martes, 27 de junio de 2017

CAPITULO 48 (PRIMERA HISTORIA)




Quince minutos después estoy en la puerta del edificio de Lola, helándome de frío, esperando a que ella llegue.


—Ana y Macarena han ligado con unos brokers de bolsa y se han quedado en el pub —me informa a unos pasos.


Tuerzo el gesto. Me sentía más cómoda con tres cómplices.


—¿Vas a decirme de una vez adónde vamos? —inquiere al llegar hasta mí.


La observo a la vez que frunzo los labios sopesando opciones.


Espero que no le parezca un plan absurdo y ridículo y se niegue a acompañarme.


—Vamos al Archetype —digo en un golpe de voz.


Lola conecta nuestras miradas tratando de leer en la mía.


Pedro está allí, ¿verdad?


—Sí y, antes de que digas nada —me apresuro a interrumpirla—, no estoy buscando ir allí para montarle una escena de celos ni nada parecido. Tengo un plan, pero no quiero presentarme sola ni tampoco así —añado tirando de mi sencillo vestido.


Lola se queda pensativa y, tras lo que me parece una eternidad, al fin sonríe.— Cara Delevingne —dice suspirando—, desfile de Sarah Burton para Alexander McQueen, semana de la moda de Nueva York 2012.


Sonrío sincera. Sé que siempre puedo contar con ella.


—Si quieres que te acompañe al Archetype, lo haré con mi mejor look, pero creo que es algo que sólo os incumbe a Pedro y a ti.


Asiento. Tiene razón. No voy a negar que preferiría que viniese para sentirme más respaldada, pero también entiendo que es algo que tengo que hacer yo sola.


Antes de ir a casa de Lola, pasamos por mi apartamento. 


Rebuscamos en mi armario hasta encontrar un vestido verde que ni siquiera recordaba que tenía y mis tacones negros de plataforma. Según Lola, cualquier ayuda para ganar unos centímetros será bienvenida.


Me miro frente al espejo. El maquillaje es perfecto y el vestido, una pasada, ajustado con un elegante escote, corto pero no vulgar. Giro sobre mis tacones para verme por detrás. Sonrío y giro de nuevo. Me siento sexy y rockera. Justo lo que necesito. Giro una vez más. Todo da vueltas y estoy a punto de chocarme contra el espejo. Tengo que dejar de ser tan patosa urgentemente.


Cuando el taxi se detiene frente al Archetype, tengo un nuevo ataque de dudas. Creo que voy a alimentar un fuego que no tengo claro que vaya a ser capaz de controlar. 


Respiro hondo. Para bien o para mal, este plan me dará respuestas y eso es lo que necesito. Asiento infundiéndome valor.


Puedo hacerlo.


El portero me abre la puerta y me saluda con un profesional «buenas noches» al que respondo con una sonrisa. Prefiero no hablar. Si no hablo, no hay posibilidades de tartamudear.


Antes de acceder a la sala principal, repaso el plan. Sólo tengo que fingir que tengo la suficiente seguridad en mí misma como para que llevar esta ropa y venir a este club sea algo completamente normal para mí. Si lo consigo, lo demás vendrá solo. Cree y creerán.


Me acerco a la barra y, mientras espero a que una de las camareras vestidas de pin-up me atienda, echo un vistazo a la sala. Pedro no está.


Trago saliva. Un fogonazo en mi mente hace que inmediatamente piense que está en una de las habitaciones con una mujer. Tengo el impulso de marcharme antes de verlo aparecer seguido de una chica con pinta de haber pasado el mejor rato de su vida, pero me contengo. Llegados a este punto tengo que ser valiente.


—¿Qué desea tomar?


Lo pienso un instante.


—Glenlivet con hielo.


La camarera me mira sorprendida un segundo pero en seguida me sirve la copa. No la culpo. El personal de este local es siempre el mismo, supongo que para evitar indiscreciones, y ninguna de las camareras me ha visto nunca pedirme una copa para mí. Normalmente le robo algunos sorbos a Pedro. Lo hacemos como parte del juego y de esa intimidad tan dulce que siempre se crea entre nosotros cada vez que estamos aquí.


Apenas he dado el primer trago cuando me doy cuenta de que un grupo de mujeres a unos taburetes de mí me miran sin mucho disimulo.


No sé por qué me observan, pero lo comprendo en seguida cuando su mirada se pierde en el fondo de la sala y el brillo de sus ojos cambia.


Pedro está aquí.


Durante un primer instante me niego a volverme. No quiero.


Me da un miedo atroz encontrarlo con otra mujer. Pero en el siguiente segundo mi curiosidad y esa parte de mí que se quedaría mirándolo aunque estuviésemos en mitad de un huracán ganan la partida y, despacio, me giro.


Al verlo junto a Octavio y otro hombre que no reconozco, suelto una bocanada de aire. Sin darme cuenta había contenido la respiración.


Por las expresiones de los tres, es obvio que están hablando de negocios.


Cuando me ve, toda su expresión cambia y por un momento no sé si está aliviado o enfadado de encontrarme aquí. Sus ojos me recorren con descaro sin dejar un centímetro de mi piel sin cubrir. Se humedece el labio inferior y sé que el vestido ha surtido el efecto deseado. Pedro cierra el puño con fuerza como si estuviera conteniendo todos sus instintos que le gritan que venga hacia mí, que me cargue sobre su hombro, que me folle hasta que no exista cielo ni infierno.


Nos miramos por una porción de tiempo indefinida, deseándonos.


Exactamente como la primera noche que nos encontramos aquí, creando nuestra propia burbuja a pesar de los metros de distancia, de las mujeres que se lo comen con los ojos, de que ni siquiera podamos tocarnos.


Le pertenezco.


Pedro murmura algo a Octavio y al otro hombre sin ni siquiera mirarlos y comienza a caminar hacia mí. Si quiero poner mi plan en marcha, tengo que reaccionar y tengo que hacerlo ya.


Tomo mi copa con dedos perezosos y echo a andar hacia la puerta que lleva al piso superior. Miro tímida por encima de mi hombro con lo que espero sea una dulce y sensual sonrisa en los labios y me aseguro de que me sigue.


Accedo a los serpenteantes pasillos, despacio esquivo a otras personas, otras puertas. Cada vez siento sus pasos más cerca, más acelerados. Su mano rodea mi muñeca con fuerza. Me obliga a girarme.


Me lleva contra la pared.


—¿Qué haces aquí? —susurra con la voz rota de deseo abriéndose paso entre mis piernas, estrechándome entre la pared y su cuerpo.


—Enterrar el hacha de guerra.


Pedro me mira directamente a los ojos. Nuestras respiraciones aceleradas inundan todo el espacio entre los dos y su olor a suavizante caro y gel aún más caro se entremezcla con el de mi colonia de Dior.


Quiere besarme. Lo desea tanto como lo deseo yo. Pero puedo ver en su mirada cómo su sentido común y su autocontrol se alían perspicaces.


Macarena tenía razón. Es muy inteligente y muy listo.


—Por favor —murmuro con esa dulzura y esa sumisión que
reflejaban mi sonrisa, apelando a esa parte que sólo quiere que quiera complacerle.


Pedro no dice nada. Se abalanza sobre mí y me besa con fuerza, desmedido, desbocado, salvaje... haciendo que la idea que me ha traído hasta aquí sencillamente esté a punto de esfumarse.


—Quiero jugar —musito contra sus labios.


Pedro sonríe sexy y me muerde el labio inferior, fuerte, hasta hacerme gemir.


—¿Con quién? ¿Con Erika?


Niego con la cabeza y acepto entregada otro espectacular beso.


—Con un hombre —respondo en un golpe de voz.


Pedro se queda inmóvil. Su mirada se oscurece y el juego de luces del pasillo sensualmente iluminado hace que sus ojos cambien de verdes a azules.


— Tú dijiste que algún día lo probaríamos —musito pero
consiguiendo que mi voz suene segura—y, después de todo lo que ha pasado hoy, has dejado claro que verme con otro hombre no es algo que te moleste.


Alza la mirada y la clava directamente en la mía. Sabe que acabo de ponerlo entre la espada en la pared.


Sin decir nada, se separa y me toma de la mano obligándome a caminar. Pasamos un número indefinido de puertas hasta que abre una. Las risas y los murmullos propios de una fiesta nos reciben.


La sala es sofisticada y elegante como todas en este club. 


Hay al menos diez hombres repartidos por ella. Charlan cómodamente en los sofás, se sirven unas copas o simplemente están de pie en el centro de la estancia. Hay tres chicas. Una de ellas, Erika. Suena una música suave y
todos parecen estar pasando un rato de lo más agradable.


Pedro me suelta y se dirige hacia el pequeño bar. Se sirve una copa e inmediatamente se pasa las manos por el pelo. 


Es obvio que no quiere estar aquí. Siento una punzada de culpabilidad, pero la aparto rápidamente. Si quiere acabar con esto, sólo tiene que decirlo.


Erika me ve, sonríe y me hace un gesto con la mano para que me acerque. Yo me obligo a poner mi mejor sonrisa y caminar hasta ella. Me presenta a las otras dos chicas y comenzamos a charlar. Desde fuera no es más que una simple fiesta como todas en este club.


Discretamente miro a los hombres, algunos ya nos observaban a nosotras. Sólo espero que Pedro frene todo esto antes de que tenga que hacerlo yo. No quiero estar con ninguno de ellos, sólo con él, pero necesito que me entienda, que comprenda cómo me siento, y ésta es la única manera en la que puede ponerse en mi piel.


Uno de los hombres se acerca a nosotras. Se coloca a la espalda de una de las chicas, no recuerdo cómo se llama, y le susurra algo al oído.


Ella sonríe, gira sobre sus tacones de diseño y lo sigue encantada fuera de la habitación. Yo suspiro discretamente. 


No quiero que nadie, y en especial Pedro, se dé cuenta de lo nerviosa que estoy.


Se sienta en el sofá. Creo que va por la tercera copa desde que entramos aquí. Un par de hombres se acercan. Se presentan y comenzamos a charlar. Parecen simpáticos.


La música cambia. Suena Pyro, de los Kings of Leon.


La otra chica, de la que tampoco recuerdo su nombre, nos sonríe a todos como despedida y camina hacia Pedro


Discretamente, o por lo menos eso espero, la sigo con la mirada. Aún les separan varios pasos cuando Pedro la mira frío e intimidante y, con un simple gesto de cabeza, le hace entender que no se acerque. Yo saco todo el aire de mis pulmones. De nuevo, sin darme cuenta, había contenido la respiración hasta saber cómo reaccionaría. Es la segunda vez que me pasa esta noche.


Nuestras miradas se encuentran. La culpabilidad vuelve, pero no puedo rendirme.


Uno de los hombres le dice a Erika algo al oído y ella sonríe y asiente con esa mezcla de timidez y picardía que siempre funciona. Me coge de la mano y, divertida, me señala al hombre. Involuntariamente miro a Pedro. Él también me mira a mí. Sé lo que tengo que hacer, pero en el fondo no quiero hacerlo. Éste es el plan para bien y para mal y, si él no me para, al menos servirá para que pueda tener claro lo que realmente siente por mí.


Asiento despacio, llena de dudas, aunque no me permito mostrarlas.


Erika y el hombre sonríen y comenzamos a caminar hacia la puerta. No sé cuántos pasos llego a dar. La canción sigue sonando y creo que lo hace con más fuerza. Pedro se levanta, cubre lleno de seguridad la distancia que lo separa de mí y, tomando mi cara entre sus manos, me besa con
fuerza, con toda la rabia que lleva sintiendo desde que llegamos a esta habitación.


—Déjame llevarte a casa —me pide, me ordena, contra mis labios.


—¿Por qué? —musito llena de todo lo que me hace sentir.


Necesito una respuesta.


—Porque estoy muerto de celos, porque no quiero que ningún otro tío te toque, porque eres mía, Paula. Eres mía —dice haciendo hincapié en cada letra.


No es una declaración de amor. Ni siquiera han sido unas palabras fáciles para él, pero, precisamente por eso, por toda la rabia que hay en ellas, toda la frustración, todo el deseo contenido, por la batalla consigo mismo, no podrían ser más sinceras.


—¿No habrá más mujeres? —murmuro con la respiración
entrecortada, disfrutando del calor de sus manos acunando mi cara, de su frente apoyada en la mía.


—Joder, no habrá nadie más —se apresura a replicar—, nunca.


Sonrío como una idiota y saboreo el suave sonido de su perfecta sonrisa cuando es él quien lo hace justo antes de besarme.


Prácticamente sin separarnos un solo centímetro, salimos de la habitación y del club. El jaguar nos espera en la puerta. Nos metemos en el coche e inmediatamente Pedro me acomoda a horcajadas sobre él.


Nuestras bocas se encuentran al instante y nuestras manos vuelan descontroladas en busca del otro. Pedro entrelaza nuestros dedos con fuerza y lleva mis manos a mi espalda.


—No sé si voy a ser capaz de aguantar hasta que lleguemos a casa — murmura con una sexy sonrisa contra mis labios.


Libera una de sus manos y, acariciando mi pierna, la pierde bajo mi vestido. Sólo necesita acariciar una sola vez la tela húmeda de mis bragas para que los dos perdamos la poca cordura que nos queda. Me suelta las manos para darse toda la prisa del mundo. Libera su poderosa erección, saca un preservativo y, tras romper el envoltorio con los dientes, se lo coloca en décimas de segundos. Aparta la tela de mis bragas y, guiando su magnífica polla, entra en mí, calmándonos a los dos un mísero segundo e incendiando nuestros cuerpos como si lleváramos meses sin tocarnos.


—Si la miras una sola vez, te despido —le advierte al conductor.


¡El chófer! ¡Por Dios! Quiero protestar, bajarme de su regazo, pero Pedro empieza a moverse y todo lo demás deja de existir.





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