Después de cenar, me meto en la cama. En mi viejo portátil reviso otros programas de contabilidad y leo más de una docena de artículos especializados que explican a grandes rasgos cómo funciona la bolsa.
Siempre he pensado que los números no eran lo mío. Me parecían aburridos, pero ahora, cuanto más investigo y descubro, más me gustan.
Creo que, al final, hasta podría resultarme un trabajo divertido si no fuera por mi jefe. Uf, mi jefe. Me dejo caer sobre la almohada y suspiro exasperada. Es mi jefe, no es una buena idea en ningún sentido. Da igual lo increíblemente guapo y atractivo que sea, lo bien que huela o cómo mi cuerpo se encienda cuando está cerca. Vuelvo a suspirar y me llevo la almohada a la cara. Es una idea terrible, Paula Chaves, así que deja de pensarlo. Sin embargo, a pesar de tenerlo cristalinamente claro, no puedo evitar dormirme pensando en las ganas que tenía de que me besara.
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El despertador suena y lo apago de un manotazo. Estoy tan cansada que cada músculo que muevo para darme la vuelta en la cama me supone un mundo. Finalmente me levanto, no me queda otra, y me arrastro hasta la cocina para tomarme un par de ibuprofenos.
Vuelvo a llegar a la oficina la primera. Preparo café y me sirvo uno para entrar en calor, la ducha hoy no ha surtido su efecto habitual, y voy al despacho del señor Alfonso. Mientras atravieso la oficina desierta, echo un orgulloso vistazo a mi vestido. No podría parecerse menos al de una ejecutiva agresiva. Es una declaración de principios. Me niego en rotundo a complacer al señor Alfonso en ningún sentido. Es el enemigo. Además, sólo me compré un vestido.
Hasta que mi situación económica mejore, sólo podré ser profesional con respecto al vestuario una vez a la semana.
Preparo todo el material para las reuniones de hoy, archivo el de ayer y adelanto casi todo el trabajo que el señor Alfonso tiene asignado para mí.
Aprovechando que estoy sola en la oficina, me siento en el sillón de mi odioso jefe, me pongo los cascos y busco algo de música en mi nuevo iPhone mientras reviso el dosier sobre inversiones en el Este de Europa.
Dejo caer la cabeza sobre el cómodo cuero y recojo mis piernas hasta sentarme sobre ellas. Vuelvo a sentirme muy cansada, así que subo el volumen de la música. No puedo permitirme quedarme dormida.
Sin saber por qué, alzo la mirada y doy un respingo al ver al señor Alfonso apoyado en la puerta cerrada, con las manos metidas en los bolsillos, observándome, tremendamente sexy. Lleva un espectacular traje de corte italiano negro y una inmaculada camisa blanca con los primeros botones desabrochados.
Soy consciente de que debería levantarme, decir algo, pero la manera en la que me mira me hace imposible moverme.
No dice nada y mi respiración se acelera sin remedio a cada paso que se acerca a mí. Sin liberar mi mirada, se acuclilla frente a mí. El corazón me late tan de prisa que temo que en cualquier momento vaya a ser capaz de oírlo.
La atmósfera se vuelve eléctrica y nos envuelve despacio.
Con suavidad, relía sus largos dedos en el cable blanco de los cascos y tira ligeramente de él hasta que caen en mi regazo.
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