lunes, 10 de julio de 2017

CAPITULO 22 (SEGUNDA HISTORIA)




Entro con el paso titubeante e inmediatamente aparto la mirada. Sólo un segundo. La curiosidad y un placer morboso me hacen volver a alzarla y fijarme en cada detalle con atención, en cómo se mece sobre ella, en cómo sus brazos tensos recogen y mantienen cada una de sus embestidas, y en su perfecto cuerpo de dios griego. La espalda de la chica se arquea rozando el contorsionismo. Se separa del colchón y busca desesperadamente aferrarse a su cuerpo, pero él permanece impasible, embistiéndola sin piedad. Ni siquiera follando se baja del pedestal en el que Dios y toda su arrogancia lo han subido. La chica parece estar en otro mundo que sólo le pertenece a Pedro.


Quiero ser esa chica. Lo quiero con todas mis fuerzas.


Él repara en mi presencia y se levanta. La chica gime y echa la cabeza hacia atrás desesperada.


Ella también quiere más. Sonríe absolutamente agitada y se pasa las manos por los pechos. Parece que estos minutos con él han sido mejor que horas con cualquier otro hombre.


Pedro camina hasta mí y, sin mediar palabra, sumerge una de sus manos en mi pelo y desliza la otra bajo mi vestido y bajo mis bragas. Estoy tan mojada que entra sin dificultad, rápido y caliente.


Gimo absolutamente excitada y alzo las manos. Aún no han tocado su cuerpo cuando Pedro tira de mi pelo, brusco, una sola vez.


—No te muevas —me ordena.


Es tan arrogante, tan exigente, tan arisco, y al mismo tiempo te mira dejándote absolutamente claro que ya le perteneces, incluso antes de saberlo, y simplemente no puedes alejarte de él.


Bombea en mi interior, fuerte, implacable. Gimo. Gimo con fuerza.


—Eres mía. Tu cuerpo es mío. Ahora márchate.


Retira sus dedos de golpe y da un paso hacia atrás. Yo no me muevo. No puedo. ¿Quiere que me marche? ¿Por qué?


Pedro aprieta los labios y su mandíbula se tensa un poco más.


—¿Quieres follar conmigo, Paula? Yo follo así. Y no doy segundas oportunidades.


Una advertencia en toda regla.


Aturdida, creo que incluso conmocionada, giro sobre mis pasos y salgo de la habitación. Ha sido claro y sincero hasta rayar la crueldad. No tengo nada que reprocharle, pero la familiar sensación de que esto me queda demasiado grande regresa como un ciclón.


Vuelvo a la sala principal del club y la atravieso todavía abrumada. Si quería saber si esto siempre será un ordeno y mando, ahí tengo la respuesta. Todas las alarmas de mi cuerpo se encienden y gritan como locas. Tengo que alejarme de él, pero estoy demasiado cerca del santo Grial de la seducción como para marcharme sin aprender nada. 


Además, una parte de mí, sencillamente, no quiere hacerlo.


—Señorita Chaves —me llama el portero con una voz grave, casi afónica.


Yo lo observo confusa.


Él no dice nada más y me señala un taxi aparcado a unos pocos metros.


—Yo no he pedido ningún taxi —trato de explicarle.


Pero él ni siquiera parece escucharme y continúa con la vista al frente.


Miro a mi alrededor. Estamos muy cerca del East River y el viento en esta zona a esta hora de la noche es húmedo y frío. No creo que vayan a aparecer muchos más taxis por aquí, así que no pienso desperdiciar éste.


—Buenas noches. Al 88 de la calle Franklin —comento en cuanto me monto.


No tardamos más de unos minutos. Cuando se detiene frente a mi edificio, saco la cartera dispuesta a abonar la carrera, pero el taxista niega con la cabeza.


—El señor Alfonso ya lo ha dejado pagado —me informa.


Yo lo observo por el espejo retrovisor y devuelvo una sonrisa de compromiso a la que él me tiende. Me echa del club sin paños calientes, pero se asegura de que tendré un taxi en la puerta esperándome. Son las dos caras de una moneda y las dos van a volverme completamente loca.


Sencillamente Pedro Alfonso es un misterio para mí.




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