viernes, 21 de julio de 2017

CAPITULO 4 (TERCERA HISTORIA)





La sala es como ya sabía que era. Una estancia algo más grande que mi despacho, completamente diáfana... y vacía. 


El arquitecto la proyectó como el despacho del CEO, pero a Hernan nunca le gustó; no quería estar aislado del trabajo y sus empleados, así que, cuando se hizo la última reforma, simplemente se cerró y se dejó así.


Pedro tiene la mirada perdida en los inmensos ventanales, que en esta planta van del suelo al techo. El Rockefeller Plaza emerge en toda su extensión frente a nosotros, como muestra viva del Nueva York con el que cualquiera en cualquier parte del mundo sueña; ese lleno de rascacielos y los deseos imposibles hechos realidad. Había olvidado estas vistas. Son maravillosas.


—A partir de mañana trabajaremos aquí —anuncia, sacándome de mi ensoñación.


Parpadeo, asimilando sus palabras.


—¿Qué? No —añado de inmediato—. Tú y yo no trabajamos juntos.


—Si quieres salvar esta empresa, sí —responde sin ningún arrepentimiento.


—¿Eso es un chantaje? —pregunto, aunque no sé por qué. 


Está claro que lo es.


Pedro niega suavemente con la cabeza.


—Ya te lo dije. Tengo que decidir qué hacer con Cunningham Media. Tú pareces conocerla muy bien. Te estoy dando la oportunidad de que me convenzas de que merece la pena salvarla.


Sus palabras me molestan mucho. Otra vez está comportándose como si todo esto fuese un juego, algo para pasar el rato.


—¿Así es cómo hacéis las cosas en Colton, Alfonso y Brent? —Algo imperceptible en su mirada cambia una sola milésima de segundo. Sí, yo también sé buscar información, Alfonso, aunque sea poca —. Más de doscientas personas trabajan aquí. —Sueno molesta, lo estoy, y también llena de una febril
dignidad.


—¿Siempre estás tan a la defensiva?


Su pregunta me pilla fuera de juego.


—Sí —respondo nerviosa—. Cuando se trata de Cunningham Media, sí —agrego, recuperando la compostura.


Pedro me observa un momento. Sus ojos se clavan en los míos y por un instante tengo la perturbadora sensación de que no hay ninguna barrera entre los dos. Es un contacto íntimo, puro y duro, casi demoledor. No se esconde. No lo necesita. No tiene nada que ocultar y, la arrogancia de quien es exactamente como es porque así es como quiere ser, hace que su atractivo resplandezca.


—Empezaremos el lunes a las ocho en punto —sentencia, girando su cuerpo delgado, alto y armónico, y echando a andar.


—Si acepto, trabajaré contigo, no para ti —le aclaro, volviendo la cabeza y después, despacio, el resto del cuerpo.


—¿Quieres un socio, Chaves? —pregunta deteniéndose y dándose la vuelta de nuevo.


—Quiero que seas justo, Alfonso.


Él vuelve a dedicarme su media sonrisa y comienza a caminar otra vez.


—Eso lo descubriremos juntos —concluye saliendo de la estancia.


Yo observo la puerta que acaba de traspasar. Me niego a dejar que destruya esta compañía y venda los trozos al mejor postor. Me llevo el pulgar a los labios y araño la uña con los dientes. Desde luego, las cosas no han ido exactamente como esperaba. Mi malévolo plan sigue en pie. 


Sólo me estoy acercando al enemigo, porque Pedro Alfonso es exactamente eso: el enemigo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario