domingo, 25 de junio de 2017
CAPITULO 44 (PRIMERA HISTORIA)
Franco sale de la habitación y un tenso silencio se apodera al instante del ambiente. Finjo que Pedro no está ni siquiera en la estancia y continúo revisando carpetas. Estoy demasiado cabreada con él.
—Antes has sido muy poco específica —comenta cerrando la carpeta que tiene entre las manos y dejándola sobre un montón.
No quiero hablar con él, pero no voy a negar que ha conseguido que me pique la curiosidad.
—¿Con qué? —inquiero sin ni siquiera mirarlo.
Abro el siguiente dosier y echo un vistazo a uno de los documentos que contiene para saber de qué trata.
—Franco debería saber la relación que en realidad tenemos.
Automáticamente alzo la mirada. ¿A qué ha venido eso? Es el colmo.
—¿La chica de ayer sabía la relación que en realidad tenemos?
Pedro se humedece el labio inferior tratando de contener una sonrisa.
—No es lo mismo.
—¿No?
Me estoy enfadando todavía más.
—Yo no me dediqué a contarle a esa chica mis teorías sobre la vida —me aclara burlándose claramente de Franco.
Dios, es tan arrogante.
—¿Y te molesta que él lo haga?
—Me molesta tener que estar aquí escuchándolo. Es un gilipollas que lo único que quiere es parecer interesante.
—Es interesante —le defiendo.
—Claro —se apresura a replicarme socarrón—. Seguro que ahora mismo está en Google buscando nuevas frases.
Pedro es consciente del aspecto que tiene, es consciente de lo que provoca en las mujeres y es consciente de cómo folla. No necesita esforzarse en parecer interesante, ni siquiera amable, y eso también lo sabe. Ahora mismo es la arrogancia personificada y, aunque me parezca un capullo, no puedo evitar pensar que tiene razón y, sobre todo, no puedo obviar lo injustamente atractivo que me parece cargado de toda esa masculina seguridad.
Pero, en cualquier caso, no soy estúpida. Sé que Franco no le cae bien y que no le gusta verlo por aquí, pero no puede tratarme como si fuera su muñequita, algo con lo que él decide si juega, con quién juega y cómo juega, aunque él disfrute de todos los juguetes de la tienda cada vez que quiera.
— El problema aquí es que eres incapaz de entender que en el mundo hay gente amable que, a diferencia de ti, puede simplemente charlar, sin ningún interés oculto.
Pedro resopla brusco.
—No, Pecosa, el problema aquí es que tú no entiendes cuándo simplemente quieren follar contigo.
No sé si refiere a Franco o a él mismo, pero, sea lo que sea, se ha pasado muchísimo.
—Pedro, eres…
—¿Qué? —replica presuntuoso.
¡Dios, es odioso! Estoy tan furiosa que ni si quiera soy capaz de encontrar la palabra que mejor defina a este estúpido cabronazo, engreído, capullo arrogante y gilipollas, sobre todo gilipollas. Sonrío mentalmente.
Acabo de encontrar la definición perfecta de Pedro Alfonso. Ahora sólo me falta gritársela a la cara.
Abro la boca dispuesta a hacerlo, pero de nuevo unos pasos me distraen. Unos segundos después Franco entra con tres Budweiser heladas.
—No he encontrado nada decente de comer —nos aclara—, pero por lo menos tenían cerveza.
Me entrega una cerveza, que le agradezco con una sonrisa, y después le acerca una a Pedro, que la coge sin dar las gracias, prácticamente sin mirarlo.
Franco vuelve a acomodarse y durante un par de minutos
simplemente revisamos y ordenamos carpetas.
—¿Sabes? —me llama Franco—. No puedo dejar de darle vueltas a que nos hayamos encontrado precisamente hoy. Ha sido una casualidad perfecta.
De reojo observo cómo Pedro ahoga una sonrisa de lo más
socarrona en un suspiro realmente impertinente y le da un trago a su Budweiser con la mirada perdida en los documentos que tiene delante.
—Sí, a mí también me ha gustado que nos encontráramos —comento con una sonrisa con el único objetivo de fastidiar al señor eficiencia alemana.
—Pecosa y yo nos acostamos —comenta Pedro como si nada, aunque siendo plenamente consciente de la importancia que tiene cada palabra que ha dicho—. No se atrevía a contártelo.
Conmocionada, me vuelvo hacia él. ¿Cómo ha sido capaz?
Pedro tuerce el gesto imperceptiblemente, pero ni siquiera ahora parece contrariado. La rabia y la arrogancia dominan por completo su mirada más azul que nunca. Yo cabeceo decepcionada. No puede hacer siempre lo que le venga en gana.
—Franco, lo siento —me disculpo nerviosa girándome hacia él.
—No te preocupes —responde tratando de restarle importancia.
Fracasa estrepitosamente. Es obvio que está dolido.
Franco se levanta obligándose a sonreír y recupera su abrigo.
—Si no os importa, me marcho. He recordado que tengo algo que hacer.
Me siento fatal. Más aún cuando Franco mira a Pedro y él levanta levemente su cerveza a modo de brindis. Es un gilipollas y me las va a pagar.
—Déjame acompañarte —le pido intentando conmoverlo con una sonrisa.
Franco lo piensa un segundo y finalmente asiente.
Atravesamos en silencio la oficina hasta llegar a los ascensores.
—Siento mucho lo que ha pasado —me vuelvo a disculpar
—No ha sido culpa tuya.
—Eso da igual. Pedro no tendría que haberte dicho eso. No sé en qué estaba pensando.
—Yo sí —replica y me sonríe cómplice.
Frunzo el ceño sin comprenderlo muy bien. Franco avanza un par de pasos y se inclina suavemente sobre mí. Las puertas del elevador se abren.
—Hasta luego, encanto —se despide y me da un suave beso en la mejilla.
Me sonríe de nuevo y se monta en el ascensor. Lo observo hasta que las puertas se cierran. Es un buen tío. No se merece haberse enterado así.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Wowww wow no me esperaba eso de pedro.. Ah por favor cuando va a admitir que esta perdidamente enamorado de paula, no puede seguir asi la va a cagar mallllll y va a remarla en gelatina sin palito.. Jaja muy buena la nove..
ResponderEliminarPd:quiero saber como se llama la serie original
Por favor, no puede ser tan odioso este Pedro. La está haciendo sufrir a Pau.
ResponderEliminar