viernes, 16 de junio de 2017

CAPITULO 13 (PRIMERA HISTORIA)




Me miro en el escaparate del pequeño restaurante chino junto al edificio de Lola y la verdad es que no he quedado nada mal. Estoy sorprendida. El vestido es de tubo, ajustado y sin mangas, con la parte delantera llena de pequeñas lentejuelas formando anchas bandas gris marengo y negras y un precioso y favorecedor escote redondo. La altura de estos botines es cuanto menos peligrosa, pero hacen que mis piernas se estilicen. Giro sobre mí misma para verme por detrás y mi pelo se levanta.


El corte que me ha hecho Lola es genial. Definitivamente esta chica sabe cómo subirme la autoestima.


Llego al club en taxi. Si no supiera que está ahí, sería imposible encontrarlo. De hecho, miro un par de veces la tarjeta que me entregó Franco para asegurarme de que no le he dado una dirección equivocada al taxista. Me bajo del coche. Todo es muy misterioso y discreto. Me siento como en una película de Bogart. Eso me gusta. Las pelis de detectives en blanco y negro son mis favoritas.


Camino hasta la puerta. Hay un portero de unos dos metros de alto con pinta de pocos amigos flanqueándola.


—Buenas noches —musito.


Él no contesta. Algo intimidada, le enseño la tarjeta e inmediatamente me abre la puerta.


—Buenas noches —responde cuando paso a su lado.


Todo es muy clandestino, pero por ese mismo motivo también muy emocionante.


El interior del local es sencillamente impresionante. Mucho más grande de lo que parece y todo exquisitamente decorado en distintos tonos grises y negros, usando el rojo para destacar algunos pequeños detalles.


Lo que parece la sala principal es enorme. Tiene una barra inmensa con camareras vestidas de pin-up y, en la pared de enfrente, amparadas bajo una penumbra de lo más interesante, una hilera de mesas con cómodos sofás. Al fondo hay un escenario vacío y, rodeándolo, una preciosa tarima de madera que intuyo es la pista de baile.


Busco a Franco con la mirada, pero no lo veo, así que me acerco a una de las camareras que regresa de una de las mesas con la bandeja vacía.


—He venido a una fiesta —le comento—, pero no veo al chico que la organiza.


Ella sonríe y me señala con la mano a un grupo de hombres a unos metros de mí. No tardo en ver a Franco entre ellos y él me ve a mí. Nos sonreímos en la distancia y finalmente se acerca.


—Estás espectacular —me dice regalándome otra bonita sonrisa—. Al final voy a arrepentirme de no haberte convencido para que salieses sólo conmigo.


Le devuelvo la sonrisa. No es un mal tío y es bastante guapo, pero no es mi tipo en absoluto.


—No te lo voy a poner difícil —claudica divertido ante mi silencio —. La fiesta es en aquella sala —continúa señalando una puerta.


—¿Cuánto tiempo tengo que quedarme?


Vuelve a sonreír.


—¿Por qué no pruebas primero a intentar divertirte? A lo mejor acabas siendo tú la que no quiere irse.


Sonrío por segunda vez. Tiene razón. Ya que estoy aquí, lo mínimo que puedo hacer es intentar pasármelo bien. El día ha sido horrible. Bailar y tomarme un par de copas me sentará de maravilla.


Me despido de Franco, respiro hondo y me encamino hacia la sala.


La música suena sexy y cadenciosa. Hay más de una treintena de personas que flirtean abiertamente unas con otras. Todo parece muy relajado, como si la regla número uno en este sitio fuera dejarse llevar.


Sin embargo, mi nueva actitud no tarda en desvanecerse. 


Me siento demasiado incómoda, como si el hecho de que me hubiesen pagado por estar aquí significase que no me está permitido divertirme.


Un chico me sonríe. Yo le devuelvo el gesto, pero mi sonrisa es más forzada y de puro compromiso. No quiero ser antipática; además, imagino que tampoco puedo. Aun así, no deseo que se me acerque. El chico, que parece de lo más agradable, en seguida capta la indirecta y posa su atención en otra de las mujeres.


Apuro mi segunda copa y la dejo sobre una de las mesas. Me siento tentada de pedir una tercera, pero no me parece buena idea. No quiero emborracharme en una fiesta así, aunque no tenga del todo claro que significa ese así.


Camino desinteresada por la sala y finalmente me dejo caer sobre la pared del fondo. En realidad, lo único que quiero es pasar desapercibida.


Pero entonces, mi cuerpo se enciende como si tuviese luz propia y noto su mirada sexy y exigente dominarme desde el otro lado de la sala.








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