curioso cómo, mientras lo hacía, he obviado mirar la cama. Me siento nerviosa e intimidada por un mueble. Eso no puede ser buena señal bajo ninguna circunstancia. Quizá me sentiría más cómoda si interactuara un poco con el entorno. Básicamente, cotillear su habitación sin ningún remordimiento.
Primero el vestidor, la zona más alejada de la cama. Sólo con dar un paso en su interior, me doy cuenta de la nefasta idea que ha sido. Su olor me envuelve y, estar rodeada de toda esa ropa a medida que le sienta como un guante, claramente no ayuda. Contemplo las decenas de camisas blancas, todas perfectamente colgadas y ordenadas. Me permito el lujo de pasar la mano por una de ellas y por un momento tengo la sensación de que lo estoy tocando a él. Mala idea.
«Muy mala idea.»
Al otro lado están todos sus trajes de corte italiano a medida, con un abanico de colores pequeño pero espectacular: negro, carbón, gris marengo, gris claro y azul oscuro.
Sofisticados, elegantes, exactamente como es él.
Salgo y de pasada miro la cama, como si estuviera ante un enemigo temible. Camino hasta la cómoda y acaricio la madera. Sin querer, sonrío al recordar cómo dejó su reloj aquí hace unas noches. Compruebo que, lo que me pareció una servilleta, efectivamente lo es. La cojo con cuidado, la
giro y resoplo a la vez que pongo los ojos en blanco cuando veo un número de teléfono escrito en ella junto al nombre de Candy y un pequeño corazón.
Por el amor de Dios, ¿hay alguna chica que no caiga rendida
directamente a sus pies?
Me separo de la cómoda huyendo de la servilleta y me acerco a la estantería. Sonrío como una idiota al ver sus coches de colección. De los cuatro que hay, sólo reconozco uno negro, un Alfa Romeo Giulia Spider de 1963. No es que sea una experta en coches, pero es el mismo del anuncio del perfume The One de Dolce & Gabbana, lo reconocería en cualquier parte.
Sigo curioseando la estantería y sonrío de nuevo mientras cojo una foto de Pedro junto a Octavio y Jeremias. Se les ve muy diferentes, aunque los tres están tan guapos como ahora. Debe de ser de la época de la universidad. Es obvio que son muy amigos. La complicidad que existe entre ellos salta la vista sólo con verlos durante un par de segundos.
Sin dejar de sonreír, dejo la foto en el estante. Mis dedos aún se están retirando de ella cuando caigo en la cuenta de que es la única foto que hay en toda la casa. Miro a mi alrededor y constato que no hay ninguna otra sobre ningún otro mueble; tampoco en el salón o, no sé, en la puerta de la nevera. Entiendo que no haya fotos suyas, pero ¿cómo es posible que no tenga ni una sola de su familia?
Me encojo de hombros restándole importancia, aunque la idea me sigue rondando la mente. Tengo que preguntárselo.
Giro sobre mis talones a la vez que resoplo. Ya es hora de que haga lo que tengo que hacer. Sin pensarlo más, me coloco frente a la cama. Soy adulta y está empezando a ser ridículo la cantidad de veces que tengo que recordármelo últimamente.
Con paso firme, voy hasta el interruptor, apago la luz de un
manotazo, destapo la cama y me meto en ella. Sólo es una cama, aunque sea la suya.
¿Qué es lo que me está pasando? ¿Acaso me gusta Pedro? Resoplo de nuevo y me llevo la almohada a la cara. Claro que te gusta, idiota. La pregunta es... ¿cuánto? Llevo todo el día negándome a admitir que estaba enfadada y pensando que en el fondo sólo estaba molesta porque no había dormido con él y no porque otra lo hubiese hecho en mi lugar, así que supongo que la respuesta es mucho.
Pedro Alfonso me gusta mucho. Joder, joder, joder.
Ésta es la única vez que voy a permitirme admitirlo, porque se acabó.
Me obligo a dejar de pensar. Afortunadamente, los analgésicos empiezan a hacer efecto y caigo dormida.
****
Me despierta el peso de su cuerpo entrando en la cama. A pesar de estar adormilada, sonrío como una idiota. Pedro rodea otra vez mi cintura con sus brazos y me atrae hacia él. Suspira con fuerza cuando su pecho se estrecha contra mi espalda y yo me derrito por dentro. Sé que me estoy metiendo en un lío terrible, pero ahora mismo no me importa absolutamente nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario