domingo, 6 de agosto de 2017
CAPITULO 57 (TERCERA HISTORIA)
A la mañana siguiente no me levanto demasiado temprano, pero sí salgo a correr. Llevo tantos días bebiendo que lo de ayer me ha dejado una resaca bastante soportable y no tengo ningún problema en hacer mi recorrido de siempre. Future starts slow, de The Kills, suena en mis cascos a todo volumen. Siempre me ha gustado la letra, pero hoy parece haberse aliado con todo lo que Damian y Jeremias me dijeron ayer, todo lo que llevo pensando desde entonces.
De vuelta a casa, como algo, me doy una ducha y me pongo el elegante traje de Carolina Herrena que llevaré a la boda.
Karen eligió la firma y, después de toda una mañana peleándonos los tres en la tienda de la diseñadora en Madison Avenue, Jeremias, Damian y yo nos pusimos de acuerdo para elegir tres modelos negros de corte italiano a medida, con camisas blancas y corbatas también negras.
Salgo de mi apartamento y, puntual como un reloj, subo las escaleras de la catedral Saint John The Divine con una sonrisa, ajustándome los gemelos. A pesar de que el desfile del Día de San Patricio se está celebrando a muchísimas manzanas de aquí, me he cruzado con al menos un centenar de personas con la cara pintada de verde y banderas irlandesas atadas al cuello y la espalda. Desde luego, hoy es el mejor día para ser américo-irlandés.
No tardo en ver a Jeremias de pie junto a uno de los primeros bancos, en el que Lara está sentada. A unos pasos está Damian dando vueltas de un sitio a otro, como si fuera un ratoncito en un laberinto. El cabronazo está nervioso y apuesto a que tiene resaca. Me voy a divertir muchísimo.
—Ya ha llegado el padrino más guapo —anuncio deteniéndome junto a Jeremias—. La boda puede empezar.
Mi socio me mira y pone los ojos en blanco.
—Lara Archer, estás preciosa —digo dándole un beso en la mejilla.
Ella me devuelve una sonrisa y un «tú también» mientras su novio me mira francamente mal, no sé si por la sonrisa, por el «tú también» o por el beso. Torturarlo es una delicia.
—¿Qué tal está el novio? —pregunto socarrón. Sé de sobra cómo está. Sólo he necesitado echarle un vistazo.
—De un humor encantador —responde Jeremias irónico.
—Debería ser primero la luna de miel y después la boda —comento—. El novio llegaría mucho más relajado.
Lara comienza a reírse y yo sonrío encantado. Esta chica es mi mejor público.
Unos minutos después comienzan a llegar más invitados y poco a poco la iglesia empieza a llenarse. Reconozco la mayoría de las caras y en seguida identifico a la familia de Lola. Parece que, al final, consiguió salirse con la suya.
Una media hora después, Ana, la amiga de Karen, entra en la iglesia para decirnos que la novia ya está aquí. Le hago un gesto a Jeremias y los dos nos acercamos a Damian.
—Capullo, ha llegado el momento de la verdad —le digo frotándome las manos y ocupando el puesto frente al altar que el cura nos indicó en el ensayo de hace una semana—. Inexplicablemente, Karen ha decidido aparecer en vez de fugarse. Lo más difícil ya está hecho.
Damian bufa resignado y Jeremias me mira conteniendo una sonrisa.
—Debajo de esa cara de irlandés adorable se esconde un auténtico cabronazo.
—Estamos en la casa de Dios, Colton —protesto fingidamente serio—, compórtate.
Damian, sin ni siquiera mirarme, sonríe relajándose una pizca y yo lo hago satisfecho. He conseguido mi objetivo.
Jeremias sale a esperar a Karen. Mi móvil comienza a sonar.
Lo saco del bolsillo interior de la chaqueta y frunzo el ceño al mirar la pantalla. Es Amelia, una de las últimas personas que esperaría que me llamase, y en ese mismo instante una idea cruza mi cabeza como un ciclón: si lo hace, es porque ha pasado algo con Paula. Le hago un gesto a Damian para indicarle que sólo será un segundo y me alejo unos pasos.
—¿Diga? —respondo inquieto.
—Alfonso, sí que necesitas tiempo para contestar al teléfono —se queja al otro lado.
—¿Qué quieres? —pregunto impaciente.
—Tenemos que hablar —me suelta sin más.
Mi impaciencia aumenta. Mi inquietud también. Amelia Harley no me ha dirigido la palabra por voluntad propia en los casi tres meses que me he pasado trabajando en Cunningham Media.
—¿Qué ocurre?
—Se trata de Paula.
—¿Está bien? —inquiero, interrumpiéndola antes de que pueda terminar la frase.
—Sí, está bien —dice sin asomo de dudas—... bueno... —recapacita sobre sus propias palabras—... en realidad, no.
Todo mi cuerpo se tensa.
—Quieres hablar claro de una maldita vez —mascullo—. Va a darme un puto infarto, joder.
Amelia comienza a reírse al otro lado del teléfono y yo ya no sólo no entiendo nada, sino que comienzo a enfadarme, mucho.
—¿De qué coño te ríes?
—De ti, gilipollas —responde sin ningún remordimiento.
Aprieto la mandíbula. Siempre he tenido más delicadeza con ella porque, a, es una mujer y, b, es una de las mejores amigas de Paula, pero se está ganando a pulso que me olvide de las dos cosas.
—Tienes dos putos minutos para explicarte —rujo.
—Paula quiere marcharse.
—¿Qué?
De golpe el corazón deja de latirme. Durante estas dos semanas tenía claro que no podía verla ni tocarla, pero saber que estaba en Nueva York, de alguna manera, me reconfortaba.
—¿Por qué? —añado veloz, antes de dejarla contestar a la primera pregunta.
—Te echa de menos —responde sincera—, inexplicablemente —añade, y eso también ha sonado muy sincero—. Está hecha polvo y lleva así desde que te pidió que te marcharas después de descubrir que habías sido tan cabronazo de acostarte también con Macarena.
—Basta —la freno malhumorado—. Yo no sabía que eran amigas y la última vez que me acosté con Macarena fue el día que conocí a Paula.
—¿Crees que, si no lo tuviese claro, te llamaría?
Su comentario me pilla por sorpresa; aun así, no bajo la guardia.
—Más te vale —la advierto.
—Va a irse a Chicago —continúa—. Miguel Seseña, la mano derecha de Claudio Cunningham, quiere abrir su propia agencia de marketing, publicidad y relaciones públicas y va a establecerse allí. Le ha ofrecido un buen puesto.
Había oído algo de que Seseña iba a marcharse, básicamente los saltos de alegría de Lola por quitárselo de encima, pero nunca pensé que se llevaría a Paula con él.
No puede ser, joder.
—No puede irse —siseo en voz alta.
—Pues haz algo para evitarlo —me apremia.
—¿Crees que no me gustaría, joder? —estallo en un grito.
Inmediatamente miro a mi alrededor por si he despertado la atención de alguien. Por suerte el murmullo de los invitados me ha cubierto y Damian está demasiado nervioso como para recordar que estoy hablando por teléfono.
—No es tan fácil —sentencio bajando la voz, pero volviéndola más ronca como contrapartida.
Oigo cómo Amelia resopla al otro lado de la línea.
—En realidad, sí que lo es. Mira, Pedro, no eres mi persona favorita en el mundo y hasta hace poco más de dos semanas tenía mis motivos, pero, cuando Maxi fue a tu despacho, vi cómo lo mirabas, te preocupaba de verdad, y después conseguiste salvar Cunningham Media por Paula. Además, cuando Macarena perdió al bebé, podrías haberte desentendido de ella, pero la cuidaste y la sigues cuidando. Supongo que, al final, eres un buen tío.
Sonrío por sus últimas palabras, pero no me llega a los ojos.
Odio recordar cuando Maxi se presentó en mi despacho, la impotencia de tener que decirle que no, que no podía ayudar a su madre. Por suerte después conseguí arreglarlo. Con Macarena sólo hice lo que tenía que hacer.
— Amelia, Paula no va a olvidar todo lo que pasó con Macarena.
—No te preocupes, ya hay alguien que va a encargarse de eso.
Resoplo. El corazón comienza a martillearme con fuerza contra las costillas. Quiero volver con Paula más que nada en el mundo, pero no puedo lanzarme al vacío sin más, no puedo volver a hacerle daño.
—No quiero que vuelva a sufrir.
—Ella ya está sufriendo, Pedro, así que haz algo y hazlo ya.
Me paso la mano por el pelo y pierdo la mirada en el impoluto suelo de mármol que se extiende ante mí. Me he obligado a mantenerme alejado de ella, ¿qué se supone que tengo que hacer ahora? La quiero. La quiero como un loco.
—Vamos a ir al desfile de san Patricio —me informa ante mi silencio—. Me ha costado muchísimo convencerla, supongo que por eso de que tú eres irlandés —añade sardónica.
—Amelia...
—Volveremos después de la actuación de Coldplay —me interrumpe, aunque en realidad tampoco sabía qué decir, ni siquiera sé qué coño debo hacer—. Lo único que quiero es que mi amiga sea feliz y está claro que sólo va a serlo contigo.
Sin esperar respuesta por mi parte, cuelga. Yo me quedo mirando el teléfono unos segundos con la sangre recorriendo mi cuerpo de prisa, entremezclándose con toda la adrenalina. ¿Y si esa posibilidad fuera real? ¿Y si Paula llegase a olvidar todo lo que pasó? ¿Y si pudiésemos volver a estar juntos?
El cuarteto de cuerda a unos metros de mí comienza a tocar una pieza de suave música clásica y regreso de repente a la realidad. Echo a andar hacia el altar al tiempo que miro el reloj. La actuación de Coldplay es el broche final al desfile. Si Paula volverá a casa cuando termine, tengo poco más de dos hora.
Me coloco junto a Damian y me obligo a sonreír para tranquilizarlo. El cura se acerca y las puertas se abren.
Primero entran Ana y Lola, las damas de honor. Cuando Lola llega a la altura de su familia, al menos quince personas comienzan a echarle fotos emocionadísimas.
Ella se queja entre sonrisas, pero en el fondo está encantada, sobre todo cuando su mirada se cruza con la de Max, sentado en uno de los bancos, y él le guiña un ojo. Ese tío me cae realmente bien y hace muy feliz a Lola.
Me fijo en todos los detalles, pero sigo dándole vueltas. En dos horas podré ver a Paula. Sólo para hablar. Quizá no necesitemos más que eso, hablar, despedirnos, y los dos pasaremos página y podrá quedarse en Nueva York.
La marcha nupcial comienza a sonar y todos se levantan.
Puedo ver la enorme sonrisa de Karen desde aquí. Está sencillamente preciosa.
Entra del brazo de Jeremias mirando a los invitados, a Damian, sin dejar de sonreír. Cuando llegan al altar, Jeremias la deja junto a nuestro amigo y se coloca a mi lado.
Van a ser muy felices.
Recuerdo lo que Jeremias dijo ayer sobre que el amor de verdad te cambia la vida y tú tienes que decidir si luchar por tu chica o no. Las ideas se entremezclan. Recuerdo la primera vez que vi a Paula en la recepción de nuestra oficina y cuando volví a hacerlo en Cunningham Media. Recuerdo lo enfadada que estaba y lo divertido y excitante que me pareció conseguir alterarla de esa manera. Recuerdo nuestras charlas en la planta de arriba, toda su curiosidad.
Recuerdo la primera vez que involuntariamente mi cuerpo tocó el suyo, la primera vez que me abrazo, que la besé. No quiero hablar con ella. No quiero que pasemos página.
Quiero que sigamos donde lo dejamos, poder volver a estar con ella, volver a tocarla, a verla sonreír. Quiero estar con ella. Lo quiero más que nada.
—Perdonad.
Mi voz resuena por la iglesia, interrumpiendo al cura. De pronto se hace un silencio sepulcral y el párroco, todos los invitados, Ana, Lola, Jeremias, Damian y Karen me miran como si acabase de salirme una segunda cabeza.
—¿Qué ocurre, hijo? —inquiere el cura.
—Sólo me preguntaba si podemos darnos un poco de prisa... Es que tengo que ir a buscar a mi chica —sentencio con una sonrisa.
Tras unos segundos que se me hacen interminables, mi gesto se contagia en los labios de mis amigos, en especial en los de Damian y Karen. Él se gira y toma la cara de su Pecosa entre las manos.
—Te quiero, Karen —declara con una seguridad absoluta—. Creo que te quise desde la primera vez que vi. Tú me demostrarse que todo lo que está roto puede arreglarse. Te prometo que voy a cuidar de ti, que voy a luchar por ti, y que vamos a ser felices. ¿Qué me dices, Pecosa? ¿Aceptas?
—Te quiero —responde completamente embelesada por la declaración de Damian, arrancando una sonrisa general—. Sí, quiero — añade al salir de su ensoñación.
Damian sonríe satisfecho.
—Yo también te quiero.
Los dos sonríen de nuevo. Está loco por ella y es algo completamente recíproco.
—Va a tener que valerle con eso, padre —continúa sin levantar sus ojos de Karen—. Ya ha oído, tenemos un poco de prisa.
Karen asiente dichosa. El cura los mira sin poder creer lo que ve y finalmente suspira, cediendo. Al fin y al cabo, las bodas significan gritarle tu amor al mundo, y Damian y Karen acaban de hacerlo en mayúsculas.
—Ha sido un poco peculiar, pero yo os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
Mi amigo sonríe y la besa con fuerza. Todos empezamos a aplaudir y Jeremias y yo silbamos emocionados y lanzamos algunos vítores.
—Ése es mi chico —grita Colton mientras el beso de los novios sigue alargándose más de lo estrictamente necesario.
Damian le da un beso más suave en los labios y se separa de ella al tiempo que entrelaza sus manos.
—¿Dónde se supone que tenemos que ir? —me pregunta llevando su vista hacia mí.
—Al desfile del Día de San Patricio —respondo con una sonrisa de oreja a oreja.
—Claro que sí, joder —apuntilla Jeremias burlón.
Todos me miran divertidos y yo me encojo de hombros.
—Los Pelapatatas somos así —sentencio.
Atravesamos la iglesia y bajo de prisa las escaleras seguido de Damian, Karen, Jeremias y Lara. Estoy impaciente. No puedo esperar para volver a verla.
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