Paula aparta su mano y su mirada, intimidada por mi respuesta. ¿Por qué he tenido que ser tan imbécil? Quiero decir algo, pero no creo que sea una buena idea y le hago un gesto con la cabeza para que vuelva a su asiento. Ella obedece algo aturdida y ocupa de nuevo el sillón frente al mío. De pronto mi cuerpo se queda frío, como si le hubiesen robado el maldito sol, y mi cerebro se niega a colaborar.
¿Por qué no la has besado? ¿Por qué no te la has llevado a tu apartamento, gilipollas?, me reprendo.
Me paso la mano por el pelo y exhalo con suavidad todo el aire de mis pulmones. No estoy en ese punto con ella. No quiero querer estarlo.
— Dos chicas están jugando a encestar una moneda de veinticinco centavos en un vaso —dice.
Entorno los ojos confuso hasta que ella repite la frase enarcando las cejas y me doy cuenta de que me está contando un chiste.
—Entonces llega un chico con su propia moneda y les dice «esta moneda es mágica. Siempre soy capaz de meterla donde quiera. ¿Queréis verlo?» Y una de ellas contesta «mejor enséñaselo a mi amiga, creo que yo no podría tragarme la moneda».
La observo sin decir nada mientras ella extiende las palmas de las manos mostrando su obra maestra. Por Dios, es el chiste más malo que he oído en todos los días de mi vida, pero entonces Paula rompe a reír, una risa chillona y destartalada, a la vez que me pide perdón, y yo no tardo más de un segundo en imitarla sólo por verla así de contenta, de desinhibida, por sentir cómo me calienta por dentro. Parece feliz, y eso me gusta. Joder, eso me gusta muchísimo.
Por un momento tengo la sensación de que es la misma risa que oí en el rellano de Macarena, pero me doy cuenta de que es imposible.
Sería demasiada casualidad.
Terminamos de comer y la acompaño a la boca de metro.
Durante el corto trayecto que tenemos que recorrer, estoy tentado una docena de veces de pedirle que vayamos a tomarnos una copa, puede que llevármela al Archetype, pero me obligo a quitarme la idea de la cabeza.
Paula y yo sólo somos amigos.
*****
Cuando estoy en Cunningham Media, a no ser que alguna reunión lo impida, trabajamos juntos y también almorzamos juntos. Algunos días ni siquiera tengo hambre y no pido nada, pero entonces ella empieza a comerse un sándwich y a emitir unos pequeños gemidos, como si estuviese en el séptimo cielo culinario, y un apetito voraz se despierta dentro de mí, sin dejarme otra salida que robarle la mitad de su comida.
Sin embargo, lo más curioso es que, cuando estoy en el Archetype y, por el motivo que sea, Paula me envía algún mensaje, prefiero quedarme mandándome whatsapps con ella y mi vaso de Glenlivet a pasar a cualquiera de las habitaciones.
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