jueves, 20 de julio de 2017

CAPITULO 1 (TERCERA HISTORIA)




—Quiero comprar esa empresa —dice Hamilton con una seguridad aplastante, echándose hacia atrás en el asiento—. Me da igual cuánto cueste, pero no quiero ningún compromiso sobre mantenerla abierta o conservar a sus trabajadores.


Tuerzo el gesto y también me recuesto en la silla, a la vez que tiro de una de las solapas de mi traje gris. La expresión me dura poco. No es algo personal, son sólo negocios. Ésa es la segunda regla aquí, y Jeremias, Damian y yo la tenemos clarísima.


—Nuestra comisión es del quince por ciento del importe total de la operación —responde Jeremias.


Para los gilipollas arrogantes, la tarifa siempre sube un cinco por ciento. Puede que el trabajo sea trabajo, pero ésa es nuestra política.


—Ningún problema.


Hamilton se levanta, se abrocha el botón de su chaqueta de Hugo Boss y sale de nuestra sala de reuniones.


Los tres nos miramos y creo que resoplamos a la vez.


—¿En Glen Cove todos sois igual de gilipollas? —le pregunta, socarrón, Damian a Jeremias, mientras contempla cómo camina hasta uno de los muebles y saca tres vasos y una botella de Glenlivet.


—Déjame pensar —contesta Jeremias, sirviendo las tres copas—. Tú vives en Park Avenue, ¿no?


Damian le enseña el dedo corazón y yo sonrío acomodándome aún más en la silla, al tiempo que comienzo a darle vueltas a mis planes para esta noche. Podría ir al Archetype, pero no estoy de humor. Podría llamarla, que viniera a mi casa, follármela un par de veces y después pedirle un taxi. Ella entiende cómo son las cosas. 


Es algo cómodo, sencillo...


—Pelapatatas —me llama Jeremias, sacándome de mi ensoñación.


Ladeo la cabeza y lo observo displicente. Por la mirada que él me dedica, es obvio que no era la primera vez que me llamaba.


—¿Chistes de irlandeses? Qué poca clase, Colton —respondo burlón.


—Trabajo con lo que me das —replica divertido.


—No os merecéis que ofrezca más.


—Eso es lo que deben de decirte las chicas después de quitarte de encima.


—Yo no tengo novia —objeto encogiéndome de hombros y entrelazando los dedos sobre mi estómago—. Puedo permitirme estar debajo alguna vez.


Jeremias me observa y se humedece el labio inferior, tratando de contener una sonrisa.


—Cabronazo —sentencia al fin.


Sonrío encantado.


—Ninguno de los dos tiene clase, ¿contentos? —apostilla Damian—. Ahora vamos a discutir algo importante. ¿Quién se encarga de Hamilton?


Los tres nos miramos. A todos nos parece el mismo capullo con un traje caro... ¿Qué coño? Por lo menos estaré entretenido.


—Yo lo haré —digo levantándome y estirándome sobre la mesa para coger la carpeta.


Jeremias y Damian me miran sorprendidos. Lo sé. Nunca pediría voluntariamente encargarme del análisis funcional de una empresa, y mucho menos de una que, sea de la manera que sea, está a punto de hundirse, pero me puede el aburrimiento.


Aún de pie, abro el dosier y comienzo a revisar los documentos.


—¿Qué? —pregunto con la vista posada en una tabla de inversiones bastante deprimente. Siguen observándome—. Tú tienes que ayudar a Karen con las cosas de la boda y tú, una novia de veintiún años. Joder, si yo estuviera en tu lugar, ni siquiera me molestaría en salir de la cama para venir a trabajar. Además, necesito distraerme —concluyo cerrando la carpeta de golpe y mirándolos al fin.


Apuro mi copa de un trago y salgo de la sala de reuniones.


Estoy muy aburrido, joder.




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