martes, 11 de julio de 2017

CAPITULO 25 (SEGUNDA HISTORIA)





Es la hora de almorzar cuando atravesamos Manhattan en su coche. Él no dice nada de pararnos en un restaurante o una cafetería a comer algo y yo tampoco lo menciono. Las citas no entran en nuestro trato y los dos lo sabemos.


Nos despedimos en mi calle, frente a mi edificio. Por supuesto, nada de besos ni arrumacos. Un simple «adiós» por mi parte, un gesto de cabeza indicándome que entre ya por la suya. Yo asiento y entro en mi portal, no sin antes permitirme girarme para observarlo, sólo un momento. 


Últimamente me permito demasiados momentos, pero con las Ray-Ban Wayfarer parece un modelo de revista.


Permiso concedido.


Ya en mi apartamento, decido prepararme algo rápido y ponerme a trabajar. Tengo mucho que hacer y, además, no quiero darme la oportunidad de pensar y pensar, de darle una y mil vueltas. Sé lo que tengo con Pedro y sé por qué lo tengo. Sólo hay deseo. No quiero que haya nada más. No puede haber nada más.


Termino los contratos y las últimas revisiones económicas y comienzo con los anexos. Entre las decenas de carpetas que tengo apiladas en una esquina de mi escritorio, traje varias de Alfonso, Fitzgerald y Brent; sobre todo, operaciones de inversiones parecidas a las que necesitaremos para el proyecto. Si las filtro y reviso, podré utilizar algunas para ejemplificar lo que queremos hacer y demostrar a los posibles inversores que es un plan seguro y rentable.


Cuando levanto la cabeza del ordenador portátil, ya ha anochecido. Tuerzo el gesto, pero al mismo tiempo una sonrisa se cuela en mis labios. No puedo evitarlo. Me encanta el derecho internacional y me encanta el comercio exterior y, sobre todo, adoro este proyecto. Va a ayudar a muchísimas personas y, gracias a Pedro, y aunque me moleste admitirlo, tiene más fuerza que nunca.





No hay comentarios:

Publicar un comentario