domingo, 18 de junio de 2017

CAPITULO 20 (PRIMERA HISTORIA)




Más o menos media hora después, Pedro sale de la habitación. Se ha duchado y lleva un traje de corte italiano negro que le sienta como un guante y una camisa también negra con los primeros botones desabrochados. Está espectacular.


Atraviesa el salón con paso decidido y yo no puedo evitar
contemplarlo embobada mientras lo hace.


—Nos vemos, Pecosa —se despide sacándome de mi ensoñación.


—¿Adónde vas?


Inmediatamente me arrepiento de haberle preguntado. 


Puede ir adonde quiera y a mí no me interesa en absoluto.


«La palabra del día: autoengaño.»


—Al Archetype —responde con una media sonrisa de lo más
presuntuosa.


—Oye —lo llamo levantándome y caminando hacia él—. Podrías decirme dónde guardas los pantalones de pijama. Necesito urgentemente dejar de ir en bragas por esta casa.


Lo piensa mientras se mete en el ascensor.


—No, creo que no —responde al fin al tiempo que se coloca bien los puños de la camisa que le sobresalen elegantemente de la chaqueta.


Las puertas se cierran y lo último que puedo ver es su arrogante sonrisa ensanchándose.


Como una tonta, me quedo con la vista clavada en el acero pensando en lo descarado, impertinente y engreído que es.


«Y en lo bien que le queda el traje.»


Eso también, pero prefiero obviar esa clase de pensamientos, sobre todo si voy a vivir aquí.


Busco sin éxito unos pantalones de chándal o de pijama. 


¿Dónde demonios los guarda? Me parece prudente empezar a marcar algunas fronteras, así que busco unas sábanas y una manta, le robo una almohada de su inmensa cama y me preparo la mía propia en el no menos inmenso sofá.


Me doy una ducha rápida y, como sigo sin encontrar mi ropa, me veo obligada a cogerle otra camiseta y unos bóxers.


«Al final has acabado robándole su ropa interior.»


Me pongo los ojos en blanco a mí misma, pero no puedo evitar que se me escape una sonrisilla de lo más tonta.


Me tomo las pastillas que me recetó el doctor Newman. No tengo nada de hambre, así que opto por irme a dormir. Ya acostada, miro a mi alrededor admirada. El ático es increíble y las vistas lo son aún más. No sé exactamente en qué calle estamos, pero apostaría que es la parte alta de la ciudad.


He dejado las cortinas recogidas y me duermo, presa de los
analgésicos, contemplando el Empire State erguirse entre los demás rascacielos. Me encanta ese edificio.










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