lunes, 12 de junio de 2017

CAPITULO 5 (PRIMERA HISTORIA)




No tengo la más remota idea de qué hacer o decir. Sus ojos me han hipnotizado. Me hacen imposible reaccionar en cualquier sentido. Él vuelve a sonreír; sabe exactamente lo que ha hecho, y una luz se enciende en el fondo de mi cerebro: Reacciona, sal de aquí. Te estás comportando exactamente como la niña tonta que él ha dado por sentado que eres.


Trago saliva, apoyo los papeles en la mesa y los firmo apresurada.


—Mi jornada laboral ha terminado, señor Alfonso —O al menos eso creo; si no, acabo de subir un peldaño más en mi escala particular del ridículo—. Nos vemos mañana.


Me separo de él y todo mi cuerpo protesta. Es la situación más frustrante con la que me he encontrado nunca.


Farfullando, regreso al sofá, recupero mi bolso y voy hasta la puerta.


—Hasta mañana, Pecosa.


Se despide sin ni siquiera mirarme, pero con ese tono tan
presuntuoso. ¡Idiota!


—Hasta mañana, señor Alfonso.


Cierro con un comedido portazo y cruzo la oficina como una
exhalación. ¡Ah! ¡Me pone de los nervios!


«Y más cosas.»


Llego a casa con el tiempo justo para cambiarme de ropa. Mi turno en el restaurante empieza en menos de diez minutos. 


Afortunadamente, Sal siempre ha sido bastante comprensivo con mi falta de puntualidad.



*****


Cuando suena el despertador, tengo ganas de tirarme por un
precipicio sólo por los días que estaría de descanso obligado en un hospital. Apenas he dormido y todo el estrés del día de ayer la ha tomado con cada hueso y músculo de mi cuerpo.


Por si fuera poco, la madera de las ventanas de mi apartamento se hinchó a principios de otoño y desde entonces no encajan bien. Hace un frío que pela y hoy me he levantado con ese mismo frío metido en el cuerpo.


Me doy la ducha más larga del mundo y delante del armario pienso en qué ponerme. Al final opto por uno de mis vestidos. Soy plenamente consciente de que no cumple con lo que una oficinista se pondría, pero tengo veinticuatro años, en mi armario no hay esa clase de ropa. Es un vestido o unos vaqueros.


En la parada del autobús queda un asiento libre y lo atrapo sin dudar.


Estoy demasiado cansada para esperar de pie. Sin embargo, antes de poder saborear mi recién adquirida comodidad, una mujer empujando un carrito de bebé se acerca a la parada. A su lado corretea un niño pequeño jugando con un avión de plástico. El crío parece tener toda la energía que le han robado a ella. La miro y suspiro a la vez que me levanto farfullando mentalmente. La última vez que esta mujer durmió debió de ser en la inauguración de las olimpiadas de Pekín.


Llego a la oficina puntual como un reloj. No quiero darle motivos al señor Alfonso para que pueda volver a quejarse.


No he avanzado un metro más allá del mostrador de Eva cuando oigo pasos a mi espada.


—Pecosa, llegas tarde.


¿Qué?


—Siento contradecirle, señor Alfonso, pero son las ocho en punto.


—Si yo ya estoy aquí, significa que tú llegas tarde.


Le pongo los ojos en blanco consciente de que no puede verme y lo sigo hasta su despacho.


—Hoy la cosa va así.


—Espere un segundo —lo interrumpo.


Él me mira confuso; supongo que no está acostumbrado a que le hagan esperar muy a menudo, pero esta vez no quiero olvidar ni una sola coma. Meto las manos en mi bandolera y saco una pequeña libreta y un bolígrafo.


—Qué mona —comenta sardónico—, pero ¿no le faltan unas
pegatinas de estrellas, unicornios o algo parecido?


Es demasiado temprano para soportar al señor odioso, así que, sin pensármelo dos veces, y probablemente debería haberlo hecho, le dedico un mohín de lo más infantil. Él me mira increíblemente sorprendido y finalmente sonríe, casi ríe, sincero.


—Pero ¿qué demonios? —masculla divertido.


—Lo que se merecía —sentencio interrumpiéndolo—. ¿Podemos seguir? —pregunto displicente pero con un trasfondo también divertido.


—Esto es increíble —farfulla cabeceando—. Tenemos tres reuniones. Estarás en las tres. La primera no es hasta última hora de la mañana, así que tienes tiempo de sobra para preparar las previsiones de inversión de Butller y Summers. Nada que no reporte beneficios del catorce por ciento o más. 


Asiento concentrada.


—Ah —continúa—, archiva toda la documentación de esta semana. Odio ver tanto papeleo por aquí —dice señalando vagamente su mesa—. Y prepara todo el material audiovisual para la reunión: gráficos, estadísticas. Sandra te dará las tarjetas de memoria.


¿Algo más? Y todo para antes de la una. Mi yo profesional acaba de desmayarse.


El señor Alfonso se sienta a su mesa y yo hago lo mismo en el sofá. Ni siquiera tengo un maldito escritorio, pero sí trabajo como para llenarlo.


Cojo la tablet, la desbloqueo y pienso una solución. Hay que ser prácticos. Lo primero sería saber qué es y cómo se hace una previsión de inversión. Busco en Google; eso es, Google es como la enciclopedia británica y el empollón de la clase, todo en uno. Hago clic en el primer resultado y no es nada halagüeño. Demasiados números, entradas de Excel y, ¡por Dios!, hay hasta fórmulas matemáticas. No voy a ser capaz. 


Estoy muerta de sueño y cada vez más convencida de que debería dejar este trabajo. Tengo que hablar con Lola.


—Voy a pedirle las tarjetas de memoria a Sandra —comento
levantándome.


—No tienes que anunciarme adónde vas. Hazlo y punto —replica sin mirarme.


Vuelvo a ponerle los ojos en blanco. En realidad me gustaría
llamarlo gilipollas. Nunca había entendido a la gente que incendia el despacho de su jefe el día que deja el trabajo hasta que he conocido al señor Alfonso.


Mientras avanzo por el pasillo, me doy cuenta de que no puedo seguir así. Tengo veinticuatro años. Soy una mujer adulta y puedo hacer cualquier trabajo. Si cada vez que se pone un poco complicado voy a ir a esconderme a la oficina de enfrente, lo mejor será que lo deje ya, y eso no pienso hacerlo. No renunciaré. No voy a darle el gusto de ver cómo me rindo al imbécil del señor Alfonso.


Doy media vuelta y regreso a la mesa de Sandra con mi mejor sonrisa. Todo va a salir bien.


—Sandra, el señor Alfonso me ha dicho que tenías unas tarjetas de memoria para mí.


Asiente mientras le da un sorbo a su café de Starbucks y abre uno de los cajones de su escritorio. Me entrega tres tarjetas de memoria en sus respectivos estuches.


—Aquí está todo, ¿verdad? Los gráficos, las estadísticas…


—No —me interrumpe con ternura—, esas tarjetas están vacías. Tú debes guardar la información.


Sonrío nerviosa. No voy a venirme abajo por esto. He dicho que no iba a rendirme y lo mantengo. Cojo las tarjetas y me encamino al despacho.


Al entrar, me sorprende ver un MacBook Pro Air último modelo sobre la mesita. Está reluciente, como si acabaran de sacarlo de la caja.


—¿Qué es eso? —pregunto perpleja.


—Un ordenador, Pecosa. Soy consciente de que es alta tecnología para alguien que se sorprendió viendo un rascacielos, pero sé que al final serás capaz.


Vale, se lo he puesto en bandeja, pero, aun así, ahora mismo se lo tiraría a la cara.


Suspiro hondo para recuperar la calma y me siento en el sofá.


Lentamente voy sacando el trabajo adelante. Como no tengo ni idea de hacer previsiones y no voy a conseguirlo por mucho que mire fijamente la hoja de cálculo en la pantalla del ordenador, repaso otras viejas de los mismos clientes e intento modificarlas.


En la parte álgida de mi concentración, el señor Alfonso suspira y no puedo evitar alzar la mirada. Aunque no conseguiría que se lo dijese ni por un millón de dólares, es el hombre más guapo que he visto en toda mi vida. No sólo son sus ojos, también sus sensuales labios y su pelo castaño perfectamente peinado y atusado con la mano. 


Todo, cicatriz incluida, le hacen terriblemente atractivo.


Sacudo la cabeza y vuelvo a centrarme en el ordenador. No puedo perder el tiempo y mucho menos quedarme embobada con él.


Miro el reloj. ¡Mierda! Ya han pasado casi dos horas y todavía lo tengo casi todo por hacer. Será mejor que me vaya a la sala de conferencias. Allí no me distraeré, llamaré a Lola para unas consultas técnicas y podré ordenar las carpetas e ir a guardarlas mientras las tarjetas de memoria se graban. En teoría, un gran plan.




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