domingo, 30 de julio de 2017

CAPITULO 34 (TERCERA HISTORIA)




Salgo de la habitación sin mirar atrás. No puedo tener a Paula cerca. ¿Por qué tiene que conseguir que me lo replantee todo? Yo no soy así.


No dejo que nadie signifique para mí algo diferente a lo que yo he elegido. Al principio sólo quería jugar con ella, después empezó a gustarme, aunque fui tan gilipollas de no entenderlo y, cuando por fin lo hice, sólo quería follármela. 


¿Qué coño me pasa ahora? ¿Qué siento por ella?


Paula me importa. La quiero en mi vida cada maldito día. 


Pero no voy a permitirme que nada se escape de mi control.


Pienso en Portland, en mi padre, en Evelyn. Yo no soy así, joder, y no pienso cometer el error de dar ese paso.


Llego a casa de Macarena por inercia. La última vez que estuve aquí fue el día que conocí a Paula y no pude dejar de pensar en ella y en ese maldito vestido rojo. Ni siquiera entiendo por qué le he mentido diciéndole que sigo acostándome con otras mujeres cuando no es verdad. No he tocado a ninguna desde aquel día.


Subo de prisa las escaleras y llamo a su puerta con fuerza. 


Son más de las doce. Debería haber llamado antes, pero no me importa. Sé que está aquí, como también sé que no va a decirme que no.


—¿Quién es? —pregunta adormilada al otro lado.


—Abre —rujo.


Percibo el ruido del pestillo correrse. Las manos me arden. 


Macarena abre y me abalanzo sobre ella cerrando de un portazo a mi espalda. Me pregunta qué hago aquí, si estoy bien. No respondo a ninguna de sus preguntas. Sigo besándola desbocado, casi desesperado, llevándola hasta su habitación, pero no vamos todo lo rápido que necesito y la cojo en brazos, obligándola a rodear mi cintura con sus piernas.


Mi cuerpo se resiente, como si no quisiese estar aquí ni con ella, pero no me importa. Joder, no me importa nada. Mi vida es mía y de nadie más.


Nos dejo caer contra el colchón. Me deshago de su pijama. 


Ella sigue preguntando. Yo sigo acallándola con más besos. 


No quiero hablar.


No lo necesito. Pierdo mis manos por todo su cuerpo. Sus dedos se anclan a mis hombros. Trato de recordar cómo era antes, cómo me sentía antes. La beso, la muerdo. Su cuerpo se arquea contra el mío.


Pedro —gime.


Y me doy cuenta de que todo mi jodido mundo acaba de estallar en pedazos.


Sí es diferente.


Sí es especial.


Estoy loco por Paula y nunca he sentido tanto miedo.


—¿Qué pasa? —me pregunta acariciándome la cara.


Ahora mismo me siento miserable. Macarena no se merece que le haga esto.


—Lo siento —digo contra sus labios—. Lo siento de verdad.


Me levanto y me recoloco la camisa. No tendría que haber venido. No es justo para Paula y, sobre todo, no es justo para Macarena.


Estoy poniéndome la chaqueta cuando ella se levanta, se pone una bata y me coge de la mano, obligándome a girarme. El contacto me sorprende, pero no me aparto. No ha habido electricidad, ni calor, no ha habido nada.


—Está claro que necesitas hablar —me dice—. Te espero en la cocina con una taza de té.


Me sonríe con ternura y sale de la habitación. Yo miro confuso a mi alrededor sin saber qué hacer. Me he colado en su casa en plena noche para hacer algo que ni siquiera he sido capaz de terminar y, aun así, ella se preocupa por mí. 


Me pregunto qué habría pasado si la situación hubiese sido al revés, y me doy cuenta de que el Pedro de hace unos meses y el de ahora no habrían reaccionado de la misma
manera. El de antes le habría dado unos minutos y la habría acabado convenciendo para tener sexo en mi cama; al fin y al cabo, por eso se había presentado allí. El de ahora... Joder. Creo que ahora la habría dejado dormir en mi cama y me habría marchado al maldito sofá.


Frustrado, me paso las manos por el pelo a la vez que resoplo. ¿Significa eso que Macarena también me importa?


En cualquier caso, no se merece esto. No se merece que esté con ella pensando en otra persona por el simple hecho de que soy un gilipollas que ha creído que tener sexo con otra chica me serviría para autoconvencerme de que, sea lo que sea lo que siento por Paula, podría deshacerme de ello.


Doy un paso hacia delante, tratando de reorganizar mis ideas. La cómoda de Macarena llama mi atención. Hay una pequeña figurita de Mickey Mouse de latón. La cojo y sonrío. 


Parece muy antigua. Recuerdo que una vez me contó que su padre la llevó a Disneylandia cuando era pequeña. Viajaron en coche durante horas y, al ver la costa de Florida, pensó que había llegado a la otra parte del mundo y más allá no
había nada. Sonrío de nuevo.


Dejo la figurita en su sitio. Acaricio su bote de perfume, que está justo al lado. Ese olor siempre me recuerda a ella.


Comienzo a caminar por la estancia y una decena de pequeños detalles llaman mi atención. Los libros de historia de comercio americano de la estantería, un ejemplar de Descalzos por el parque, de Neil Simon, y un póster vintage, con palabras en francés, enmarcado sobre la cama. De pronto me percato de que cada pequeño detalle la refleja a ella, que un dormitorio sí te dice cómo es su dueño. Sólo tienes que estar dispuesto a verlo. Conozco a Macarena. Sé cómo es. Da igual que haya intentado mantener a las personas alejadas de mi vida. Eso no es algo que se pueda elegir.


Alzo la mirada al techo y resoplo, frustrado por esta especie de revelación, y, sobre todo, al darme cuenta de que es obra de la señorita Paula Chaves. Antes de ella, jamás me habría planteado nada de esto.


Bufo de nuevo y echo a andar hacia el salón. En los pocos metros de apartamento que recorro, pienso en todo lo que debo decir.


—Aquí tienes tu té —dice señalando con la cabeza una bonita taza sobre la encimera, mientras ella, al otro lado, sopla suavemente otra sosteniéndola con las dos manos.


Yo ralentizo el paso hasta llegar a la isla de la cocina. 


Estamos frente a frente, separados únicamente por el grueso mueble.


—Tenemos que hablar —le digo apoyando las dos manos sobre el granito.


—Lo imagino —responde ella con una tenue sonrisa.


—Yo...


Frunzo el ceño tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero al cabo de unos segundos no tengo ni la más remota idea de cuáles son.


—Recuerdo la primera vez que te vi —continúo con una sonrisa.


—¿Mi primer día como recepcionista en Colton, Alfonso y Brent?


—No —respondo. Sonrío, pero el gesto no me llega a los ojos—. La primera vez que te vi fue en la fiesta de Navidad que Lola organizó en su oficina —me sincero.


Ella asiente.


—Me había comprado ese vestido para ti. —Calla un segundo y resopla algo avergonzada—. Creo que en esa época todos los vestidos que me compraba eran para ti.


—Pues está claro que no me merecía ninguno.


—Probablemente —sentencia dándole un sorbo a su té.


Despacio, deja la taza sobre la encimera bajo mi atenta mirada.


—Nunca he querido hacerte daño, Macarena.


Sin quererlo, mi voz se agrava.


—Lo sé —responde sin asomo de dudas— y creo que por eso eres tan peligroso para las mujeres, Pedro. Tú nunca engañas, no mientes, dejas muy claro lo que se puede esperar de ti y lo que no, pero, al final, tienes algo casi hipnótico. No se trata del atractivo, ni de ser guapo. Es algo más, algo que hace que ellas ignoren todas las señales de peligro y acaben enamoradas de ti.


Aprieto la mandíbula. Tiene razón, joder, y yo siempre lo he aprovechado, creyendo que no me estaba comportando como un auténtico capullo porque nunca mentía a las mujeres ni les prometía cosas que no iba a cumplir, pero sí he dejado que se hicieran ilusiones sin preocuparme por ello, porque yo no las alentaba. Pienso en Leighton, en Macarena, en todas las chicas que han pasado por mi cama. Ahora me doy cuenta de que todas las maneras en las que interactuamos con otra persona, aunque no las engañemos, les afectan.


—Lo siento —susurro.


De verdad lo siento, joder.


—No te preocupes. Está todo bien.


Sé que no lo está. Sé que ahora mismo me odia y me lo merezco.


Camino despacio hasta rodear la isla de la cocina y me detengo junto a Macarena. No puedo arreglar lo que he roto, pero sí puedo parar con todo esto por Paula, por ella y por mí.


—No puedo seguir con esto, Macarena. —Me inclino despacio sobre ella y le doy un suave beso en la frente—. Eres una chica increíble y algún día vas a hacer muy feliz a un gilipollas con demasiada suerte.


Puede que no la quiera, pero ahora sé que me importa y lo último que quiero es hacerle daño.


Macarena ladea la cabeza, prolongando el roce. Un sollozo se escapa de sus labios. Se gira contra mi cuerpo y yo alzo las manos para abrazarla, pero en el último segundo me empuja suavemente.


—Márchate —me pide en un murmuro.


La miro incapaz de irme. No quiero dejarla así, pero es obvio que tampoco puedo quedarme.


—Adiós, encanto —me despido forzando una sonrisa.


—Adiós, Pelapatatas —responde sonriendo también.


Cuando la puerta se cierra a mi espalda, exhalo con fuerza todo el aire de mis pulmones. Mi vida ha cambiado. Paula me ha cambiado.


Y ya no es algo que pueda elegir.






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