jueves, 13 de julio de 2017

CAPITULO 33 (SEGUNDA HISTORIA)





El sábado me paso el día encerrada en mi despacho revisando más documentos, más inversiones, más números, pero sigo sin obtener un resultado claro en ningún sentido.


Poco antes de las cinco, Pedro me llama. De pie, en mi oficina, me paseo con el móvil en la mano observando su nombre iluminarse en la pantalla. Soy consciente de que no estoy teniendo la actitud más adulta, pero no puedo correr a verlo y hacer como si nada hubiese pasado. Antes necesito saber a qué me estoy enfrentando. Además, poner un poco de distancia entre nosotros será bueno para mí, por los motivos que me permito reconocer y por los que no.


En ese mismo instante una idea cruza mi mente como un ciclón. Conozco lo suficiente a Pedro como para saber que no va a aceptar que simplemente no le coja el teléfono. 


Rápidamente rescato mi maxibolso de Louis Vuitton, meto una docena de carpetas en él y salgo disparada de la oficina. No tengo ninguna duda de que se presentará aquí.


Apenas he alcanzado el pasillo principal, todo mármol y elegancia, cuando tuerzo el gesto. No puedo ir a mi apartamento. Pedro también me buscaría allí. Me freno en seco y me llevo el reverso de los dedos a los labios.


Piensa, ratoncita, piensa.


Busco mi móvil en el bolso y llamo a Sofia. Le ofrezco maratón de pelis de los ochenta y Cosmopolitans en su piso. Acepta encantada. Ya tengo asilo político.


Voy caminando hasta Columbus Circus y después en metro hasta el campus de la Universidad de Columbia.


Sólo con golpear la puerta del apartamento de Sofia me siento mejor. Me recibe con un cóctel en la mano y luciendo una camiseta con el póster promocional de Maniquí. 


Necesitaba a las chicas.


—¿Un Cosmo? —me pregunta.


—Un Cosmo —respondo aún jadeante por haber tenido que subir hasta un cuarto piso prácticamente corriendo, y con tacones.


Tenía muchas ganas de llegar.


—Victoria subirá en seguida —me informa—. Ha bajado a su apartamento a por el devedé de 16 velas.


Sonrío. Me encanta esa peli.


En ese preciso instante, Victoria aparece en el salón.


—¿Qué tal estás? —pregunta dándome un beso de lo más baboso justo antes de pasarle la película a Sofia, que está arrodillada frente a la tele de plasma encendiendo el reproductor de devedé.


Yo dejo mi bolso y mi chaqueta vaquera sobre el sofá y me aliso la falda de mi vestido con las palmas de las manos. Durante esos mecánicos movimientos, pienso todas las respuestas que podría inventarme para salir del paso: bien, normal, nada que contar, como siempre… Todas burdas mentiras. Necesito desahogarme. Necesito que alguien me dé una opinión objetiva sobre lo que está pasando, sobre el malnacido, atractivo hasta decir basta, arrogante, hermético y complicado de Pedro Alfonso. Necesito que me digan que estoy haciendo lo correcto evitándolo y luchando con todas mis fuerzas por no correr a sus brazos.


—Tengo que contaros algo —les anuncio.


Sofia y Victoria se giran hacia mí y me miran expectantes.


—Me estoy acostando con Pedro.


Las dos me observan un par de segundos en silencio y finalmente Victoria maldice mientras saca un billete de cinco dólares y se lo da a una orgullosa Sofia, que ríe satisfecha abriendo la carátula.


—¿Habíais apostado sobre si me acostaría con Pedro? —pregunto escandalizada.


—Claro que sí —me confirma Sofia—. Lo supe en el Indian. Puede que incluso antes. Mi instinto jedi de los penes es muy poderoso.


Trato de contener una carcajada, pero no soy capaz. Maldita sea, estoy muy enfadada.


—Tengo un don. Él es taaan… —dice alargando la a creo que incluso lascivamente—... y tú estabas en plan «necesito que me follen como si acabasen de salir de una prisión federal».


—Yo no dije eso —me defiendo.


—Otras palabras, mismo mensaje.


Sofia se levanta, coge el mando de la pequeña mesita de centro y se sienta a mi lado.


—¿Y que más te ha dicho tu instinto jedi de los penes? —pregunto fingidamente ofendida.


—Que te está volviendo completamente loca —responde sin ningún remordimiento justo antes de echarse a reír con Victoria.


Yo frunzo los labios tratando de disimular una nueva sonrisa, pero no puedo más y acabo echándome a reír.


—Pues de verdad tienes un don —aclaro cuando las carcajadas se calman—. No sé qué hacer.


«Volverme loca» se queda corto.


—Pero ¿estáis saliendo? —pregunta Victoria—. ¿Sois novios?


—No —respondemos Sofia y yo al unísono.


—¿Por qué? —me quejo—. Y para —me quejo de nuevo.


Sofia resopla, le da un sorbo a su Cosmopolitan y vuelve a dejarlo sobre la mesita antes de mirarnos atentamente.


—Hombres como Pedro no tener novia —nos explica como si fuésemos idiotas. Se está riendo de mí otra vez. Voy a tener que asesinarla—. Hombres como Pedro follarte encimera cocina recubierta nata y después hacer muesca en cabecero cama con mano mientras echar con palmada en trasero con otra mano.


La miro mal y ella se encoge de hombros.


—¿Mí tener razón? —me pregunta.


No quiero hablarle, no me cae bien, pero no puedo evitar pensar que yo misma tengo esa imagen de Pedro y, al fin y al cabo, es lo que me ha demostrado, ¿o no?


—Supongo que tienes razón —claudico—, pero, mientras estás recubierta de nata, estás en el maldito paraíso.


—Mí saber —responde Sofia con un mohín de lo más decadente, dando un sorbo a la cañita de su cóctel. Sólo hay que mirarlo para saberlo instintivamente.


—Chicas, todo empezó como un… —tardo en encontrar la palabra. Mala señal—... entrenamiento.
 Sólo quería que me enseñara a dejar de ser una ratoncita y poder gustarle a Christian.


—¿Y no está funcionando? —pregunta Victoria.


—Supongo que sí —contesto resignada—, pero al mismo tiempo todo se está intensificando. Pedro puede ser tan complicado... Ni siquiera sé si le caigo bien u odia pasar tiempo conmigo más allá del sexo.


Sofia y Victoria se miran y después me miran a mí.


—¿Y a ti te gusta estar con él? —inquiere Victoria—. ¿Quieres que lo vuestro funcione?


Pierdo mi vista en el cóctel y suspiro mientras me llevo con las puntas del índice y el corazón la condensación que moja mi copa. ¿Cómo dos simples preguntas pueden llegar a ser tan complicadas?


—No lo sé —respondo al fin—, pero tampoco sé si hay un «lo nuestro».


—Pues supongo que eso es lo primero que tenemos que averiguar —sentencia Sofia.


Nos tomamos una copa más y empezamos a ver la peli. Sin embargo, la música del apartamento contiguo no tarda en inundar también el de Sofia. Cuando comienza a sonar Hello Kitty, de Avril Lavigne, no podemos evitarlo y nos asomamos al pasillo. ¡Tienen montada una juerga en toda regla!


Buena música, alcohol y al menos un centenar de personas abarrotando el apartamento y el rellano.


—¡Vecina! —gritan desde algún punto del piso.


—Teo Thompson, ¿has montado un fiestón y no me has avisado? —se queja Sofia divertida, llevándose las manos a las caderas.


Frunzo el ceño al ver acercarse al Teo en cuestión. Es el mismo chico que conocí en el Indian, el que bailaba como si acabase de escaparse de un videoclip de Madonna.


—Ha sido totalmente improvisado —se defiende llegando con dificultad hasta nosotras— e iba a ir a buscarte ahora mismo.


Sofia frunce el ceño y finalmente sonríe.


—Chicas, éste es Teo. Teo, las chicas —nos presenta y, sin más, se adentra en el piso y en la fiesta.


Teo repara en nosotras y, cuando nuestras miradas se cruzan, sonríe divertido.


—Hola —me saluda.


—Hola —respondo.


—Ya os conocéis —murmura Victoria socarrona—. Supongo que te dejo en buenas manos.


Me guiña un ojo y, sin darme oportunidad a responder, se marcha.


—¿Te acuerdas de mí? —pregunta.


Asiento.


—Ese pase de baile fue demasiado alucinante —le explico con una sonrisa.


—Y deja huella.


Mi sonrisa se ensancha a la vez que asiento de nuevo.


—¿Cómo va todo? —inquiere.


—Muy bien —respondo.


—Teniendo en cuenta que es la segunda vez que coincidimos, y antes de que te me escapes de nuevo, podrías dame tu número de teléfono.


Yo aprieto un labio contra otro y lo miro como deben de mirar los corderitos al granjero que les pide que se acerquen, diciéndoles que todo irá bien. Teo es un chico increíble y muy guapo, pero la situación con Pedro ya es lo suficientemente complicada. Si además sumara a Teo a la ecuación, el resultado podría ser francamente desastroso. 


Por no hablar de cómo se lo tomaría el señor tirano.


—¿Te enfadarás mucho si te digo que no? —pregunto volviendo a sonreír para no parecerle la chica más odiosa del mundo.


—Bueno —contesta encogiéndose de hombros—, esperaré a que coincidamos una tercera vez.


Sonrío de nuevo.


—Muchas gracias.


Alzo la mano a modo de despedida y giro para regresar con las chicas.


Victoria está a unos pasos, pero no hay ni rastro de Sofia. 


Echamos un vistazo a nuestro alrededor y no tardamos en encontrarla prácticamente en el centro de una pista de baile improvisada, con los brazos extendidos y absolutamente absorbida por la música. Victoria y yo nos miramos y vamos hasta ella sin perder un solo segundo.


—Deja de vivir el momento —le ordena Victoria.


—Deja de vivir el momento ahora mismo —añado.


La última vez que lo hizo, tuvimos que quitarla de delante de un taxi conducido por un pakistaní muy asustado y con un chico guapísimo en el asiento de atrás aún más asustado, del que se empeñó en decir que era el amor de su vida.


—¿Qué? ¿Por qué? —se queja


—En serio, para —le pido.


—No tengo por qué ver esto —continúa Victoria.


—No vas a ver nada.


—Siempre que te pones en plan club de los poetas muertos, nos acabas avergonzando —le recrimina.


—Tú, mejor, cállate —la defiendo—. Estás en su lugar muchas veces.


Victoria bufa absolutamente indignada.


—Sí —sentencia Sofia.


—¿Qué? No.


—Sí.


—Sí —me reafirmo a la vez que asiento con los ojos cerrados, absolutamente convencida.


—¿A qué os referís? —inquiere al fin.


—A tu obsesión por los camareros —responde Sofia.


—Aquí está la barra —marco una línea imaginaria con las manos—, aquí está el futuro amor de Victoria —concluyo burlona.


—Tú sí que deberías callarte —me advierte Sofia.


—Yo, no —me quejo—. ¿Por qué?


Pedro—dice Sofia imitando mi voz, acercándose a Victoria con la mano en el pecho y pestañeando un número ridículo de veces—, sé que lo nuestro es un amor prohibido, pero, aun así, te quiero.


—Paula —responde Victoria poniendo la voz más ronca que es capaz, cogiendo a Sofia de las manos—, yo también te quiero. Fuguémonos a mi otra mansión en los Hamptons y olvidémonos de todo.


Yo las observo tratando de disimular que estoy a punto de echarme a reír.


—Oh, Pedro.


—Oh, Paula.


—Oh, Pedro.


—Oh, Paula.


—Idos al infierno —me quejo a la vez que echo a andar.
¿Qué he hecho yo para merecer estas amigas?


Sin embargo, no he dado más que un puñado de pasos cuando las dos corren tras de mí y me abrazan en contra de mi voluntad. No aguanto más y las tres rompemos a reír.


En serio, ¿qué he hecho yo para merecer estas amigas?
Karma, te debo una.




No hay comentarios:

Publicar un comentario