sábado, 15 de julio de 2017

CAPITULO 38 (SEGUNDA HISTORIA)





Siento sus labios sobre los míos.


Abro los ojos adormilada y me llevo el índice a los labios a la vez que me incorporo. Todo está aún sumido en la penumbra, en silencio. Estoy tapada con la colcha. No recuerdo haberme tapado. Me giro hacia el otro lado de la cama buscando a Pedro, pero no está. Compruebo el reloj. Sólo son las cuatro de la mañana. ¿Cuándo se fue? ¿Por qué se fue? En realidad, la respuesta a esa pregunta está bastante clara. Lo de anoche sólo fue una tregua. Me dejo caer de nuevo en la cama y me acurruco bajo la colcha.


A veces tengo clarísimo que Pedro siempre sabe lo que hace y por qué lo hace, y otras sé que está tan perdido como yo.


No consigo volver a dormirme y, aunque es tempranísimo, una hora después me levanto. Estoy una cantidad de tiempo irresponsable bajo el grifo de agua caliente y, como aún sigue siendo más que temprano, me preparo tortitas para desayunar. Pienso unas doscientas veces en llamar a Pedro, pero me contengo.


Camino del trabajo recibo un whatsapp de Sofia para que comamos juntas. Acepto encantada la invitación y, tras esquivar a un grupo de japoneses ávidos de hacerse fotos con la estatua de Benjamin Franklin en la puerta del Federal Hall, entro en la oficina.


A la una en punto despejo mi mesa y voy al encuentro de mi amiga. Decidimos caminar un poco y nos vamos al Studio Fifty-Food. Tienen los mejores perritos calientes de toda la ciudad.


A la vuelta entramos en el parque del ayuntamiento y nos tomamos unos helados de limón en el césped. Hay que aprovechar los últimos días de sol de septiembre. Nos reímos muchísimo describiendo la forma que tienen las nubes. Para Sofia, casi todas son hombres desnudos. Debe de ser su instinto jedi de los penes.


Estamos caminando hacia la salida de Park Row cuando mi móvil comienza a sonar. Lo hace con On my mind, de Ellie Goulding, la canción que esta mañana decidí ponerle a las llamadas entrantes de Pedro para recordarme que no puedo colarme por él, aunque una parte de mí piensa que ese barco zarpó hace mucho. Sofia sólo necesita escuchar unos segundos del estribillo y la frase en la que se pregunta por qué su corazón no sabe por qué lo lleva en la cabeza para saber quién llama.


Me freno en seco y rápidamente comienzo a buscar el iPhone en las profundidades de mi bolso.


—Trae aquí ese bolso —dice Sofia arrebatándomelo—. No vas a cogérselo.


¿Qué? ¿Por qué?


Alcanzo la correa justo a tiempo y tiro de ella para que me lo devuelva.


—Dame el bolso —protesto.


—No —sentencia tozuda tirando también—. Hace tres días dijiste que no sabías cómo hacer que lo tuyo con Pedro funcionase, que ni siquiera sabías si eso es lo que quieres, así que tienes que empezar a hacerte la dura.


—¿Por qué? —me quejo.


—Porque está claro que quieres que funcione —replica como si fuese obvio. Supongo que es obvio—. Pero no puedes dejárselo tan claro a él.


—Sofia —trato de intimidarla.


Ella no sabe todo lo que pasó anoche. Fue diferente. Los dos fuimos diferentes.


—Paula —responde.


—¡Suelta el bolso! —protesto.


—¡Suelta tú el bolso! —contraataca.


La situación no puede ser más ridícula: dos mujeres adultas, en teoría, peleándose por un bolso en mitad de uno de los parques más concurridos de todo Manhattan.


—Va a acabar colgando —me informa.


—Pues dame el maldito bolso.


No quiero que cuelgue.


—¡Krav magá! —grita de pronto.


Da un paso hacia delante y me da una patada en la espinilla. 


¡Ay! ¡Duele! Me llevo las manos a la pierna soltando el bolso y Sofia se apropia de él sin ninguna piedad. Rápida como un gato, saca mi iPhone y descuelga desoyendo mis súplicas.


—Móvil de Paula… No, no está.


—Dame ese teléfono —grito en un susurro.


Ella me ignora por completo y se aleja de mí.


—A la hora del almuerzo se dejó el teléfono en el restaurante —continúa—. Un chico guapísimo se acercó a nuestra mesa y comenzaron a charlar. Cuando volví del baño, no estaban ninguno de los dos.


¡Está completamente loca!


—¡No! —susurro de nuevo tratando de alcanzarla.


Pero Sofia me bloquea colocando su manaza sobre mi cara y empujándome hacia atrás.


—Encantada de hablar contigo, Pedro —se despide ceremoniosa.


Cuelga ante mi atónita mirada, devuelve el teléfono a mi bolso y me lo tiende como si no hubiese pasado nada.


—¿Por qué has hecho eso? —protesto por enésima vez.


—Ahora Pedro Alfonso está celoso, agradécemelo.


—¿Por qué? ¿Qué gano con eso? Además, ni siquiera es verdad.


—Sólo he hecho lo que tendrías que haber hecho tú.


Yo la miro sin entender nada y Sofia pone los ojos en blanco, fingiéndose exasperada porque no sepa cómo funcionan los hombres.


Pedro es guapísimo, sexy y un dios en la cama. Cree que puede tenerlo todo con sólo chasquear los dedos y puede que sea verdad, pero ahora mismo acabamos de hacerle entender que tú no entras dentro de ese todo.


En otras palabras, demostrarle que no soy su muñequita.


Sofia, te debo una.


—Me gusta —digo mientras una sonrisilla con cierta malicia se me escapa.


—De nada —responde poniéndose las gafas de sol.



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