sábado, 5 de agosto de 2017
CAPITULO 53 (TERCERA HISTORIA)
Miro el reloj. Son casi las ocho. He venido al despacho ridículamente temprano porque no sabía qué otra cosa hacer. Además, todavía tengo una cuenta pendiente con Cunningham Media. No voy a consentir que Sebastian Hamilton se salga con la suya.
Unos suaves golpes en la puerta me distraen. Alzo la cabeza y el corazón me da un jodido vuelco cuando veo a Paula bajo el umbral de la puerta de mi despacho. La recorro de arriba abajo con la mirada y la sangre caliente se mezcla con una punzada de culpabilidad. Es obvio que ha estado llorando y toda la tristeza que ya sabía que sentía me golpea con fuerza. Aun así, está preciosa, eso también lo sabía.
—Hola —murmura —, ¿podemos hablar?
Asiento y me levanto. Rodeo la mesa y me siento en el borde, conteniendo las ganas que tengo de cruzar la maldita habitación y abrazarla.
—Lo he estado pensando mucho —empieza a decir— y he encontrado la manera de salvar Cunningham Media.
Mi mirada cambia en décimas de segundo.
—¿Cómo?
Ella se muerde el labio inferior, conteniendo un nuevo sollozo. Quiero consolarla. Quiero tenerla entre mis brazos.
—Voy a aceptar la oferta de Sebastian para trabajar con él en el Hamilton Trust.
¿Qué?
—Tú no quieres eso —rujo incorporándome y dando un paso hacia ella.
—Tienes razón —replica con la voz más triste que he escuchado en todos los días de mi vida—, pero es la única manera en la que conseguiré mantener Cunningham Media abierta sin que te afecte a ti.
No, joder, no. No pienso dejar que se sacrifique.
—Todavía tenemos dos días hasta que los resultados de la auditoría se hagan públicos...
—¿Y qué importa eso? —me interrumpe—. Nunca encontraremos, en tan poco tiempo, a un comprador dispuesto a invertir tanto dinero y, una vez que la auditoría sea pública y entremos en subasta, Sebastian podrá comprar la empresa con o sin nuestra ayuda.
Resoplo. Sé que tiene razón, pero me importa una mierda.
Podemos hallar otra manera.
—No voy a permitir que te vayas con él, Paula.
—Entonces es una suerte que sea una cría testaruda que toma sus propias decisiones, ¿no? —replica con una sonrisa demasiado triste, parafraseando mis propias palabras.
—Paula...
—Sebastian me ha pedido que Maxi y yo nos mudemos con él a Glen Cove. No le he contestado aún, pero creo que es la mejor decisión que podría tomar.
—No —siseo entre dientes.
—Espero que seas muy feliz, Pedro. —Ignora mi única palabra y continúa como si fuera un discurso que ha aprendido de memoria y quiere terminar antes de ser incapaz de hacerlo—. Siento haber dicho que estabas vacío porque no es verdad. Te mereces ser feliz y estoy segura de que con Macarena y vuestro bebé vas a poder serlo.
Cabeceo exasperado, triste, furioso.
—Tú tenías razón, sí estaba vacío —me sincero—. Me he pasado más de quince años impidiendo que nadie entrase en mi vida y me gustaba, joder. Lo tenía todo bajo control. Y entonces tuve que aceptar una auditoría, tuve que darme cuenta de lo jodidamente especial que eres y sencillamente lo cambiaste todo. Cambiaste mi maldito mundo, Paula, y ya nunca podré ser feliz sin ti.
—¿Por qué? —pregunta con los ojos llenos de lágrimas.
—Porque te quiero y voy a hacerlo toda mi maldita vida —sentencio con rabia, con impotencia, sintiendo el dolor que me produce cada palabra, como si estuviese mirando al fondo de un precipicio. Ella va a marcharse, voy a perderla y, si en algún momento creí que tenía alguna posibilidad de volver a mi vida antes de ella y estar bien, ahora sé que es imposible.
—Pedro... —murmura sobrepasada.
—Sé que soy un egoísta de mierda diciéndotelo ahora, pero lo cierto es que no me importa. Ojalá no me hubiese acostado con Macarena, ojalá te hubiese conocido antes, ojalá Maxi fuese tuyo y mío y llevásemos diez años siendo jodidamente felices, pero no puedo cambiarlo. Daría mi vida por poder hacerlo, pero no puedo. No puedo dejar que a ese crío y a Macarena les pase lo mismo que nos pasó a nosotros. —Mis ojos se llenan de las lágrimas que no me permito llorar—. Te quiero y nunca nada me había costado tanto como tener que renunciar a ti, pero no puedo abandonarlos.
Ella asiente, manteniéndome la mirada.
—Lo sé —una lágrima cae por su mejilla— y te quiero todavía más por eso.
—No te vayas con Sebastian —le pido con mi voz transformada en un grave susurro, dejando que toda la rabia se apodere de mis palabras una vez más.
—Lo siento, pero tengo que hacerlo. Yo tampoco puedo abandonar a Hernan y esta empresa.
Sin esperar respuesta, gira sobre sus pies y se marcha. Yo me quedo observando el espacio donde estaba, asimilando toda la ira, el dolor.
Soy consciente de lo que he dicho, de lo que me dije esta mañana delante de su puerta, pero no puedo dejar que todo acabe así.
Salgo corriendo tras ella. La oficina todavía está desierta.
—¡Paula! —la llamo justo antes de que se monte en el ascensor.
La sigo y me quedo clavado a unos pasos. Es un maldito déjà vu. Volver a vivir cuando se fue con Gustavo, cuando nos peleamos en la New York Advertising Association, cuando salió huyendo de mi casa. ¿Siempre va a ser así? ¿Siempre vamos a tener que estar luchando contra el mundo?
El amor no es suficiente.
La miro a los ojos. La quiero y ella me quiere a mí, pero el amor no basta. Ya comprendí esa lección en Portland, pero fui tan estúpido al pensar que podría luchar por los dos. Las puertas se cierran sin que ninguno diga nada. Acabo de perder lo mejor que me ha pasado en la vida.
Estoy demasiado furioso, demasiado triste.
Se acabó.
Regreso a mi despacho, pero no quiero estar aquí y acabo marchándome a Colton, Alfonso y Brent. Doy orden a Beatrice de que no acepte llamadas ni visitas y me encierro en mi oficina. Sólo me marcho a casa por inercia, tampoco quiero estar allí. Esto es una puta tortura.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario