sábado, 8 de julio de 2017
CAPITULO 16 (SEGUNDA HISTORIA)
Me arrastra entre la multitud hasta que nos perdemos en uno de los pasillos junto a la barra. Entramos en una sala a medio camino entre un almacén y un despacho y me suelta antes de cerrar la puerta con brusquedad.
No camina hacia mí, pero su mirada atrapa la mía y la domina. Está furioso y ni siquiera ahora se baja de su pedestal y su arrogancia sigue brillando con una fuerza atronadora.
Todo lo que me resulta injustamente atractivo de él se multiplica hasta dejarme sin aliento y mi cuerpo se reactiva como si aún estuviésemos en su despacho y acabase de pintarme los labios.
—No podía dejar de pensar en ti con ese vestido —susurra con su sensual voz.
Mi respiración se acelera. Pedro comienza a caminar lleno de una masculina seguridad, como si se adueñara del mundo a cada paso.
Se detiene frente a mí, lo suficientemente cerca como para que su cuerpo caliente el mío, como para que no pueda pensar en otra cosa. Alza su mano. Las puntas de sus dedos acarician furtivas mi cadera y continúa subiendo despacio por mi costado.
—Ya no aguanto más sin tocarte —susurra.
—Pues tócame —musito, casi le suplico—. Quiero dejar de ser una ratoncita.
Las palabras se escapan de mis labios sin que pueda controlarlas, pero por primera vez en toda mi vida no me arrepiento de no pensar. Quiero convertirme en una mujer capaz de seducir, de jugar. No quiero ser una niña asustadiza nunca más.
Pedro sonríe y recorre mis labios con el pulgar con sus ojos fijos en el movimiento.
—¿De verdad quieres dejar de ser una ratoncita?
Asiento nerviosa. La curiosidad ya no tiene límites. El placer anticipado lo inunda todo.
—Arrodíllate —me ordena en un grave susurro.
Suspiro. No puedo evitarlo. Es su voz fabricada con sensualidad pura, películas de Paul Newman y el toque exacto de arrogancia.
—No me hagas esperar, Paula.
Despacio, me quedo de rodillas frente a él. El corazón me late más de prisa que en cualquier otro momento de mi vida. Levanto la mirada y la suya me está esperando para atraparme.
Automáticamente mi cuerpo entra en una tensión diferente, como si el suyo lo dominase sin ni siquiera llegar a tocarme.
Es instintivo, primario, sensual… es dejarse llevar.
Ni siquiera sé cómo, pero comprendo al instante lo que quiere que haga. Alzo las manos y las llevo hasta su cinturón. La hebilla se me resiste. Estoy demasiado nerviosa. Pedro coloca sus manos sobre las mías y suavemente me guía en el movimiento hasta que el cinturón, abriéndose, resuena en cada rincón de la pequeña estancia.
Desabrocho sus pantalones y libero una erección perfecta.
Mis ojos la recorren entera. Es grande, muy grande, y dibuja un suave arco hacia arriba.
Lo miro a través de mis pestañas y, tratando de parecer todo lo segura que soy capaz, lo rodeo con la mano y aprieto suavemente. Pedro exhala todo el aire de sus pulmones.
Despacio, le doy un tenue beso en la punta y disfruto de su sabor a limpio y a piel salada.
Me muerdo el labio inferior y me envalentono. Hago mi segundo beso más húmedo, más caliente.
Aprieto con más fuerza mientras le dejo entrar en mi boca hasta que mis labios se encuentran con el reverso de mis dedos.
—Muy bien, Paula —susurra.
Su voz me excita y me sobreestimula. Creo que podría llegar a correrme sólo con su voz.
Pedro me acaricia la mejilla y pierde las manos en mi pelo.
Echa las caderas hacia delante y comienzan a marcar el ritmo. Nuestras miradas siguen conectadas y todo el placer, lentamente, burbujeando, va concentrándose en mi sexo.
Ladea mi cabeza hacia un lado sin ninguna delicadeza y me embiste la boca. Ha sido brusco y me ha gustado, mucho.
—Sin manos —me ordena.
El ritmo se recrudece. Entra más rápido, más fuerte, más duro, más perfecto.
Gimo de nuevo y cierro los ojos.
—Mírame —ruge tirándome del pelo.
Los abro al instante. Sin dudar.
—Joder. —Su voz se entrecorta, jadeante, sensual.
Sus piernas se tensan. Sus manos se deslizan hacia mi cuello aún más posesivas. Su mirada se llena de placer. El mío crece, lo inunda todo.
Se agarra la base de su increíble polla y la guía hasta mi boca, hasta mi garganta. Su sensualidad le desborda y llena por completo la habitación. Un auténtico perdonavidas que hace lo que quiere y cuando quiere, y ahora lo está haciendo conmigo; una idea que, en contra de mi sentido común, de mi parte racional, de todo lo que he creído hasta ahora, me excita y me hace sentirme febril, deseada, sexy, me hace olvidarme del mundo.
Sus movimientos se aceleran. Me alcanza el velo del paladar y trago con él dentro. Pedro gruñe.
Yo gimo y vuelvo a disfrutar de toda su longitud.
—Joder. Joder. Joder —masculla entre dientes.
Me embiste una vez más y entrando profundo se corre en mi boca. No lo pienso, tampoco lo dudo, y trago su esencia salada y cremosa.
Continúa entrando y saliendo y lo hace hasta que su sexo sale limpio y brillante.
Pedro me acaricia de nuevo la mejilla, desliza su mano por mi mentón y me obliga a alzar la cabeza a la vez que se inclina sobre mí. Quiero que me bese. Cierro los ojos y disfruto de lo brusco y dulce que está siendo. El binomio perfecto entre el pecado y todo mi placer.
—Quieres dejar de ser una ratoncita —susurra contra mis labios sin llegar a besarme—, pues ésta es la primera lección: estás aquí para mi placer, no para el tuyo. Que tú disfrutes es opcional
Abro los ojos de golpe, sorprendida, casi conmocionada. Él me dedica su media sonrisa y sin más se levanta, obligándome a hacerlo con él. Se coloca bien la ropa y se dirige hacia la puerta.
—Arréglate. Tienes dos minutos —me informa abriendo—. Te espero en la barra.
Veo la puerta cerrarse absolutamente atónita. ¿Qué acaba de pasar aquí? Miro a mi alrededor con la respiración aún convulsa. Se ha reído de mí. Se ha comportado exactamente igual que se comporta siempre y yo he sido tan estúpida de volver a dejarle hacerlo.
No me lo puedo creer.
¡No me lo puedo creer!
Me arreglo el pelo lo mejor que puedo, me aliso el vestido y salgo del almacén. No tardo en ver a Pedro en la barra. Está apoyado en ella, jugueteando con un vaso bajo con hielo y un licor ambarino. Está increíble y por un momento esa idea me distrae. Sin embargo, tengo un propósito y pienso cumplirlo.
Me las va a pagar.
Camino hasta él y me detengo apenas a un par de pasos.
Pedro se incorpora y me observa de arriba abajo con una sonrisa de lo más arrogante en los labios. Yo alzo la barbilla, altanera, concentrándome en no distraerme. Sin decir una sola palabra, giro sobre mis pasos y echo a andar.
Barro la pista buscando al chico con el que bailaba cuando Pedro me llevó hasta el almacén.
Necesito encontrarlo o este plan no tendrá ningún sentido.
Miro por encima de mi hombro para asegurarme de que Pedro me está observando. La misma sonrisa sigue en sus labios y la curiosidad brilla en sus ojos verdes.
Devuelvo la vista a la pista de baile y sonrío con un poco de malicia cuando al fin encuentro a Teo. Las manos me tiemblan, pero me sobrepongo. No pienso permitir que crea que soy su muñequita.
—Hola —lo saludo alzando la voz para hacerme oír por encima del Number One, de Tove Styrke que suena a todo volumen.
Sonrío y rezo para que no me mande a paseo por cómo he desaparecido antes.
Él me observa un segundo, imagino que tratando de averiguar si estoy sola o no.
—Hola —responde algo confundido, pero en seguida sonríe—. ¿Todo bien?
Sé que se refiere a nuestra abrupta despedida.
Discretamente vuelvo a mirar hacia Pedro. Su sonrisa ha desaparecido. Fantástico.
—Sí —respondo—. ¿Bailamos? —le propongo.
—Claro.
Da un paso hacia mí y comenzamos a bailar. Vuelvo a mirar, pero ya no hay rastro de Pedro.
Tuerzo el gesto. Quería ponerlo celoso y él ni siquiera se ha quedado a mirar. Me siento como si me hubiese dado una bofetada.
Eres una cría, Chaves.
Ahora ya tengo dos motivos para estar enfadada.
—Paula.
Sólo ha sido un susurro y, sin embargo, he oído cómo pronunciaba cada letra a la perfección. La piel de la nuca se me eriza. Me detengo en seco y me giro despacio justo a tiempo de ver cómo se humedece el labio inferior y sus ojos se oscurecen y endurecen a la vez. El chico da un paso hacia mí y se coloca a mi espalda. Pedro lo observa, sólo un segundo, y su cara de perdonavidas le da a entender en esa pequeña fracción de tiempo que no es un camino por el que le interese seguir.
Alza la mano y mi mirada la sigue hasta agarrar mi muñeca.
Está enfadado. Yo también. Tira de mí, pero me zafo con rabia y doy un paso atrás.
—Suéltame —siseo.
—Paula —me reprende.
—Paula, ¿qué?
¡No puede comportarse así después de cómo me ha tratado!
Pero a Pedro parece importarle muy poco. Devora la distancia que nos separa, me toma de las caderas y me carga sobre su hombro. ¡Se ha vuelto completamente loco!
Yo grito por la sorpresa e inmediatamente lucho por soltarme. Pataleo y lo golpeo con los puños, pero él no tiene el más mínimo problema en mantenerme sujeta y empezar a andar.
Las personas con las que nos cruzamos, lejos de ayudarme, sonríen y cuchichean. Alguna que otra chica mira a Pedro embobada como si hubiese subido un escalón más de atractivo. ¡Maldita sea! ¡Quiero que me baje!
Atravesamos el local en cuestión de segundos y volvemos a esa mezcla de almacén y despacho.
Cierra de un portazo verdaderamente furioso y me suelta en el centro de la estancia. Yo lo empujo y me alejo unos pasos con la respiración acelerada de pura rabia.
Sin embargo, a cada segundo que estamos en esa habitación, cada vez que nuestras miradas se encuentran, todo a nuestro alrededor parece relativizarse. Los demás no importan. La música se desvanece. Vuelve a agarrarme de la muñeca y a llevarme contra él. No hay un ápice de amabilidad en su gesto, sólo fuerza, arrogancia y un cristalino sentimiento de posesión. Nuestras respiraciones ya son un caos. Sus ojos se pierden en mi boca. Mi siento deseada, sexy… otra vez me siento viva.
Tomándome por sorpresa, me gira entre sus brazos y me estrecha contra él. Noto su erección fuerte y dura e instintivamente acomodo mi trasero contra ella. Pedro gruñe y un gemido se escapa de mis labios.
Su boca se desliza por mi cuello impregnando mi piel de calor. Vuelvo a gemir. Me aprieta aún más contra él. Me muerde con fuerza… ¡Dios!
—Túmbate sobre la mesa y agárrate al borde —me ordena contra mi piel.
Mis ojos se pierden en el mueble, pero mi cuerpo no reacciona. No puedo.
Pedro enreda su mano en mi pelo y, tomándome por sorpresa una vez más, tira de él obligándome a echar.
—La paciencia no es mi punto fuerte, Ratoncita.
Asiento con mi respiración fabricada de jadeos y camino con pasos temblorosos hacia la mesa.
Estoy tan excitada que temo que las piernas no me sostengan.
Me tumbo. La madera está caliente. Estiro las manos y me agarro con fuerza al borde. La adrenalina me recorre entera.
Me incendia. Escucho sus pasos hasta colocarse detrás de mí. Mis jadeos se solapan rápidos. Mi pecho lucha contra la mesa para poder hincharse.
Expectación. Ansia. Deseo.
Pedro me levanta el vestido. La tela de su pantalón a medida roza mi trasero. Desliza sus dedos entre mi piel y la tela de mis bragas y las rompe sin ninguna piedad. Gimo por la sorpresa, pero ni siquiera tengo oportunidad de interiorizarlo cuando me azota con fuerza.
—¡Pedro! —grito.
—Ni un solo ruido —ruge.
Estoy conmocionada, aturdida… excitada.
Pedro me azota de nuevo con la palma de su mano. Mi cuerpo digiere el golpe. Me muerdo el labio para contener un gemido y me agarro con tanta fuerza al borde que mis dedos se emblanquecen.
Un nuevo azote. Los músculos de mi sexo se tensan deliciosamente y mi propio calor pugna y gana al de la madera.
Otro más.
Otro más.
¡Otro!
La habitación se llena con mi respiración acelerada. Muevo la cabeza hasta que la frente y la punta de mi nariz se apoyan en la mesa. Entreabro los labios y trato de recuperar todo el oxígeno. Mi mente se ha evaporado.
No puedo pensar.
No quiero.
Pedro me mueve hasta dejarme sentada en el borde de la mesa. Sin ninguna delicadeza, se abre paso entre mis piernas. Pierde su mano en mi pelo hasta llegar a mi nuca y me agarra exigente.
Nuestras frentes casi se tocan. Tiene los ojos cerrados, como si tratase por todos los medios de recuperar el control.
—Hacía mucho tiempo que no necesitaba castigar a una chica —susurra—. ¿Qué me estás haciendo, Paula?
Su agarre se hace más posesivo. Su mano libre baja por mi costado bajo su atenta mirada y sus dedos me acarician furtivos. Está conteniéndose por no tocarme como quiere hacerlo y eso me deja al borde de la combustión espontánea.
—Joder —gruñe.
Y sin más recupera el control o lo pierde del todo, qué sé yo.
Se desabrocha el cinturón y el pantalón con dedos ágiles y seguros. Rescata un condón de su bolsillo, lo rasga con la boca y se lo coloca con dedos ágiles y seguros. Mi mirada aturdida se pierde en el movimiento. Da un paso más.
Sus ojos verdes se clavan en los míos. Gimo por lo que ya sé que vendrá.
Y me embiste con fuerza.
¡Joder!
—Pedro, por favor, necesito un segundo —murmuro.
Es demasiado grande y me llena por completo, mucho más.
Pero él vuelve a embestirme a la vez que me chista y niega con la cabeza.
—De eso nada —sentencia implacable.
Se mueve con fuerza. Sin piedad. Sus caderas se pierden entre las mías. Mi cuerpo se acomoda al suyo. Mi respiración se acelera, se vuelve un caos y jadeo, gimo, ¡grito!
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