viernes, 4 de agosto de 2017

CAPITULO 50 (TERCERA HISTORIA)




A la hora de comer les pido a todos que se tomen un descanso. Relajarse un poco y tomar aire fresco les vendrá bien. Yo regreso a mi despacho y me dejo caer en mi silla. 


Reviso los documentos que traía en la mano, varías ideas del departamento de I+D+I, y reactivo mi portátil pulsando la barra espaciadora.


La pantalla se ilumina y el icono de correo electrónico parpadea en la parte inferior. Abro la bandeja de entrada e inmediatamente mi atención se centra en uno de los mensajes.


De: Oficina Richard Bessett Enviado: 29/02/2016 13.05
Para: Paula Chaves
Asunto: Reunión 29 de febrero


Nos ponemos en contacto con usted para recordarle que la reunión de última hora de la tarde con el señor Bessett tendrá lugar en las oficinas de Samuelson y Mulholland.


Tallie Smith, secretaria de dirección
Oficina Richard Bessett
Samuelson y Mulholland
945, Park Avenue Nueva York, NY 10028


Había olvidado por completo esa reunión. La empresa Samuelson y Mulholland y, sobre todo, el señor Bessett eran una parte fundamental de mi malévolo plan. Pronto la Comisión de Valores e Intercambio anunciará que las acciones de Cunningham Media saldrán a la venta. Sebastian no nos compra a través de una OPA hostil ni nada parecido, sino a través de una subasta pública de acciones. Lo hace para conseguir un precio más competitivo, pero, como contrapartida, debe esperar a que los resultados de la auditoría se hagan públicos, cosa que pasará dentro de tres días.


Mi plan consistía en acordar con Samuelson y Mulholland la compraventa de Cunningham Media, siempre en nombre de Pedro, con unas condiciones imposibles de rechazar a cambio de que todo el proceso fuese muy rápido. La Comisión de Valores e Intercambio no tendría más remedio que adelantar la subasta y Sebastian no podría intervenir al estar sujeto a la auditoría. Samuelson y Mulholland compraría el cincuenta y uno por ciento de nuestras acciones, pero en el momento en el que se registrase que las dos operaciones habían sido realizadas por Pedro, se invalidaría la compra por un posible conflicto de intereses y ya no se permitiría la adquisición de Cunningham Media por ninguna de esas empresas, anulándose también la subasta.


Ideé este plan cuando odiaba a Pedro y creía firmemente que había venido a destruirnos. Si lo hago, salvaré la empresa, pero Pedro perderá mucho dinero y prestigio profesional. Antes en la balanza también estaba que, si lo hacía, lo perdería a él. Ahora esa posibilidad ha dejado de contar.


—Maldita sea —murmuro cruzando los brazos sobre mi mesa y hundiendo la cara en ellos.


Estoy a punto de empezar a darme cabezazos contra la madera cuando llaman a mi despacho. Al dar paso, Mónica, la secretaria de Hernan, entra con una expresión verdaderamente angustiada.


—¿Qué pasa? —pregunto preocupándome yo también.


—Perdona que te interrumpa —se disculpa por adelantado—. Sé que esto se aleja completamente de mis funciones y que tú ya tienes demasiadas cosas en la cabeza...


—¿Qué ocurre, Mónica? —la interrumpo, nerviosa—. ¿Le ha pasado algo a Hernan? ¿Está bien?


—Hernan está destrozado.


Al escucharla, suspiro hondo. Nada de lo que le está pasando es justo. Hernan no se lo merece.


—Me ha pedido que organice una reunión con todo el personal para dentro de tres días —continúa.


La fecha en la que la auditoría se hará pública y Sebastian comprará Cunningham Media.


—Está convencido de que va a perder la compañía, Paula, y de que nos despedirán a todos.


Su voz se evapora al final de la frase. Está conteniéndose para no llorar y yo nunca me había sentido tan mal.


—Tengo cincuenta y cuatro años, ¿quién va a contratarme?
Ya no puede más y empieza a llorar desconsolada. Yo me levanto rápidamente, rodeo mi mesa y me agacho frente a ella, buscando su mirada con la mía.


—No te preocupes, Mónica —le digo tratando de reconfortarla—. Yo voy a ocuparme de todo. Convoca esa reunión, pero no te preocupes —repito—. Nadie va a comprar Cunningham Media.


Sonrío para infundirle valor y de paso infundirme un poco a mí, y ella asiente esperanzada.


La convenzo para que se tome el resto de la tarde libre. La acompaño a su despacho a recoger su bolso y su abrigo y, después, abajo a coger un taxi. Justo antes de darme media vuelta y volver a entrar, suspiro de nuevo y miro a mi alrededor. Siempre me ha encantado esta ciudad. Muchos dicen que los neoyorquinos no sabemos apreciarla porque hemos nacido en ella. Yo creo que no es verdad. Es imposible estar aquí, ya sea diez segundos o toda una vida, y no enamorarte de cada calle. Es el telón de fondo más mágico que existe. Ahora no me vendría nada mal un poco de esa magia.


De vuelta en mi despacho, me gustaría seguir donde lo dejé y empezar a darme esos cabezazos contra el escritorio. 


Recuerdo la conversación con Sebastian sobre el comprador; sobre él mismo, en realidad. No piensa mantener la empresa abierta. Hernan también lo sabe, por eso ha organizado esa reunión. Hay una única solución posible.


Nunca he odiado tanto saber qué es lo que tengo que hacer.


Le mando un correo electrónico a la secretaria del señor Bessett confirmando que he recibido el suyo y salgo hacia Samuelson y Mulholland.


Entro en su edificio. El señor Bessett me recibe en el vestíbulo. Pienso en Hernan, en Mónica... en Pedro. Camino hasta la sala de reuniones y tomo asiento donde me indica, muy concentrada en lo que va explicándome. Me siento como un robot con una misión, como si no fuera yo, y eso me alivia un mísero segundo: pensar que en el fondo la verdadera Paula no está aquí, quemando todos los puentes con el único hombre que la ha hecho sentir especial.


—Señorita Chaves, ¿se encuentra bien?


Asiento y me obligo a sonreír. Empiezo a explicarle al señor Bessett las ventajas de una posible compra de Cunningham Media: el precio garantizado de las acciones, la disponibilidad de Hernan a hacer los cambios necesarios, todo nuestro potencial. Él sonríe. Sabe que es un buen negocio.


—Pero hay una subasta pública abierta sobre Cunningham Media —me recuerda—. Eso pone en peligro el precio garantizado de las acciones.


—Sólo si esperamos —respondo—. La compañía que ha pedido la subasta está sujeta a las normas de dicho concurso y debe esperar a que los resultados de la auditoría se hagan públicos.


Asiente satisfecho.


—¿Y quién llevará toda la operación de compraventa? ¿Ha pensado en alguien?


—Sí —musito


Trago saliva. Sólo tengo que decir su nombre y ya está. Me desharé de Sebastian y salvaré Cunningham Media, a todos los que trabajan en ella... y perderé a Pedro. No puedo pensar en otra cosa y ni siquiera entiendo por qué. No significo nada para él.


—Señorita Chaves —me apremia.


Yo lo miro absolutamente inmóvil. ¿Por qué tengo que dudar? ¿Por qué no puedo olvidarme de él?


¿Por qué no puedo traicionarlo? Él ya ha pasado página conmigo. Sólo necesitó cuarenta y ocho horas para hacerlo. ¿Por qué tengo que ser tan idiota? ¿Por qué no puedo dejar de quererlo?


—Señorita Chaves.


—Lo siento —me disculpo levantándome—. Venir aquí ha sido un error. Lo siento de veras.


Me pongo de pie y salgo del despacho como una exhalación. 


La nieve me sorprende al salir del edificio. Necesito pensar. 


Necesito volver a tomar buenas decisiones, a ser una chica lista, pero, maldita sea, ¡estoy tan cabreada! Conmigo misma y con Pedro por aparecer en mi vida, por complicármela, por
decidir que ya no quiere estar en ella.


No lo pienso. Sólo paro un taxi y le doy la dirección de su apartamento. Soy consciente de que ya dije todo lo que tenía que decir, pero ahora mismo mi enfado pesa más y lo único que quiero es tenerlo cerca para gritarle cuánto lo odio.


Ni siquiera pienso en la posibilidad de que no esté. Saludo al portero rezando para que Pedro no haya dado orden de que no me deje pasar o algo parecido y llego al ascensor. Estoy nerviosa, acelerada, triste, furiosa, dolida. Me siento herida, más aún que hace diez años.



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