domingo, 25 de junio de 2017

CAPITULO 43 (PRIMERA HISTORIA)






A las cinco y media despejo la mesa y me preparo para marcharme.


Apenas me he alejado unos pasos de la puerta de la sala de reuniones cuando Pedro sale de su despacho. No pienso despedirme y esta noche dormiré otra vez con Lola.


—Pecosa —me llama sin ninguna amabilidad cuando me he alejado otro puñado de pasos.


—¿Qué? —respondo impertinente sin girarme.


—Tienes que arreglar el archivo antes de marcharte —me anuncia.


A regañadientes, me vuelvo y resoplo antes de dirigirme a la
habitación en cuestión. Abro de mala gana, pero lo que veo me hace quedarme sencillamente atónita.


Todo el archivo, literalmente todo, está completamente desordenado.


El suelo es una alfombra de dosieres. Hay carpetas y papeles por todos lados y prácticamente todos los cajones están abiertos.


—Pero… —No acierto a decir nada con un mínimo de sentido. ¡Esto es una locura!


—Parece que te quedan unas cuantas horas de trabajo.


Su voz se abre paso desde mi espalda, mordaz, sardónica y con ese punto de maldad que sólo Pedro Alfonso sabe imprimirle a las palabras.


—¿Cómo has sido capaz? —me quejo exasperada a la vez que me giro para tener a este malnacido frente a frente.


—Ey —se queja fingidamente triste—, sé un poco más compresiva, Pecosa. Esta misma mañana me he enterado de que mi mujer no va a dejarme volver a ver a mis hijas.


—Eres odioso.


—Espero que te diviertas mucho—responde disfrutando de cada letra.


Estoy a punto de contestarle exactamente como se merece cuando oigo pasos acercarse a nosotros e instintivamente los dos nos volvemos.


—Paula —me llama Franco—, ¿estás lista? Sandra me ha dicho que estabas aquí. —Por inercia sus ojos se encuentran con el archivo y, sorprendidísimo, enarca la mirada —. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Un huracán? —pregunta socarrón.


—No lo sé —respondo resoplando—, pero tengo que ordenarlo todo antes de marcharme.


Resignada, giro sobre mis pies y me llevo las manos a las caderas mientras contemplo semejante desastre. Esto va a llevarme horas.


—Bueno —dice Franco dando un paso hacia delante con cuidado de no pisar ningún documento—, cuanto antes empecemos, antes terminaremos.


Observo con una sonrisa cómo Franco se acuclilla y comienza a recoger carpetas. Es un verdadero encanto.


—No tienes que ayudarme. No voy a obligarte a vivir esta tortura — comento burlona.


Él me devuelve la sonrisa.


—Claro que tengo que ayudarte —replica concentrado en lo que está haciendo—. ¿Qué clase de desalmado te dejaría así?


Miro a Pedro. Él pierde su vista a un lado visiblemente incómodo a la vez que se humedece el labio inferior. Espero que se sienta aludido.


—Además, no es el restaurante que había pensado, pero podremos charlar.


Pedro resopla. Lo conozco lo suficiente como para saber que
ahora mismo está furioso. Tira su carísimo abrigo de Ralph Lauren sobre uno de los archivadores y da un paso hacia delante.


—No os entretengáis y terminemos lo antes posible —gruñe.


Los dos miramos a Pedro, quien, ignorándonos por completo, comienza a recoger documentos. Franco asiente algo violento y yo por un momento sencillamente no sé qué hacer o cómo comportarme. No es la manera en la que imaginé que terminaría el día esta mañana, pero, claro, tampoco pensé que encontraría a otra chica saliendo de la habitación de Pedro o que discutiría con él a través de la puerta del baño. La vida es imprevisible.


—¿Y cómo es que has terminado trabajando aquí? —pregunta Franco sentado a mi lado en el suelo de parqué.


Pedro está enfrente, separado unos metros, con la espalda apoyada en la pared y sus largas piernas estiradas. Apenas ha hablado y finge no oírnos. Sin embargo, algo me dice que está atento a todo lo que decimos.


Yo pienso un momento la pregunta de Franco.


—Casualidad —respondo al fin.


La verdadera respuesta es demasiado larga y deja a Pedro demasiado bien.


El rey de Roma enarca las cejas con la vista clavada en los papeles que revisa.


—¿Una casualidad buena o mala? —contraataca Franco con una sonrisa.


Esa pregunta es todavía más complicada, aunque supongo que, si me lo hubieran preguntado ayer, tendría clarísimo la respuesta.


—Mitad y mitad, supongo —respondo tímida.


De reojo observo a Pedro. Otra vez no levanta su mirada de los papeles, pero sé que mis palabras han tenido un eco en él.


—Bueno —comenta Franco pensativo rascándose la barbilla—, yo no creo en las casualidades. Todo sucede por algo.


—¿Eso no es de la sinopsis de una peli? —lo interrumpo divertida.


—Puede ser —responde y los dos nos echamos a reír—, pero lo importante es la idea. Todo sucede por algo, creo.


—El problema es que ese algo no siempre merece la pena.


Al oír mis palabras, Pedro alza la cabeza y nuestros ojos se encuentran. No creo que le haya dolido, para eso tendría que tener algo parecido a sentimientos; sin embargo, por un instante, su expresión cambia y su mirada se recrudece. 


¿Acaso le importa lo que piense de él?


—¿Y te gusta? —inquiere Franco sacándome de mi ensoñación.


—¿El qué? —planteo confusa apartando mi mirada de Pedro.


Pedro —me aclara levantando la cabeza de una pila de carpetas, mirándome a mí y después mirándolo a él. Yo abro la boca nerviosa sin saber qué decir. La pregunta me ha pillado fuera de juego—. ¿Te gusta trabajar con él? —especifica—. ¿Estar todo el día juntos?


Actualmente cualquiera de esas preguntas es igual de complicada.


Pedro deja caer la carpeta que tenía entre las manos y se cruza de brazos con la mirada clavada en mí.


—Contéstanos a eso, Pecosa —dice arisco y repentinamente atento—. ¿Te gusta estar conmigo?


Yo lo fulmino con la mirada. No necesito esto. Bajo la cabeza a la vez que ahogo una sonrisa nerviosa en un suspiro aún más nervioso.


—Es sólo trabajo —respondo al fin displicente y, aunque no quiera reconocerlo, también un poco dolida.


Franco se encoje de hombros.


—Supongo que no tiene por qué gustarte.


Sonrío, pero es un gesto forzado que no me llega a los ojos. 


Ahora mismo sólo quiero salir de aquí. Kamikaze, alzo la cabeza y me encuentro con la mirada de Pedro. Si no fuera una absoluta locura, diría que él también está dolido.


Bájate del unicornio, Paula Chaves.


Me obligo a apartar la mirada y sigo apilando carpetas. 


Pedro nunca sentirá nada por mí.


Franco se levanta y con ese movimiento roba toda mi atención.


—Voy a bajar y traeré algo de comer y unas cervezas —me informa poniéndose el abrigo y colocándose bien los cuellos—. Las necesitaremos —añade con una sonrisa.


—Claro —respondo obligándome a devolverle el gesto.






No hay comentarios:

Publicar un comentario