domingo, 6 de agosto de 2017

CAPITULO 56 (TERCERA HISTORIA)





Los días pasan demasiado despacio o demasiado de prisa, no lo sé. Para mí son todos iguales. No he vuelto a ver a Paula. Cunningham Media ya forma parte del Riley Enterprises Group, así que no necesitan nuestra ayuda. De vez en cuando —en realidad, todos los días—, llamo a Hernan para asegurarme de que todo está bien y no tienen ningún problema. También llamo a Amelia. Necesito saber que Macarena y, sobre todo, Paula están bien. Ella responde con monosílabos malhumorados y está a punto de colgarme cada vez, pero también sé que, si ocurriese algo, me lo contaría.


Las cosas no están saliendo como esperaba. Han pasado casi dos semanas y no puedo dejar de pensar en ella. Me había autoconvencido de que podría olvidarla, que sólo era una cuestión de tiempo y dejaría de doler, pero no podía estar más equivocado.


Empiezo a hacer verdaderas estupideces, como recordar cada momento que estuvimos juntos, cada vez que la tuve entre mis brazos. Es preocupante y a cada hora que pasa me parezco más al protagonista de una puta novela romántica.


Por lo menos hoy tengo una excusa diferente para beber. 


Mañana es la boda de Damian y Karen, y esta noche celebraremos la despedida de soltero en el Archetype.


—No entiendo por qué tienes que casarte precisamente el Día de San Patricio —me quejo recostándome en uno de los sillones.


—¿Y qué coño te importa? —protesta Damian.


—¿El Día de San Patricio es como vuestra Navidad? —inquiere Jeremias socarrón.


—Fastidiarte es mi Navidad —respondo contagiado de su humor.


Colton lo piensa un instante.


—El sexo es la Navidad —comenta al fin.


—¿Qué tal beber? —propongo.


—Eso sí que ha sido irlandés —apunta Damian.


—¿Alguno recuerda alguna vez que nací en Portland?


—Eso no es relevante.


Nos sirven una nueva ronda de Glenlivet.


—¿Cuánto tiempo hace que no te acuestas con una chica?


La pregunta de Jeremias me pilla por sorpresa, pero casi en ese mismo instante la última vez que tuve a Paula en la ducha de mi apartamento acude a mi mente. Recuerdo cómo gemía, lo bien que me sentí estando dentro de ella, su olor...


—Dieciséis días —respondo.


—Vaya, estoy muy orgulloso de ti —replica Damian, riéndose de mí—. A estas alturas pensé que ya habrías muerto.


—Mira el aspecto que tiene. Yo le doy diez días más —concluye Jeremias, pasándoselo también de cine a mi costa.


—La verdad es que estoy a mucho menos de hacer una puta locura —confieso incómodo.


—¿Como qué?


—Esperar a Paula en la puerta de su casa y secuestrarla —responde Damian, adelantándose a lo que yo pensase decir.


—Presentarse en Cunningham Media y secuestrarla —continúa Jeremias.


—En la salida del metro.


—En la puerta del supermercado.


Los fulmino con la mirada mientras mis dos queridísimos amigos se lo pasan en grande burlándose de mí.


—Sois dos cabronazos y dais miedo, joder —protesto.


—Y tú no sabes lo que quieres, Pedro —contesta Damian sin paños calientes—. Conociste a Paula y te enamoraste de ella y, cuando estaba más que claro que era así, tú todavía jugabas a tirártela en su rellano y decirle que eso no significaba que fueseis novios. Te enteraste de que tenía un crío y empezaste a plantearte que no eras bueno para ella y estuviste a punto de joderla. Pasó todo lo de Macarena y te largaste a Portland y, cuando vuelves a recuperarla, vuelves a cagarla.


—Yo sólo quiero cuidar de ella, joder.


—Pues esfuérzate un poco más, porque lo haces de pena.


—Perdona si no lo hago tan bien como tú con Karen. Quizá debería comportarme como un capullo con ella y después echarla de mi casa sin ninguna explicación y esperar hasta que un buen tío se fije en ella para reaccionar.


Damian me mira y resopla molesto.


—Eres un gilipollas.


—Queréis callaros de una vez —interviene Jeremias.


—Espera —replico—, que el gran Jeremias Colton tiene algo que decir. Tú eres el primero que tendría que callarse. Lara es una cría y encima es casi de tu familia y te la tiraste y, cuando la cosa se complicó porque el señor «no quiero a nadie y no permito que nadie me quiera a mí» se enamoró, la echaste de tu casa y de tu vida. Te faltó mandarle un puto burofax.


Jeremias se humedece el labio inferior y los tres nos fulminamos con la mirada en mitad de un silencio sepulcral. 


Están locos por ellas, igual que yo lo estoy por Paula, eso está claro, y es obvio que a ninguno de los tres nos gusta que nos recuerden cómo y cuándo la jodimos.


Sin embargo, un segundo después la tensión se esfuma, o por lo menos se transforma en otra cosa, y rompemos a reír.


—Somos un puto desastre —convengo cuando las carcajadas se diluyen, justo antes de darle un trago a mi copa.


Los dos asienten y durante un par de minutos permanecemos en silencio.


—¿De verdad quieres que todo termine así con Paula? —pregunta Jeremias desde su sillón.


Me encojo de hombros. Claro que no. Yo quiero que esté conmigo, abrazarla con fuerza y no soltarla jamás, joder, pero creo que ésa es una opción que ya no puedo tener.


—No —contesto sin asomo de dudas—, pero han pasado demasiadas cosas.


Me echo hacia delante y me bebo el vaso de whisky de un trago.


—Pero también han pasado muchas cosas buenas —replica—. Ya no eres el mismo. Desde que Paula entró en tu vida, has cambiado y has aprendido mucho.


—Sí —respondo arisco—, he aprendido que, por mucho que quieras a una persona, eso no es suficiente. Decidimos estar juntos y todo se puso en nuestra contra y ella sufrió demasiado.


—Paula te quiere —me interrumpe Damian.


—Nadie ha dicho que el amor sea suficiente —continúa Jeremias—, pero a veces el amor de verdad te cambia la vida y tú tienes que decidir si aceptas ese cambio y luchas por tu chica o bien te quedas aquí bebiendo, autocompadeciéndote y siendo un absoluto desastre. Al
final todo depende de ti.


Damian asiente.


Me quedo mirando mi copa, pensativo. Paula me cambió por dentro, dio igual que yo lo quisiese o no. Me enseñó que todas las maneras en las que interactuamos con alguien, aunque no lo engañemos, le afectan. Por eso cambié con Macarena, por eso intenté conocerla y por eso decidí cuidar de ella. Gracias a Paula, aprendí a ver a las mujeres de otra forma y, sobre todo, me di cuenta de que, por mucho que haya intentado mantener alejadas a las personas de mi vida, eso es algo que no se puede elegir. Aun así, aunque sea en la única jodida cosa en la que puedo pensar, hay demasiados temas que siguen separándonos; todo lo que pasó no va a borrarse por arte de magia.


Resoplo y me dejo caer en el sillón. La quiero, joder, y la echo de menos como un loco, pero Paula nunca va a perdonarme



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