viernes, 16 de junio de 2017

CAPITULO 14 (PRIMERA HISTORIA)





Alzo la cabeza y veo a Pedro en el otro extremo de la habitación.


Está sentado en uno de los elegantes sofás. Su traje negro luce aún más sofisticado aquí, como si fuera el decorado perfecto para alguien tan injustamente guapo. Tiene un vaso con whisky y hielo en una mano, haciéndolo jugar entre sus dedos. Su otro brazo reposa despreocupado sobre la espalda del tresillo. Se lleva la copa a los labios y me observa por encima del cristal. Sus ojos están hambrientos, llenos de un deseo que, a pesar de la distancia, incendia todo mi cuerpo y consigue que clame por él.


Entre nosotros se cruzan decenas de personas que flirtean, bailan, ríen, pero yo tengo la sensación de que estamos solos, rodeados por una suave atmósfera que se vuelve deliciosamente eléctrica en cuanto noto sus ojos dibujar con descaro cada centímetro de mi cuerpo justo antes de volver a dominar los míos.


Pedro me dedica esa sonrisa tan sexy, tan insolente, y que por primera vez voy a permitirme reconocer que me encanta porque me hace sentirme atractiva y deseada y, sobre todo, desearlo a él hasta un límite insospechado.


Una mujer canta una suave canción; suena sexy y sensual como nosotros.


Inconscientemente me muerdo el labio inferior. Ahora mismo me muero por sentir sus manos sobre mi piel.


Pedro parece escuchar la petición que no llego a hacer en voz alta y se levanta. Atraviesa el salón sin levantar sus ojos de los míos. Primero son azules, después verdes. La luz de la sala los hace cambiar misteriosos de color y me hipnotizan aún más.


Llega hasta mí y, sin decir una sola palabra, coge mi mano y tira de ella. Me guía hasta unas escaleras y accedemos a la planta de arriba, a un ancho pasillo con luces tenues y un ambiente increíblemente sugerente.


Abre una de las puertas y entramos en una habitación. El ambiente del pasillo se desborda en la estancia. Hay una enorme cama redonda en el centro, pero no parece sórdida en absoluto. Es moderna e incita a hacer cosas inimaginables.


Pedro se gira y clava de nuevo sus ojos en los míos. Alza su mano y con la punta de los dedos acaricia suavemente mi vestido a la altura de mi ombligo. Sonríe. Sonrío. Sé perfectamente lo que ha pensado.


Estamos demasiado cerca. Su calor y su olor me envuelven y yo no puedo evitar sentirme tímida y nerviosa por toda esta situación, por cómo despierta mi cuerpo.


La penumbra de la habitación lo envuelve todo en un halo de
deliciosa sensualidad. Pedro se inclina sobre mí. Su frente está casi apoyada en la mía y nuestros alientos se estremezcan cálidos.


—Tú no me gustas —murmuro nerviosa y nunca había dicho una estupidez mayor.


Él sonríe sexy y peligroso.


—Claro —responde en un susurro con su voz más ronca.


—Y no quiero que me beses —me apresuro a añadir.


—Por supuesto que no —replica haciendo que su voz suene tan salvaje pero a la vez tan carnal que es una auténtica locura.


Yo suspiro con suavidad absolutamente entregada. Él toma mi cara entre sus manos y al fin me besa apremiante y lleno de deseo. Su boca exigente conquista la mía y me hace pensar que no hay una sensación mejor en el mundo. Me besa con fuerza y se separa dejándome ansiosa de más. 


Sonríe a escasos centímetros de mi boca y, con sus manos todavía en mis mejillas, vuelve a unir nuestros labios.


Pero, no sé por qué, algo me dice que no debería estar aquí, no ahora y no así, no después de que me hayan pagado. Franco dejó muy claro que el dinero no era por esto, pero, viendo lo que he visto abajo, son más que evidentes las intenciones de la fiesta y del club Archetype en general.


No puedo.


Pedro —susurro contra sus labios.


Mi voz es un suave hilo inundado de deseo.


Pedro —repito y hago un pobre intento por apartarlo.


—¿Qué? —pregunta impaciente, mirándome directamente a los ojos.


—Tengo que irme —musito.


—No, de eso ni hablar.


Me sonríe justo antes de volver a besarme y yo dejo que lo haga.


¡Sabe tan bien!


Pedro, por favor.


Él vuelve a separarse y suspira algo exasperado. Yo clavo mi vista en el suelo. De pronto me siento tímida y, para qué negarlo, algo estúpida, como si fuera una cría que no sabe lo que quiere.


—Paula —susurra a la vez que me levanta la barbilla con el reverso de sus dedos.


Es la primera vez que pronuncia mi nombre y algo dentro de mí sonríe feliz.


—¿Quieres estar conmigo esta noche? —inquiere con sus ojos aún atrapando los míos y rodeado de ese inconmensurable atractivo que le da el conocer perfectamente la respuesta a esa pregunta.


—Me has llamado por mi nombre.


Pedro vuelve a sonreír de esa manera suave, serena y sexy que tengo la sensación de que sólo reserva para mí.


—Contesta a mi pregunta —me ordena dulcemente.


Sólo puedo asentir nerviosa. Está demasiado cerca y esos ojos son demasiado bonitos.


—Entonces, déjate llevar.


Vuelve a besarme y estoy a punto de olvidarlo todo y simplemente suspirar y quedarme aquí hasta que salga el sol, pero ¿cómo reaccionaría él si dentro de una semana o un mes descubre que me pagaron por estar aquí? ¿Y si ya lo sabe? ¿Y si es algo que hace habitualmente y para él no supone ningún problema? Desde luego, para mí sí.


—Lo siento, Pedro.


Lo aparto y salgo corriendo. Cruzo el pasillo como una exhalación y bajo aún más de prisa las escaleras. Al llegar a la sala principal, intento disimular lo atropellado de mi huida para no llamar la atención.


Reconozco a algunas personas que antes estaban en la fiesta y que ahora se hacen arrumacos en las mesas en penumbra.


Alguien me toma por el brazo a unos metros de la puerta. 


Temo que sea Pedro y ni siquiera quiero girarme.


—Encanto.


Suspiro aliviada. Es Franco.


—Lo siento, tengo que irme —lo interrumpo.


—Paul, ¿estás bien? —pregunta sosteniéndome de nuevo por la muñeca.


Cuando oigo mi nombre, suspiro suavemente y comprendo al instante que ya nunca me sonará igual.


—Sí —me obligo a reaccionar—, sólo es que tengo que irme.


Él asiente y me suelta, pero, cuando estoy a punto de alcanzar la puerta, veo de reojo que hace un gesto, como si acabara de recordar algo, y vuelve a llamarme.


—Espera —me pide caminando hasta mí—, aún no te he pagado.


Saca su cartera del bolsillo interior de su chaqueta.


—No, Franco —me apresuro a replicar negando también con la cabeza para reforzar mis palabras—. Por favor, no.


—No seas tonta. Quedamos en trescientos, ¿verdad?


Me tiende los billetes, pero yo doy un paso atrás. Ni quiero ni puedo aceptar su dinero.


—De verdad, Franco, no puedo aceptarlo.


Sólo quiero marcharme de aquí.


—Paula, ¿alguien ha intentado propasarse contigo?


Suena realmente preocupado. Supongo que se siente responsable.


—No, de verdad que no.


—Vale, pues... no es que sea un gurú de las mujeres, pero es obvio que te pasa algo.


Me encojo de hombros. No quiero hablar de esto.


—Por lo menos déjame llevarte a casa.


—No —contesto rápidamente.


—Insisto. Es lo menos que puedo hacer. Acabas de ahorrarme trescientos pavos.


Ambos sonreímos, pero a mí no me llega a los ojos.


Sopeso las opciones. Confiaba en poder pagarme un taxi con el dinero de Franco. Desechada esa opción, sólo me queda el bus y lo cierto es que no es la mejor hora para montarse en uno.


—Está bien.


El asiente sonriente y estira su brazo cediéndome el paso.
Su coche está aparcado en la misma manzana y lo agradezco. Hace muchísimo frío o por lo menos yo tengo esa impresión. Definitivamente estoy incubando algo.


Franco va muy concentrado en la carretera y yo me he tranquilizado mínimamente. No tengo ni la más remota idea de cómo manejar toda esta situación con Pedro. Al menos mañana continuaré trabajando con el señor Colton y no con él. Lo más inteligente sería fingir que no ha pasado nada, pero tampoco quiero eso. Pedro, a pesar de todo, me gusta.


Suspiro mentalmente. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué demonios voy a hacer?


Además, por si fuera poco, no paro de hacerme preguntas sobre el club, sobre el tipo de fiestas que se hacen allí y, sobre todo, si Pedro es o no un cliente habitual.


Miro de reojo a Paula y por un momento me planteo hacerle todas esas preguntas. Suspiro de nuevo. Es una pésima idea. Apenas lo conozco y preguntarle sobre Pedro implicaría dar explicaciones que ahora mismo ni siquiera quiero pronunciar en voz alta.


Llego a casa con la cabeza hecha un auténtico lío, una maraña de pensamientos confusos sobre el Archetype y Pedro. Me alegro muchísimo de haber rechazado el dinero. No quiero pensar en cómo me sentiría si ahora tuviese esos trescientos dólares.


Me tomo otro ibuprofeno y me meto bajo el nórdico. Hace un frío que pela. ¡Malditas ventanas! Mientras intento sin ningún éxito conciliar el sueño, aunque sé que es lo peor que podría hacer ahora mismo, no puedo evitar recordar cómo me sentí en el momento en el que me guiaba por el pasillo, mientras acariciaba mi vestido, cuando me besaba.


Suspiro exasperada y me tapo la cara con la almohada.


Paula Chaves, de profesión, kamikaze sentimental.



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